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Cómo tratar a la ultraderecha

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Conforme los partidos de ultraderecha han ido ganando espacio en las instituciones democráticas europeas, ha cobrado mayor sentido entre los demócratas este interrogante. ¿Qué hacer con ellos, cómo tratarles, para evitar su ascenso?

Para clarificar el debate puede ser interesante diferenciar dos ámbitos. Por un lado, el referente a su papel en las instituciones. Por otro, quizá más relevante si cabe, su tratamiento en el debate público.

En el primero de los espacios, en Europa en estos momentos existen desde cordones sanitarios como los ejercidos por Merkel hasta la plena normalización en acuerdos de gobierno, como los que se aplican en la Comunidad de Madrid o Andalucía, entre otros. Hasta la fecha no existe evidencia clara de que unos u otros sirvan más para detener el ascenso de los antidemócratas. Puede intuirse que su incorporación a las instituciones erosionará el barniz antiestablishment en el que tan cómodos están (nótese el hashtag #SoloQuedaVOX lanzado por esta formación con motivo de las elecciones catalanas), pero al mismo tiempo su condicionamiento de la acción de gobierno (ahí está la desaparición de la Dirección General de Igualdad del Ayuntamienteo de Madrid como condición para la aprobación de los presupuestos o la eliminación de apoyos a la colectivos sociales en Andalucía, entre otros), erosiona fuertemente una democracia asentada en la idea de inclusión y equidad. Con los cordones sanitarios pasa lo contrario. Si bien es cierto que consiguen evitar cualquier influencia en la política ejercida, también lo es que refuerza su imagen de antisistema en oposición a una denostada “clase política”. Es posible que haya que acudir a otros factores, como el momento en que se encuentra cada una de esas formaciones, la historia del país en cuestión o el asentamiento de valores democráticos compartidos en las derechas institucionales, para poder valorar cada caso.

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El segundo de los ámbitos donde se plantea el debate es en su tratamiento en el espacio público. Hay quien piensa que lo más efectivo para evitar la propagación de las ideas de la ultraderecha es hacerles el vacío. Como si no existieran. Algo así hicieron los candidatos a las elecciones en Cataluña en el debate organizado por TVE hace unas semanas. Desde luego, es loable no entrar en la provocación y tratar de evitar por todos los medios que la agenda la marquen los antidemócratas. Sin embargo, están ahí, participando como uno más, y el ignorarlos no les va a hacer desaparecer. Es más, los convierte en el elefante blanco en la habitación. La otra opción es enfrentar sus argumentos con datos en un discurso bien trabado y articulado. Así lo hizo Iñigo Errejón el otro día en el Congreso en una intervención que ha recibido numerosos aplausos, o el periodista Diego Losada en 24 horas de TVE al desmontar en dos minutos con datos oficiales el discurso xenófobo de Ortega Smith. De esta manera se les incorpora al mismo espacio que los demás –ya no podrán decir que sólo quedan ellos como entes puros frente a esos políticos que solo miran por sí mismos–, pero sus ideas son rebatidas con datos y argumentos.

Es cierto que siempre habrá quien desconfíe de los datos –sean los que sean–, quien no alcance a entenderlos muy bien, o a quien les de igual. Pero eso es otro problema, y apunta al fondo de la cuestión, que no es otro que entender bien qué hemos hecho mal como sociedad para que discursos xenófobos, excluyentes, machistas y profundamente insolidarios hayan encontrado eco en la Europa que conoció a Hitler, Mussolini o Franco entre otros, y cuyas salas de cine están repletas de imágenes del exterminio judío, las bibliotecas a rebosar de ensayos y novelas que narran con estremecedora precisión las batallas de la II Guerra Mundial, y no hay más que provocar a los más veteranos para comprobar cómo las huellas de la guerra civil española se encuentran a simple vista en muchos territorios.

Mientras se sigue investigando y se encuentra evidencia de cuál es la forma más eficaz de tratar a la ultraderecha, hay cosas que se pueden hacer ya: no obviar su existencia, no permitir que se sitúen fuera del sistema como salvadores de un pueblo de cuyas esencias se erigen en representantes, desmentir sus falsedades, y, por supuesto, no jugar con ellos dándoles jabón para, de paso, debilitar a tu adversario.

Conforme los partidos de ultraderecha han ido ganando espacio en las instituciones democráticas europeas, ha cobrado mayor sentido entre los demócratas este interrogante. ¿Qué hacer con ellos, cómo tratarles, para evitar su ascenso?

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