El sueño de la razón Luis García Montero

Vivir es aprender a despedirse. De todas las acciones en las que invertimos nuestro bono de vida, las despedidas son las que más se repiten, aunque solo seamos conscientes de algunas de ellas. Y menos mal, tener el adiós en la mirada desde que abrimos los ojos por primera vez sería un sinvivir… Hay niños que lo saben bien, les ha tocado estar preparados para despedirse a diario, por la fatal suerte de la enfermedad o por esa mierda que es la guerra entre adultos.
Pero si todo va bien –dentro de un orden– nos vamos de la niñez sin trascendencia alguna, como cerramos la puerta cualquier tarde para bajar a jugar con la pelota, sin pensar en que tal vez será la última… Dejamos la infancia sin darnos cuenta de que le hemos dicho adiós, porque el deseo de ser mayor es tan poderoso que lo eclipsa todo.
Y así caminamos, sin parar de quemar etapas que se abren a distintos ritmos, como las palomitas en la sartén, primero con lentitud, ligeramente distanciadas unas de otras y al final en un chisporroteo incesante e imparable que acaba en silencio, como la vida…
Todo lo vivido contiene trazas de metal que en algún descuido se pegan a ese imán tan pesado que es la nostalgia
Hablo con amigas y amigos jubilados que soñaron muchas noches con no madrugar al día siguiente para trabajar y cuando eso llega, algunas me confiesan una mezcla de sentimientos agridulces, como esas infusiones que llevan muchas hierbas y un trago te sabe más a verbena y el siguiente te deja un ligero regusto a clavo… Es que todo lo vivido contiene trazas de metal que en algún descuido se pegan a ese imán tan pesado que es la nostalgia.
Estoy leyendo La Historia absurda del mundo II de Ad Absurdum, trío magnífico de historiadores y en uno de los primeros capítulos hablan de El Temerario, ese famoso cuadro de Turner en el que el pintor y su amigo son testigos de una despedida, la del mundo que termina: un remolcador a vapor arrastra a un viejo navío a vela hacia el desguace…
Así explican lo que Turner simboliza en su obra: “La modernidad se llevaba por delante todo, desde la forma de entender el trabajo a las estructuras tradicionales de poder, pasando por la concepción del ocio y del tiempo libre (…) pero añaden, con su mirada de historiadores: “Aunque este era el final de muchas cosas, también era el principio de otras muchas. Otro más de los cambios que mueven la historia, y lo que nos queda por recorrer sigue siendo fascinante”.
Creo que esa idea del “hola” que va de cada “adiós”, le da sentido a la vida. Vivir es aprender a despedirse, sí, pero lo bueno es que, salvo la definitiva –esa no tiene vuelta a no ser que seas Jesucristo…–, todas las despedidas contienen un renacer. Cada final dibuja el primer trazo de un nuevo inicio y al calor de la cremá se prende lo próximo. Y así será hasta que llegue el silencio…
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