El ambiente de la cafetería era opaco. Sentadas en las mesas las mujeres con uñas largas y rojas se acercaban cigarros a la boca. Ellos eran pocos, la mayoría arrellanados en la barra, echando el humo con un puño apoyado en la cadera. La neblina lo inundaba todo mientras merendaba un vaso de leche. Eran los años ochenta, yo una niña de once años y los locales de España un cenicero.
¿Quién no fumaba en aquella España de mi infancia? En el patio del colegio de monjas nos preguntábamos unas a otras:
–¿Tú vas a fumar de mayor?
Yo respondía muy convencida:
–Sí, por si mi jefe me ofrece un cigarro en una reunión.
En mi imaginación mi superior siempre era un hombre, severo, en un despacho de madera. Si lo fumo me dará un aire masculino e independiente y me tratará como uno más, reflexionaba.
En aquella España a la vuelta de la esquina del franquismo, que se pensaba libre pero era machista y tenía aún el corazón apretado por el miedo, sabíamos que el tabaco era malo, pero no terminábamos de creer cuánto. Hoy las cifras son demoledoras y no dejan lugar a dudas. Más de 50.000 personas mueren cada año en España por consumir tabaco, unas 20.000 por cáncer de pulmón. Cada día 50 personas mueren por EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica) ahogados por el tabaco.
Pero nos da igual. El 23% de los españoles fuman a diario, más de un millón son jóvenes de entre 16 y 24 años.
Hojeando hace un par de días en el aeropuerto una revista estadounidense de ciencia me encuentro un anuncio con la última estrategia de la industria tabacalera: los cigarrillos 100% naturales libres de aditivos, hechos con plantas de tabaco y mentol de agricultura orgánica. “Mátate naturalmente”, debería apostillar la publicidad. ¿Soy yo o insinúan que este tabaco es más sano y cuida el medioambiente?
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Acompañan a este concepto disparatado las advertencias obligatorias que indican que el hecho de que carezca de aditivos y sea tabaco orgánico no hace los cigarros más seguros, y el ya clásico apunte de los médicos señalando que el tabaco produce cáncer de pulmón, enfermedades del corazón, enfisema y problemas de fertilidad. En conjunto, la página es un sinsentido.
Pero nos da igual. Aunque en Europa están prohibidos los anuncios como este, el tabaco y papel orgánico se están poniendo de moda. Las advertencias incontestables también nos producen indiferencia.
Fumar sano no es posible. Da igual que sea de liar, que le quiten la nicotina añadida y demás aditivos. Fumar mata. Inhalar humo es tóxico. Y ridículo. Y tan triste como niñas soñando con hacerlo de mayores. ¿Cuándo vamos a terminar de creerlo?
El ambiente de la cafetería era opaco. Sentadas en las mesas las mujeres con uñas largas y rojas se acercaban cigarros a la boca. Ellos eran pocos, la mayoría arrellanados en la barra, echando el humo con un puño apoyado en la cadera. La neblina lo inundaba todo mientras merendaba un vaso de leche. Eran los años ochenta, yo una niña de once años y los locales de España un cenicero.