Érase una vez un libro que no se podía leer sin prejuicios

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Érase una vez un libro que no se podía leer sin prejuicios o, mejor dicho, sin un único prejuicio: el prejuicio del pastón que se había pagado por sus derechos internacionales (hasta 500.000 dólares, dicen; que de dinero no se habla y, cuando se habla, tampoco se precisa demasiado).

Durante diez o doce días de enero, lo que dura una noticia de las largas, la gente cool hablaba de Milena. No de Milena y el fémur más bello del mundo, novela ganadora del Planeta, no. De Milena Busquets.

Tampoco hablaban de si su novela era buena, mala o regular (no la habían leído). Hablaban de dinero. Hablaban de si Milena se merecía ese dinero.

La novela de Milena se llama También esto pasará y en octubre, varios meses antes de que se publicara, había conseguido venderse en casi treinta países y con cifras de anticipo que los autores (y los agentes, y los editores) apenas imaginamos en los contratos de Ken Follet.

Qué feo hablar de dinero, insisto (así nos educaron y así nos va). Salvo que sea del que le pagan a otro y podamos dudar de que lo merezca. Si es el que pagan a otro, dudamos con mucha seguridad.

(donde digo “dudamos”, entiéndase “envidiamos”)

Durante diez o doce días de enero, no se pudo leer a Milena sin prejuicios.

Pero eso también pasó.

Pasó como pasan tantas otras noticias: porque llega algo más urgente, más morboso, más llamativo. Porque nos aburrimos de hablar de un libro que no hemos leído. Porque, poco a poco, nos damos cuenta de que lo que se paga por un libro no es culpa del autor ni mérito del libro, sino una mezcla de circunstancias (azar, talento, timing) y que olé sus ovarios y que lo disfrute.

Pasó porque el anticipo de Milena no le ha quitado nada a nadie. Repito por si acaso: no le ha quitado nada a nadie.

Pasó y a Milena la leímos los que leemos.

Su novela es una novela sobre la vida. O sea, sobre la muerte, el sexo, el amor, la amistad y el dolor. Una novela con un punto de vista y una voz femenina fuerte e insegura, salvaje a su manera. Una voz que merece la pena escuchar.

(Lo digo con toda la autoridad que me da haber publicado yo también una novela sobre el duelo y la muerte de la madre. Lo digo, pues, con ninguna autoridad más que la de querer los libros y leerlos).

Esa voz dice cosas que parecen frívolas e importan, como ésta:

"Antes de acostarme, veo que tengo una llamada perdida de Tom. No se la devuelvo, está buscando a alguien, pero no a mí".

Y dice también algo que se cita siempre que se habla de ella:

"Cuando era niña, para ayudarla a superar la muerte de su padre, a Blanca su madre le contó un cuento chino. Un cuento sobre un poderoso emperador que convocó a los sabios y les pidió una frase que sirviese para todas las situaciones posibles. Tras meses de deliberaciones, los sabios se presentaron ante el emperador con una propuesta: «También esto pasará.» Y la madre añadió: «El dolor y la pena pasarán, como pasan la euforia y la felicidad.»"

El libro de Milena dice muchas cosas y las dice bien.

Igual que el nacionalismo se cura viajando, los prejuicios se quitan leyendo.

Érase una vez un libro que no se podía leer sin prejuicios o, mejor dicho, sin un único prejuicio: el prejuicio del pastón que se había pagado por sus derechos internacionales (hasta 500.000 dólares, dicen; que de dinero no se habla y, cuando se habla, tampoco se precisa demasiado).

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