Pau, jugador de baloncesto, ha abandonado la cancha; Manolo, portero, ha dicho adiós a la portería, la del bloque de vecinos en el que ha trabajado toda la vida. Ambos tienen mucho en común, aunque quizás no lo sepan.
Pau ha pasado por diferentes equipos punteros y en todos ellos ha sido imprescindible. Manolo se ha entregado a un solo edificio y ha sido imprescindible para los vecinos. Pau ha sido capitán, ha controlado en la cancha los movimientos del equipo según las órdenes del entrenador. Manolo ha sido el capitán del bloque, ha controlado los movimientos en la escalera según las directrices de la comunidad.
Pau tiene un palmarés brillante, con más medallas y anillos que un rapero. Manolo puede presumir de un trofeo desgraciadamente inalcanzable para tantos, una vida laboral larga y estable.
El pasado martes, Pau se convirtió en leyenda de Los Ángeles Lakers en esa ceremonia emocionante que consiste en colgar la camiseta en el estadio Crypto.com Arena. Manolo se despidió de mí hace unos días frente a su portal, en ese trocito de acera en el que, cada mañana, durante años, he tenido que detenerme porque Betty, mi perra, no vivía si no le daba a su amigo los buenos días.
El discurso de despedida de Pau Gasol fue emocionantísimo: las palabras a sus padres, a sus hermanos, a su mujer y a sus hijos. Las que dedicó a sus compañeros, a todos aquellos que lo ayudaron, a su otro hermano, Kobe, y a su viuda, Vanessa.
Pero de todo ese maravilloso relato de agradecimiento, me detuve en una frase, la que le dedicó al público: “Gracias por hacerme sentir especial”. Ahí vi a Pau más campeón que nunca. Esa manera tan clara de poner el valor de lo que representas en quien te sigue y no en ti, es la que distingue a los verdaderamente grandes. Esa idea tan alejada de quienes se sienten especiales mirando siempre hacia ellos, como si vivieran permanentemente reflejándose en un espejo. Esa grandeza de la humildad frente a la mediocre vanidad.
En la vida hay marcadores objetivos de nuestros logros, pero hay otros intangibles con mucho más valor
Las palabras de despedida de Manolo cuando le deseé lo mejor, también me emocionaron: “gracias, cariño”, porque iban con sonrisa, la misma que había dedicado cada mañana a una perrita pesadísima que le reclamaba descaradamente una caricia.
En la vida hay marcadores objetivos de nuestros logros, pero hay otros intangibles con mucho más valor. Lo que queda de ti cuando te vas, eso que hace que quienes te tuvieron cerca te echen de menos. El corazón roto de los seguidores de Pau, el fuerte abrazo que presencié entre Manolo y un vecino de su edificio.
Pau dijo que seguirá comprometiendo su vida para hacer de este mundo un lugar mejor por una razón de peso que expresó: “A aquellos que mucho se les da, mucho se espera de ellos”. Manolo vivirá una nueva etapa vital entre Andalucía y un pueblo de Ávila desde el que, como me contó con entusiasmo, mires al norte, al sur, al este o al oeste, siempre ves la montaña.
Pau y Manolo tienen mucho en común, aunque quizás no lo sepan. Y no es la estatura, o sí… esa otra estatura que no va de centímetros sino de calidad humana.
Pau, jugador de baloncesto, ha abandonado la cancha; Manolo, portero, ha dicho adiós a la portería, la del bloque de vecinos en el que ha trabajado toda la vida. Ambos tienen mucho en común, aunque quizás no lo sepan.