Desescalar y diseñar "planes B" realistas

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La palabra de moda es desescalada, y con ella emerge el alivio de poder sacar a los pequeños a dar una vuelta, de salir –quizá, ojalá– a hacer deporte, o de ir recobrando cierto dinamismo, sobre todo en el ámbito rural, que esta vez va a aventajar claramente al urbano. La desescalada nos sitúa en lo inmediato, como debe ser, pero hoy es inevitable quedarse bizco, es decir, un ojo pendiente en el hoy y el otro en el medio plazo. El largo ya se ha comprobado que no existe.

La cautela que impone reconocer que esta es una situación inédita, donde la comparación con otros momentos de la Historia ha de hacerse con extremo cuidado, exige una actitud permanente y continua de observación, estudio y valoración de las medidas tomadas y de sus resultados. La sociedad ha de aprender a aprender, y en ese sentido es fundamental contar con liderazgos que sepan hacerlo y faciliten que el resto lo haga. Basta con ver la cotización negativa del barril de petróleo West Texas esta semana para recordar aquello de Blade Runner: "he visto cosas que vosotros no creeríais". El seguimiento del día a día, por tanto, es fundamental. Pero quedarse en lo de hoy supone perder el camino y acabar sin saber dónde se quiere ir.

En la mirada de medio alcance es fundamental ganar todo el tiempo posible y para eso conviene ir dejando claro que la vuelta a cierta normalidad tardará. Esto no va de un par de semanas, ni siquiera probablemente de un par de meses. Una cosa es la situación de confinamiento actual y otra que las restricciones que ha de llevar aparejada la desescalada impidan recuperar muchos de los aspectos de una forma de vida de la que dependen sectores económicos enteros. Algunos estudios como los reflejados en este artículo del MIT Technology Review hablan de plazos en torno a 18 meses, otros lo extienden a dos años, otros a no menos de 12 meses, coincidiendo con lo previsto para poder administrar de forma segura la vacuna. Lo curioso del tema es que estas previsiones coinciden a grandes rasgos con lo percibido por una parte importante de la población. Según un reciente estudio del Instituto de Estudios Sociales Avanzados del CSIC, "una vez valoradas las principales consecuencias políticas y económicas de la pandemia, las personas encuestadas han estimado el tiempo necesario para que España se recupere, y el grupo más numeroso (39,8%) ha señalado que hará falta entre 1 y 3 años para recuperar una vida parecida a la que teníamos antes de la crisis sanitaria. Un 28,8% considera que será necesario entre 6 meses y un año, y los más optimistas reducen ese tiempo a menos de 6 meses (6,1%). En el lado contrario, un 12,4% de las personas encuestadas realiza proyecciones de entre 4 y 8 años para recuperar una vida parecida la que teníamos en España antes de la pandemia; otro 4,4% considera que harán falta más de 8 años para alcanzar dicha situación, mientras que un 4,1% afirma que no nos recuperaremos nunca."

Si las previsiones, –con todas las cautelas, como no me cansaré de insistir–, hablan de plazos en torno al año, y la percepción ciudadana ya ha asumido que el margen temporal puede ser de esta dimensión, la siguiente tarea, al mismo tiempo que se gestiona la desescalada, debe ser la de facilitar que cada cual pueda crear "planes B", algo en lo que los responsables políticos tienen un papel clave dando a conocer escenarios realistas. Conviene no olvidar que uno de los factores a los que se atribuye el incremento del apoyo a Merkel ha sido precisamente el de dar información clara y realista anclada en sólidos cimientos científicos.

La inevitable improvisación en la respuesta de los distintos sectores sociales y económicos al inicio de la pandemia debe quedarse en esta primera etapa y no ir más allá. Para ello, es vital contar con horizontes temporales más o menos claros. Es decir, si existen posibilidades –bastantes al parecer– de que el próximo curso no se inicie con una vuelta a las aulas en condiciones de normalidad, la comunidad educativa debe evaluar desde ya cómo han funcionado las medidas que se han ido tomando, cómo mejorarlas, y cómo planificar los meses siguientes. Aquí unas ideas. Por el contrario, dar a entender que los chavales podrán volver a las aulas a final de mayo no sólo es especular sin base alguna, sino que es generar un falso espejismo que impedirá planificar los escenarios más duros.

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De la misma forma, si el sector de la hostelería y el turismo van a tener que seguir manteniendo fuertes restricciones, además de gestionar ERTEs y garantizar protección social a los trabajadores, tendrán que saber en qué margen temporal se mueven para decidir si comienzan a cocinar para hacer envíos a domicilio, venden bonos por adelantado a servicios que harán más tarde, o qué estrategia ponen en marcha durante este tiempo. No todos los establecimientos podrán eliminar mesas, y las barras de nuestros bares inconcebibles con mamparas. Quizá porque ya lo saben, aunque nadie lo ha dicho de forma clara, el sector se ha puesto ya manos a la obra. El número de establecimientos de hostelería adheridos a plataformas de envíos a domicilio ha crecido notablemente, se multiplican las iniciativas de plataformas que piden comprar bonos de un servicio que se recibirá quién sabe cuándo, de la misma forma que bodegas o ganaderías que habitualmente proveían a restaurantes ahora han optado por la venta onlineonline a particulares como forma de sacar el stock. Si estas estrategias, que han partido del impulso de la sociedad civil, contaran con visión estratégica, apoyo institucional y un enfoque a medio plazo, lo que hoy es una reacción desesperada para paliar la situación puede convertirse en un aprendizaje para encarar el futuro.

Llevado al plano político, también sería conveniente empezar a pensar qué ocurriría si el 25 de septiembre, fecha en que terminan las sesiones ordinarias parlamentarias tanto en Euskadi como en Galicia, no se hubiera podido acudir a las urnas. Todos los actores políticos implicados en las elecciones vascas y gallegas estuvieron de acuerdo en estimar que la restricción de movimientos y el cierre de establecimientos por el estado de alarma eran una causa de fuerza mayor que hacía imposible la celebración de los comicios el 5 de abril. Los decretos de 17 y 18 marzo dejaron sin efecto las elecciones previendo que éstas se convocaran de forma inmediata tras levantarse el estado de alarma. ¿Qué pasaría si para esta fecha se estuviera en un estado de alarma prorrogado en uno nuevo decretado tras un rebote? ¿Y si, aunque no mediara estado de alarma alguno, las medidas de distancia hicieran imposible acudir a los colegios electorales con garantías? Algunos expertos, como el catedrático de derecho administrativo de la Universidad de Zaragoza Fernando López Ramón, se decantan por creer que en tal caso continuaría la situación de fuerza mayor que impide celebrar campaña y votaciones, y al mismo tiempo afirma que resultaría conveniente estudiar las posibilidades técnicas de unas elecciones con voto a distancia, y regular expresamente la cuestión en una ley orgánica como corresponde.

En síntesis, si gestionar la desescalada es una prioridad que requiere del máximo esfuerzo y compromiso del conjunto de la sociedad, diseñar los "planes B" que se puedan poner en marcha en cada escenario no lo es menos. Y para ello, es necesario contar con información clara y realista. Como el margen de incertidumbre va a seguir siendo grande y las certezas van a seguir escaseando, parece que lo más inteligente es prepararse para lo peor. De esta forma, cualquier escenario más favorable podrá ser gestionado más fácilmente y mejor entendido por la población.

La palabra de moda es desescalada, y con ella emerge el alivio de poder sacar a los pequeños a dar una vuelta, de salir –quizá, ojalá– a hacer deporte, o de ir recobrando cierto dinamismo, sobre todo en el ámbito rural, que esta vez va a aventajar claramente al urbano. La desescalada nos sitúa en lo inmediato, como debe ser, pero hoy es inevitable quedarse bizco, es decir, un ojo pendiente en el hoy y el otro en el medio plazo. El largo ya se ha comprobado que no existe.

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