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Regeneración democrática (I): ¿Por qué? Más allá del pecado original

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Los cinco días abril que siguieron al retiro del presidente Sánchez acabaron con un anuncio: la puesta en marcha de un paquete de regeneración democrática que debería suponer un “punto y aparte” en la legislatura.

Hay quien piensa que el hecho de que ese anuncio fuera el cierre en falso de una crisis aún no explicada le confiere un pecado original que le resta credibilidad. Sea como fuere, y en vista de lo necesarios que son este tipo de planes para el conjunto de las democracias occidentales y para España en particular, en este caso creo que sí es conveniente “hacer de la necesidad virtud”, por lo que dedicaré el mes de agosto a reflexionar sobre algunas de las preguntas fundamentales que pueden ayudar a profundizar en la discusión sobre  regeneración democrática

Empecemos por el principio. ¿Por qué hace falta un plan de regeneración democrática?

Porque hace años, más bien ya alguna década, que la insatisfacción con la democracia se extiende por Occidente. Es un fenómeno vinculado a las crisis económicas, como demuestran las series del CIS (hasta 2018); por eso cada vez que la economía se recupera la satisfacción con la democracia lo hace también, pero, y ahí esta el núcleo del problema, no consigue alcanzar los niveles anteriores. La tendencia, por tanto, es descendente.

Se trata de un malestar en ocasiones abstracto, en otras no tanto, que se nutre tanto de la frustración generada, sobre todo a partir de la gestión de la crisis de 2008, como de la percepción de que las democracias actuales no son capaces de gestionar los nuevos grandes retos del momento, como muestra el último trabajo de la OCDE sobre factores que impulsan la confianza en las instituciones. La crisis climática, la revolución digital o los movimientos de personas se perciben por buena parte de la ciudadanía como algo que escapa de la mano de los estados. 

En este contexto, lo que no sea un avance al ritmo de los acontecimientos, es un retroceso, y la ultraderecha, parapetada precisamente en estos temas que generan incertidumbre y miedo, impide que se avance

De esa frustración surge la desconfianza institucional sobre la que cabalga la extrema derecha. Hábiles en identificar las brechas por las que brota el desasosiego, los ultras proponen de forma sistemática una vuelta a un pasado idealizado que nunca existió, como tan bien describe Bauman en su Retroutopía, que se convierte en refugio para quienes viven rodeados de incertidumbre, inseguridad y miedo a todo cambio que les despoje de las viejas certezas que les permitían entender el mundo, su mundo. Por eso son tan certeros los análisis que sitúan la clásica disyuntiva entre izquierda y derecha, en su versión actual, como una pugna entre pasado y futuro. Un pasado al que la derecha busca volver en busca de una confortabilidad perdida, y un futuro que a la izquierda aún le cuesta definir con precisión.

En los últimos años una pregunta ha dado mucho que pensar en el campo de la filosofía, la sociología o la ciencia política. ¿Qué ocurre realmente cuando la ultraderecha gobierna? Podría pensarse que, desde un punto de vista formal, no tanto. Al fin y al cabo, llegar al poder supone someterse a una serie de constricciones de carácter normativo, económico, etc. Sin embargo, empezamos a tener ya evidencia empírica de cómo allá donde la ultraderecha gobierna se incrementan, por ejemplo, los discursos y delitos de odio. Pero hay más: su pretensión de outsiders les lleva a obstaculizar consensos institucionales tanto sobre asuntos que se creían objeto de acuerdo -la violencia machista-, como de aquellos otros más novedosos. ¿Cómo acometer la transición ecológica?, ¿qué hacer con la inteligencia artificial?, ¿cómo abordar el fenómeno necesario de la inmigración? En este contexto, lo que no sea un avance al ritmo de los acontecimientos, es un retroceso, y la ultraderecha, parapetada precisamente en estos temas que generan incertidumbre y miedo, impide que se avance.

Los desafíos se mueven más rápido de lo que las democracias son capaces siquiera de comprender, de ahí que sea necesario, con el sosiego que la reflexión requiere, dar respuestas rápidas. De lo contrario, la democracia retrocede.

Es, por tanto, crucial, que se plantee la cuestión de la regeneración democrática como un desafío generacional, transversal a todo demócrata, elevando el nivel de exigencia y mirando al futuro. Quizá sea tan sencillo como entender aquello de “renovarse o morir”.

Los cinco días abril que siguieron al retiro del presidente Sánchez acabaron con un anuncio: la puesta en marcha de un paquete de regeneración democrática que debería suponer un “punto y aparte” en la legislatura.

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