2025, el final explicado (atención, ‘spoilers’)

"Nosotros solo lo organizamos, son los jugadores los que eligen libremente participar", se defiende el Líder detrás de su máscara. "No me vengas con chorradas, os aprovecháis de la gente desesperada que vive al límite y jugáis con sus vidas para divertiros", le responde el jugador 456. Los dos protagonistas de la segunda entrega de El juego del calamar, estrenada en plenas navidades, conversan a bordo de una espectacular limusina blanca. Estamos viendo el episodio dos y el Líder, el malo de la serie, se revela sorprendentemente como un fan de Matrix. Pregunta a su interlocutor si es que quiere convertirse en un nuevo Neo. Y menciona la famosa escena de las pastillas de la primera película de la saga, estrenada hace 25 años. En ella, Neo, interpretado por Keanu Reeves, y Morfeo, en la piel de Laurence Fishburne, mantienen también una charla clave para la trama: Morfeo le plantea un dilema, elegir entre dos píldoras, un azul y otra roja. Si tomas la primera, sigues viviendo feliz sin enterarte de nada. Si te tragas la segunda, sabes la verdad y, claro, te complicas la existencia. Neo elige la roja. Y comienza, o eso cree, a dinamitar Matrix. Medio siglo después, el jugador 456 opta también por destruir el inquietante juego que da título a la serie más vista de la historia de Netflix. No sabremos si lo logrará hasta la tercera temporada, que ya está grabada y se emitirá este 2025.

Mark Zuckerberg cambió en 2018 el engranaje secreto de su juguete, Facebook, para relanzar su negocio y, de paso, jugar con nosotros. El algoritmo de la plataforma fomentaría ahora los mensajes que removiesen las emociones de sus usuarios. Nada de noticias veraces, información contrastada o titulares precisos. Las élites tardaron poco en tomar nota. Las sutilezas y la honestidad no dan clics ni votos; las exageraciones, los insultos y la polarización, sí. Nada sería ahora exactamente la verdad. Nada, en realidad, una mentira. Siete años después, la burundanga de las redes sociales se ha trasladado a los medios de comunicación. Los ciudadanos ya no saben si les engañan y, lo peor de todo, ha acabado por importarles poco. Es también el terreno fértil donde crecen el miedo y el odio. Y el coladero perfecto por donde corre sin barreras el discurso de la ultraderecha. En octubre de 2021, Frances Haugen, ejecutiva de Facebook arrepentida y filtradora de sus secretos, explicó en el Senado de EEUU: "Me incorporé a la empresa porque pensaba que tenía el potencial de sacar lo mejor de nosotros mismos. Pero hoy estoy aquí porque creo que sus productos perjudican a los niños, disparan la división política y debilitan la democracia".

Si las pastillas rojas han servido durante dos décadas para explicarlo casi todo tanto en la barra de un bar a partir de las dos de la madrugada como a mediodía en el paraninfo de una universidad, el rastro de sangre también roja que deja atrás el calamar amenaza también con interpretarlo casi todo en los próximos años

El juego del calamar es la versión Temu de Matrix. Las sofisticadas hermanas Wachowski, creadoras de esta última saga, nos presentaron un mundo capitalista aseado y elegante, una sociedad perfecta en el que se habían acabado la historia y las ideologías, pero detrás del cual se escondía una escalofriante maquinaria que usaba al ser humano como combustible. Hwang Dong-hyuk nos introduce en su coloreada serie de actores mediocres en una siniestra organización que dirige un juego secreto con un premio multimillonario en el que los concursantes son pobres fracasados que son paseados delante de un subfusil a medida que van siendo eliminados en las sucesivas pruebas. Si las pastillas rojas han servido durante dos décadas para explicarlo casi todo tanto en la barra de un bar a partir de las dos de la madrugada como a mediodía en el paraninfo de una universidad, el rastro de sangre también roja que deja atrás el calamar amenaza también con interpretarlo casi todo en los próximos años. El mantra neoliberal de la libertad es una trampa, el éxito no es consecuencia del mérito, la solidaridad entre desesperados es poderosa, la violencia es en ocasiones legítima… en fin, nos metemos en un jardín minado poco apropiado para unas fechas en las que triunfan en plataformas propuestas como La Navidad de una adicta a los zapatos o la incombustible Solo en casa. ¿Y qué nos espera este 2025? Ni idea, pero tengan cuidado ahí fuera porque el titular de esta columna lo podría haber dictado Zuckerberg. Feliz Año. Urte berri on. Feliz aninovo. Bon any nou.

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