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Tengan cuidado si se cruzan con John Adams

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No vamos a interferir desde estas líneas en la voluntad política de vascas y vascos, que este domingo tienen una trascendental cita con las urnas. Por eso vamos a hablar de John Adams. Corría enero de 1780 y el que iba a ser el segundo presidente de Estados Unidos se dejó caer cinco días por Bilbao. Había embarcado en Boston con destino a París y el encargo del Congreso de lograr un acuerdo de paz con la metrópoli tras cuatro años en guerra contra el pérfido Jorge III, esposo de nuestra querida Carlota de Los Bridgerton. Una vía de agua en la fragata La Sensible obligó al capitán a buscar refugio en Ferrol. De allí la comitiva se puso en marcha por tierra hacia Hendaia. Bilbao era parada obligatoria. Desde su puerto partía en secreto la ayuda española a los insurrectos de la mano de Diego de Gardoqui, que acogió en su casa a John Adams. El bilbaíno Gardoqui, un personaje con el que Netflix tendría historia para una serie interminable, sería luego uno de los primeros embajadores europeos en EEUU, amigo de George Washington y culpable de que el dólar tenga ese extraño símbolo: $. Tiene hasta estatua en Filadelfia, cuna de la revolución americana. Pero esa es otra historia.

Esta gente extraordinaria ha preservado su antigua lengua, genio, leyes, gobierno y costumbres sin cambios, mucho más que cualquier otra nación de Europa… dejó escrito John Adams tras su paso por Bilbao

Otra estatua, en este caso un pequeño busto, recuerda en el centro de Bilbao la visita de John Adams. Incluye una leyenda en inglés, euskera y castellano extraída de su libro A defense of constitutions of Governement of the United States of America: “Esta gente extraordinaria ha preservado su antigua lengua, genio, leyes, gobierno y costumbres sin cambios, mucho más que cualquier otra nación de Europa”. La gente extraordinaria son los vizcaínos, claro, que el concepto vascos no estaba todavía bien cocinado. Me temo que John Adams no sabía el jardín en el que se estaba metiendo. En este tocho, un currado manual de derecho constitucional comparado de la época, se pueden leer frases de este calibre: “La Ilustre y Noble República de la Metrópolis de Bilbao que es a su vez capital de otra República que es Bizkaia, dentro de España pero totalmente autogobernada e independiente”. Lo dicho, un jardín.

No se sabe qué exageraciones le contaron a John Adams en el Botxo, pero se fue de allí camino de París con muchas notas –este hombre lo apuntaba todo– para diseñar la arquitectura constitucional de lo que luego se convertiría en la primera potencia política, económica y cultural del planeta. Firmante de la Declaración de Independencia en 1776, padre de la Constitución de los Estados Unidos de 1787 –ya saben, We the People–, primer inquilino de la todavía en obras Casa Blanca… y ahora ¿padre fundador del hecho diferencial vasco? Ayuso se dejó ver esta semana por Bilbao. Aunque las fotos que colgó en redes la mostraban repartiendo besos por la calle a diestro y siniestro o tomando una caña en libertad en un bar de moteros, hay una muy preocupante y que ha pasado desapercibida: la presidenta saludando a John Adams, bueno, a su busto. ¿Cómo es posible que MAR no la alertase de quién es este nefasto personaje? ¿Estamos ante una sofisticada encerrona soberanista? No se confundan este domingo quienes vayan a votar. Voten bien, les estamos observando. En plan bien, ¿eh?

No vamos a interferir desde estas líneas en la voluntad política de vascas y vascos, que este domingo tienen una trascendental cita con las urnas. Por eso vamos a hablar de John Adams. Corría enero de 1780 y el que iba a ser el segundo presidente de Estados Unidos se dejó caer cinco días por Bilbao. Había embarcado en Boston con destino a París y el encargo del Congreso de lograr un acuerdo de paz con la metrópoli tras cuatro años en guerra contra el pérfido Jorge III, esposo de nuestra querida Carlota de Los Bridgerton. Una vía de agua en la fragata La Sensible obligó al capitán a buscar refugio en Ferrol. De allí la comitiva se puso en marcha por tierra hacia Hendaia. Bilbao era parada obligatoria. Desde su puerto partía en secreto la ayuda española a los insurrectos de la mano de Diego de Gardoqui, que acogió en su casa a John Adams. El bilbaíno Gardoqui, un personaje con el que Netflix tendría historia para una serie interminable, sería luego uno de los primeros embajadores europeos en EEUU, amigo de George Washington y culpable de que el dólar tenga ese extraño símbolo: $. Tiene hasta estatua en Filadelfia, cuna de la revolución americana. Pero esa es otra historia.

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