La secuencia es conocida: una sentencia controvertida al diputado Alberto Rodríguez por una supuesta patada a un policía en una manifestación, pregunta posterior de la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, para que el Supremo le aclarara qué debía hacer, respuesta un tanto críptica del Supremo, retirada del acta de diputado, anuncio de la formación morada (o de algunos de sus líderes) de su intención de querellarse contra Batet, y finalmente Alberto Rodríguez anuncia que deja su escaño, toda actividad política y su militancia en Podemos. Queda por ver qué papel juega este episodio cuando se escriba la historia de este Gobierno, pero dudo que pase desapercibido.
Una cuestión no baladí: el desencuentro se produce el mismo día que había sido convocada de urgencia la mesa de seguimiento del acuerdo de Gobierno por discrepancias sobre la gestión de la derogación o reforma de la reforma laboral del Partido Popular. Grietas de profundidad que protagonizaron también buena parte de los debates, en los pasillos y en el atril del Congreso de CCOO, ámbito muy cercano a Yolanda Díaz.
Este asunto presenta múltiples derivadas: la controversia jurídica sobre la sentencia, la aclaración del Supremo y la decisión de Batet es una de ellas, sujeta al análisis de los juristas. Políticamente, el análisis debe contemplar, al menos, dos ámbitos: lo que supone para el conjunto de la coalición de Gobierno y lo que deja de ver del interior de Podemos.
La desconfianza que se va agravando en el seno de la coalición es un virus que corroe la salud del Ejecutivo. En todos los gobiernos, incluso en los que son monocolores, existen discrepancias y mecanismos para gestionarlas. En este también. Pero la acumulación de desencuentros va haciendo mella en esa base del acuerdo que es la confianza mutua, sobre todo cuando alguna de las partes entroniza en la categoría de “ética” o “moral” esas discrepancias. Una mirada objetiva ve de inmediato que a ninguno de los socios de la coalición les interesa en estos momentos una ruptura, pero ¿cuántos desencuentros y desgastes aguanta la coalición de gobierno? Habrá quien piense que tantos como se den hasta que acabe la legislatura porque a ninguno de los socios les queda otra; pero nadie ha de olvidar que la política es un arte que hacemos los humanos, esos seres imperfectos formados por un amasijo de emociones, y ahí no suele ser suficiente emprender proyectos como mal menor.
El segundo elemento de análisis es la crisis que parece estar profundizándose dentro de Unidas Podemos. Según se ha ido conociendo por los medios de comunicación el anuncio de la querella contra Batet lo hace la secretaria general de la formación morada, Ione Belarra, sin conocimiento ni de Yolanda Díaz ni de Alberto Garzón, coordinador general de Izquierda Unida. Toda su gestión es más que confusa: se anuncia en un comunicado la querella, unas horas después Echenique dice en Hora 25 en la Ser que en realidad la presentará el afectado, y finalmente el afectado decide acabar con su militancia política en Podemos. Los que tomaron esta decisión y la anunciaron dejaron ver, además de su desacuerdo con la actuación de Batet, una escasa empatía, por no decir directamente ninguneo, a Yolanda Díaz, futurible cabeza de lista de un proyecto aglutinador por la izquierda, que en esas horas libraba una batalla sobre la gestión de la reforma laboral. ¿Cómo es posible que un movimiento así no se hiciera con el acuerdo de todos los órganos, y en especial de la cara más visible de los morados? Se va abriendo paso la idea de que, pese a las enormes dificultades por aglutinar a las formaciones tanto políticas como sociales del espacio ideológico de Podemos, el proyecto que está anunciando Yolanda Díaz acabará fructificando porque no tienen alternativa. Se olvida, sin embargo, que la política no solo es cuestión de necesidad, sino que necesita de buenas dosis de convicción, entusiasmo y confianza para que resulte creíble.
Si la coalición de gobierno, la confluencia que dio lugar a Unidas Podemos, o el proyecto amplio que pretende Yolanda Díaz son únicamente un mal menor fruto de la ausencia de alternativas mejores, las vías de agua no tardarán en abrirse. Conviene no olvidar que la política, lejos de responder a elaboradas y frías estrategias, está plagada de imprevistos, accidentes y sorpresas que proceden de la naturaleza humana de quienes toman las decisiones. Cuando un proyecto se considera un mal menor, los daños pueden ser mayores.
La secuencia es conocida: una sentencia controvertida al diputado Alberto Rodríguez por una supuesta patada a un policía en una manifestación, pregunta posterior de la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, para que el Supremo le aclarara qué debía hacer, respuesta un tanto críptica del Supremo, retirada del acta de diputado, anuncio de la formación morada (o de algunos de sus líderes) de su intención de querellarse contra Batet, y finalmente Alberto Rodríguez anuncia que deja su escaño, toda actividad política y su militancia en Podemos. Queda por ver qué papel juega este episodio cuando se escriba la historia de este Gobierno, pero dudo que pase desapercibido.