Cantar al Cristo de los Gitanos Luis Arroyo

Yo he visto cosas que vosotros no creeríais, he visto señoras mayores de Triana hacer monólogos de humor basados en sus vidas. Mientras escribo esto, salta en mi móvil la penúltima ocurrencia del arancelópata… a la mierda el buen rollo.
Hace no tanto, en las novelas, películas o series de ciencia ficción yo me abandonaba alegremente al disfrute. Me dejaba llevar por esas historias que me transportaban, durante el tiempo de lectura o de visionado, a un mundo inventado. Jugaba a creer. Me apuntaba con entusiasmo al juego de fantasía consciente de que, al cerrar el libro o al encenderse las luces de la sala del cine, los personajes, las atmósferas, las tramas se desvanecerían y yo volvería a la realidad.
Pero de un tiempo a esta parte, tengo tal sensación de irrealidad al ver las noticias que me cuesta distinguir una película de un informativo, no sé si a ti también te pasa… La geopolítica menea a tal velocidad el abanico mundial de villanos estrambóticos que el minuto a minuto parece inverosímil.
Entre los siniestros personajes que dirigen la orquesta mundial y los espejismos que nacen de la IA generativa, las historias de vida de gente corriente serán la nueva ciencia ficción
Hace unos días, una amiga que me conoce bien y me quiere mejor me recomendó un documental: Orgullo vieja. Esta obra audiovisual se llevó la Biznaga de Plata en el Festival de Cine de Málaga el año pasado, pero a mí se me había escapado, imperdonable. De no haber sido por mi querida prescriptora, que anduvo espabilada, yo me habría perdido uno de los mejores ratos frente a la pantalla que he pasado últimamente.
Por si no lo has visto, como enemiga de reventar ilusiones que soy, solo te contaré la premisa: un grupo de mujeres, de entre 66 y 98 años, que viven en el barrio sevillano de Triana, tienen el sueño de ser monologuistas. El resto tienes que verlo.
Ah, también puedo adelantarte, sin destrozar nada, que este viaje cinematográfico contiene el rasgo que más admiro del ingenio andaluz: la fusión perfecta entre humor y dolor. En mi opinión, esa mezcla da lugar al sabor más inconfundible del pueblo del que brotaron mis raíces, y mira que me gusta el gazpacho…
El documental del que les hablo tiene mucho de ese algo que nos salva, esa sensación de pertenencia cálida que se enciende cuando unos seres humanos conectan con la pena y la alegría de otros. Y al paso que vamos, entre los siniestros personajes que dirigen la orquesta mundial y los espejismos que nacen de la IA generativa, las historias de vida de gente corriente serán la nueva ciencia ficción.
Hago desde aquí una reverencia a las Reinas de Triana, Pepa, Antoñita, Pepi, Esperanza, Remedios, Kiska, Catalina y Rafaela, y les doy las gracias a ellas y a cada persona que trabajó en ese proyecto. Yo necesito historias como esa, historias pequeñas que cuentan lo más grande, historias que sigan contando lo que somos. De lo contrario, todos esos recuerdos se perderán como lágrimas en la lluvia…
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