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La fuerza de Jeremy Corbyn

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¿Qué tiene Jeremy Corbyn que ha arrasado en las primarias laboristas con un 59,5% del voto frente a sus tres competidores? ¿Por qué ha generado una ola de entusiasmo que ha llevado a decenas de miles de jóvenes a afiliarse al Partido Laborista y que ha atraído a viejos militantes que habían abandonado el partido?

Ha ganado con todos los medios de comunicación en contra. En la prensa progresista, The Guardian optó por Yvette Cooper, no por Corbyn. Los viejos dinosaurios de la Tercera Vía arremetieron con furia contra él. Todos los líderes anteriores, Neil Kinnock, Tony Blair y Gordon Brown, trataron de evitar su victoria. Blair llegó a escribir que Corbyn vive en una realidad paralela, en el mundo de Alicia en el país de las maravillas, y que sus votantes habían perdido la razón. Incluso dijo que quienes llevaban a Corbyn en su corazón necesitaban un trasplante…

Corbyn no es un recién llegado, no es un “político nuevo” ni representa la “nueva política”. Ha sido diputado laborista desde 1983. Pertenece al ala izquierda del partido y conoce perfectamente el funcionamiento de la política parlamentaria. Si algo le caracteriza es la integridad. Su compromiso con las causas de la izquierda y con la lucha por la igualdad es legendario e incuestionable. Tiene convicciones y está dispuesto a defenderlas cueste lo que cueste (ha votado en cientos de ocasiones en contra del criterio de su partido). Cuando habla no está pendiente de lo que vayan a decir los medios y los tertulianos al día siguiente. No le da miedo afirmar que quiere renacionalizar el ferrocarril y algunas grandes empresas energéticas. No abandona la claridad cuando habla sobre temas internacionales delicados e incómodos, rompiendo todos los lugares comunes y expresiones eufemísticas que habitualmente se utilizan en este ámbito (por ejemplo, al tratar los problemas de Oriente Medio). No busca quedar bien ni pretende agradar a todo el mundo: se limita a defender sus ideas. No quiere ser rompedor. No lo necesita. Le basta con ser sincero. Sus discursos consiguen un efecto electrizante, por lo inusuales que resultan en estos tiempos.

No tengo la menor idea de cuál será su futuro como líder del partido. Es muy probable que no sea el mejor candidato para ganar unas elecciones en un país en el que las ideas conservadoras y neoliberales son dominantes. Pero si una virtud tiene Corbyn es la contundencia con la que cuestiona los discursos dominantes. Rompe las barreras virtuales que ahogan el debate político contemporáneo: insiste en la importancia de la acción colectiva, del bien común y de la superación del individualismo consumista. En cuanto lo hace así, se sitúa al margen de las reglas de juego impuestas por el liberalismo y que tanta asfixia producen a los partidos socialdemócratas tradicionales. Hasta dónde pueda llegar su capacidad para reconducir los términos del debate político lo veremos en los próximos años.

La falta de apoyos en el establishment e incluso en su propio grupo parlamentario serán serios obstáculos. No cabe descartar, pues, que quede como un anómalo y breve paréntesis en la larga historia del partido laborista. Ahora bien, su elección ha sido un revulsivo necesario en la política británica: quien aspire a liderar el partido en el futuro tendrá que hacerse cargo del mensaje que han lanzado unas bases que han recuperado la ilusión. Corbyn encarna una socialdemocracia menos obsesionada con ganar el poder a cualquier precio: hay ciertos umbrales que no se deben traspasar, hay ciertas complicidades con los poderes financieros que no se deben cultivar y hay ciertos principios que no se deben sacrificar en nombre del realismo. Su apuesta por la igualdad y la redistribución dejarán una huella, pase lo que pase con el partido laborista.

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En la política europea hemos llegado a un punto en el que lanzar un mensaje nítidamente socialdemócrata, centrado en la lucha contra la desigualdad y la injusticia, que rompe con el statu quo liberal que se ha institucionalizado y blindado en Europa, aparece como algo revolucionario o incluso utópico. Ahora se apresurarán a tacharlo de iluso, de antiguo y de ingenuamente idealista, de no haber entendido el mundo global en el que vivimos, de poner en peligro la economía.

Resulta inevitable establecer algunas analogías y diferencias con España. Compárese la profundidad de los debates entre los candidatos allí con los que tienen lugar aquí. Cada candidato ha expuesto sus ideas y estas eran bastante distintas entre sí. En España, cuando hay primarias o competición interna, se admiten diferencias de personalidad y de modelo de organización interna del partido, pero nunca salen a relucir auténticas diferencias ideológicas ni programáticas, por un miedo atroz a las “fracturas internas” (así sucede tanto en el PSOE como en Podemos; en el PP sigue imperando el ordeno y mando).

Corbyn es un tipo seguro, pero no arrogante. Defiende sus ideas con firmeza, pero sin chulería. No tiene la petulancia intelectual ni el palabreo pedante de los dirigentes de Podemos: no habla de “hegemonías” ni de “significantes vacíos” ni de “núcleos irradiadores”. No actúa como si fuera un famoso de los medios. Representa una forma limpia, clara y directa de hacer política que ha tocado el nervio más sensible de muchos ciudadanos hartos de que se les diga que no hay forma de combatir las desigualdades e injusticias de nuestro tiempo.

¿Qué tiene Jeremy Corbyn que ha arrasado en las primarias laboristas con un 59,5% del voto frente a sus tres competidores? ¿Por qué ha generado una ola de entusiasmo que ha llevado a decenas de miles de jóvenes a afiliarse al Partido Laborista y que ha atraído a viejos militantes que habían abandonado el partido?

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