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Lo que aún estremece de aquel 11M

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Veinte años se han necesitado para que estudios, entrevistas, reportajes, libros de investigación y testimonios hayan ido emergiendo, pese al dolor que debe producir aún recordar aquellas horas terribles a quienes estuvieron en el ojo del huracán, y en especial, a las víctimas y afectados. Tras estos veinte años, muchas cosas siguen estremeciendo.

Al escalofrío que produce imaginar siquiera aquellos momentos se une comprobar cómo víctimas y afectados han sido en muchos casos olvidados, cuando no machacados, insultados, agredidos y difamados. Es difícil conseguir terminar de leer el testimonio de Pilar Manjón en el libro Voces del 11-M (Planeta) del catedrático de comunicación Victor Sampedro. Lo apunta también Iñaki Gabilondo en esta entrevista para TintaLibre: ¿cuánto tiempo dedicamos a las víctimas? Apenas nada… enseguida el 11M fue devorado por el 14M, fecha en que se celebraban las elecciones generales.

Estremece pensar cómo un Gobierno, desorientado primero y asustado después porque su asesor demoscópico les había dicho que, si era Al Qaeda, podían perder las elecciones, decidió ningunear los indicios que apuntaban hacia los terroristas yihadistas, ocultar informes de investigadores y policías, impedir que se emitiera en TVE esta entrevista que Lorenzo Milá le hizo al matrimonio Bush donde indicaban que según sus informaciones no estaba clara la autoría, y levantar el teléfono, uno a uno, para indicar a los directores de los medios que se trataba de un atentado de ETA.

También estremece que muchos de esos periodistas, pese a considerar que cuando llama un presidente del Gobierno no es para mentirles y por tanto publicaran de forma más o menos explícita la autoría de ETA, siguieran investigando, uniendo las piezas, atentos a lo que los medios internacionales iban contando, y, finalmente, pudieran desvelar lo que ya en las primeras horas las investigaciones señalaban. Se trataba de un atentado yihadista en el que ETA nada tenía que ver. ¿Qué hubiera pasado en este país si esos medios y esos periodistas no hubieran hecho su trabajo? ¿Y si los inspectores de Policía, la Guardia Civil, el servicio de inteligencia y todos los afectados no hubieran hecho lo propio? No olvidemos esto a la hora de hacer balance.

Afortunadamente la sociedad española ha seguido mirando hacia adelante y apenas pide cuentas de todo aquello. Probablemente sea lo mejor y lo único que se puede hacer, pero eso no es óbice para que sea realmente estremecedor

Llama poderosamente la atención que de repente se extendiera la idea, apuntada por el entonces asesor de Aznar, Pedro Arriola, de que si era ETA el PP arrasaría en las urnas y si era Al Qaeda podía perder. Puede que eso fuera así, pero también puede que no, porque en estas ocasiones, más que la crisis en sí, la sociedad valora cómo la gestionas, como bien recuerda Luis Arroyo en este artículo recuperado de El País en 2007. Tras este reduccionismo, vino el siguiente, demoledor para la democracia: la certeza por parte de los líderes del PP de que tenían las elecciones ganadas y que perdieron por el atentado. El resto es conocido: teoría de la conspiración, gobierno ilegítimo, la SER como gran muñidora de una campaña en contra del PP… Fue la primera vez que esta estrategia se puso en marcha. Hoy sabemos que  no sería la última.

Más estremece pensar cómo, tres días después y tras una noche de concentraciones en las sedes del PP en las que se pedía conocer la verdad (si quieren conocer la autoría del primer mensaje “Pásalo!”, que convocó esas concentraciones, no tienen más que acudir al libro de Sampedro antes mencionado), la sociedad española dio una lección de dignidad democrática. Con 193 muertos y casi 2000  heridos, acudimos a las urnas con un nudo en la garganta conscientes de la importancia de hacerlo. El dolor del atentado y la indignación de comprobar cómo un Gobierno había intentado mentir llevaron a los colegios electorales al 75,7% del electorado, el quinto dato de participación más elevado desde 1977 hasta ese momento. Reconforta también comprobar cómo aquella brutalidad no dio paso a una ola de xenofobia, racismo e intolerancia en España. 

Hay quien dice que fue entonces cuando empezó la ola de crispación que hoy vivimos y la incomunicación entre bloques ideológicos. Es posible que así sea, pero viéndolo desde el presente lo realmente estremecedor es que, veinte años después, nadie se haya disculpado por intentar esconder la verdad que emergía entre las pruebas, nadie haya pedido perdón a las víctimas por el olvido y, en algunos casos como el de Pilar Manjón y la Asociación de Afectados por el 11M, por las infamias recibidas; y que existan todavía editoriales de diarios que, aun sin citarla, dejen entrever la teoría de la conspiración; o que nadie haya vuelto a llamar a esos directores de medios para dar alguna explicación que intentara justificar el porqué y, en definitiva, que nadie aún haya explicado el porqué de todo aquello, de los tres días que van del 11 al 14 de marzo y de los años siguientes envueltos en teorías de la conspiración de las que algunos aún no han salido, ni tienen la valentía de reconocer que se equivocaron. 

Afortunadamente, la sociedad española ha seguido mirando hacia adelante y apenas pide cuentas de todo aquello. Probablemente sea lo mejor y lo único que se puede hacer, pero eso no es óbice para que sea realmente estremecedor.

Veinte años se han necesitado para que estudios, entrevistas, reportajes, libros de investigación y testimonios hayan ido emergiendo, pese al dolor que debe producir aún recordar aquellas horas terribles a quienes estuvieron en el ojo del huracán, y en especial, a las víctimas y afectados. Tras estos veinte años, muchas cosas siguen estremeciendo.

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