Un primer análisis de urgencia de los resultados electorales dejan datos que dicen mucho para la esperanza. En primer lugar, y es determinante, el aumento de la participación –que en este momento se cifra en el 75%– dice que la sociedad española ha entendido la trascendencia del reto que suponía hacer frente a la irrupción de la extrema derecha. En ese sentido, estas elecciones han operado como una segunda vuelta de las andaluzas, y es de prever que las próximas municipales autonómicas, locales y europeas serán una tercera ronda.
Hoy ya es indudable que el eje izquierda-derecha es protagonista en la política española y parece que lo va a seguir siendo. Lejos quedan ya los discursos que hablaban de que la izquierda y la derecha ya no existían, y Ciudadanos se ha encargado de desvanecer cualquier posibilidad de un partido que hiciera de puente entre ambos bloques. En este sentido, podemos entender que se ha cambiado el bipartidismo por un bi-bloquismo, y si hace cuatro años la pugna por el liderazgo estaba en la izquierda, esta vez se ha desplazado de forma clara a la derecha. Ciudadanos le pisa los pies a un Partido Popular al que se le adivina una larga travesía en el desierto.
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Los partidos nacionalistas, a excepción de Junts per Catalunya, han salido muy bien parados de unas elecciones en las que, entre otras cosas, se jugaba el modelo de Estado y en el que se sentían especialmente interpelados. La subida de participación en Cataluña así lo atistegua, y al mismo tiempo nos señala que el debate sobre el modelo de organización territorial del Estado sigue siendo un asunto pendiente de resolver, aunque paradójicamente los resultados dificulten su abordaje inmediato.
Pero si algo destacaría de estos resultados en una primera impresión es que la sociedad española está menos crispada y polarizada que sus representantes. Tanto el resultado en Cataluña como en el resto de España demuestra la apuesta por aquellas opciones más proclives al diálogo y el encuentro. Si, supongo que los sorprenderá que afirme esto cuando más de dos millones y medio de electores han votado por la extrema derecha. El asunto es muy grave, pero es el 10% del electorado, muy lejos de los porcentajes que partidos similares obtienen en otros países europeos.
En estos momentos, más allá de especular sobre posibles pactos, conviene preguntarse cuáles han sido los motivos que han llevado a ese sector de la sociedad a votar a Vox. Es una urgencia democrática entenderlos, comprender sus motivos, conocer sus perfiles, argumentos, sentimientos y opinión. Ese el mayor favor que hoy, los que nos dedicamos a indagar en la esfera pública, podemos hacerle a la democracia.
Un primer análisis de urgencia de los resultados electorales dejan datos que dicen mucho para la esperanza. En primer lugar, y es determinante, el aumento de la participación –que en este momento se cifra en el 75%– dice que la sociedad española ha entendido la trascendencia del reto que suponía hacer frente a la irrupción de la extrema derecha. En ese sentido, estas elecciones han operado como una segunda vuelta de las andaluzas, y es de prever que las próximas municipales autonómicas, locales y europeas serán una tercera ronda.