Santiago Casares Quiroga pasa por ser uno de los personajes más inquietantes de nuestro siglo XX. Quizás porque, a diferencia de otros protagonistas del volcánico período por el que transitó, este republicano culto, cosmopolita, elegante y rico no dejó escrita ni una palabra sobre lo que vivió en su último día como presidente del Gobierno de la República el 18 de julio de 1936. Lo que sí sabemos es cómo le trataron los vencedores. Los fascistas se incautaron de su casa de la rúa Panaderas de A Coruña, se apropiaron de los muebles, dieron fuego a sus libros y mantuvieron arrestadas para escarnio público a su hija mayor y a su nieta hasta mediados de los 50. Fue el republicano más odiado de la derecha, un traidor a su clase, un cerdo masón de izquierdas que se colaba con toda naturalidad en las manifestaciones obreras ataviado con su ropa de dandy comprada en Londres.
La venganza definitiva contra Casares Quiroga, ya en el exilio, llegaría de la mano del nuevo gobernador civil, un tal Arellano, que ordenó eliminar su nombre y apellidos del registro de nacimientos por estar reservado para “seres humanos y no para alimañas”. Este lunes 21 de noviembre se han cumplido cien años del nacimiento de María Casares Pérez en A Coruña. Hija menor del político republicano, cruzó a los 14 años la frontera francesa rumbo al exilio junto a su fascinante madre, Gloria Pérez Corrales, hija de una cigarrera de la Fábrica de Tabacos, y junto al entonces amante de mamá, un revolucionario comunista de 18 años. María siempre vio en la figura de su abuela cigarrera el símbolo de las mujeres independientes y fuertes. Y en la de su madre, el de las mujeres indomables. La niña, que no sabía una palabra de francés, acabó convertida en la gran dama de los escenarios parisinos primero, en una estrella del cine después y, finalmente, en una mujer increíblemente libre.
El tal Arellano logró a medias su venganza. No logró borrar el apellido Casares de la Historia. Para los franceses, es ahora el apellido de una diosa de su enorme panteón cultural. En la España de 2022, sin embargo, no la conoce ni dios
Pablo Picasso, Max Jacob, Jean Cocteau, Robert Bresson, Gérard Philipe... La agenda de la actriz gallega llegó a ser una pequeña enciclopedia del siglo XX. Albert Camus fue el hombre de su vida, y ella la mujer más importante en el superpoblado corazón del autor de El extranjero. El tal Arellano logró a medias su venganza. No logró borrar el apellido Casares de la Historia. Para los franceses, Casarès, con acento raro, es ahora el apellido de una diosa de su enorme panteón cultural. En la España de 2022, sin embargo, no la conoce ni dios. Durante todo este año, A Coruña ha intentado reparar este olvido conmemorado con una serie de actos el centenario de su nacimiento. He aquí este mínimo homenaje a su memoria ahora que las alimañas, las de verdad, han regresado esta semana a la tribuna del Congreso.
Santiago Casares Quiroga pasa por ser uno de los personajes más inquietantes de nuestro siglo XX. Quizás porque, a diferencia de otros protagonistas del volcánico período por el que transitó, este republicano culto, cosmopolita, elegante y rico no dejó escrita ni una palabra sobre lo que vivió en su último día como presidente del Gobierno de la República el 18 de julio de 1936. Lo que sí sabemos es cómo le trataron los vencedores. Los fascistas se incautaron de su casa de la rúa Panaderas de A Coruña, se apropiaron de los muebles, dieron fuego a sus libros y mantuvieron arrestadas para escarnio público a su hija mayor y a su nieta hasta mediados de los 50. Fue el republicano más odiado de la derecha, un traidor a su clase, un cerdo masón de izquierdas que se colaba con toda naturalidad en las manifestaciones obreras ataviado con su ropa de dandy comprada en Londres.