De pronto, el Gobierno de Israel y gran parte de su población, acostumbrados y educados en vulnerar todo el derecho internacional, tuvieron que hacer una teatralización forzada de algo llamado justicia. Como resultado de esa sobreactuación extravagante se generó una ola de crispación e histeria con enfrentamientos entre políticos, militares y sociedad israelí.
Ese show en forma de proceso judicial y declaraciones mediáticas no tiene nada que ver con la existencia de algo llamado “Estado de Derecho” o “vibrante democracia” en Israel como El País y otros medios o columnistas occidentales se han apresurado a ensalzar. Esa puesta en escena está provocada exclusivamente por la circulación de un vídeo. Un vídeo viral internacionalmente grabado por un palestino llamado Imad Abushamsiya.
Repasemos los hechos. El pasado miércoles 4 de enero una corte militar israelí declaró culpable de homicidio (no de asesinato) al soldado de nacionalidad francesa e israelí Elor Azaria. La condena está prevista hacerse pública el próximo 15 de enero. En el vídeo de Imad Abushamsiya se comprueba que el soldado, con el palestino Ramzi Aziz al Qasrawi ya muerto, ejecuta a sangre fría de un disparo en la cabeza al otro palestino Abd al Fatah al Sharif, herido en el suelo. Hay otras muchas cosas interesantes en el vídeo.
Si no hubiera existido el vídeo, el asesinato de estos dos jóvenes palestinos en Hebron el 24 de marzo de 2016 hubiera quedado tan silenciado y olvidado en los medios de comunicación como los asesinatos de centenares de jóvenes y menores palestinos cometidos por el ejército de ocupación israelí con absoluta impunidad en el “genocidio progresivo” que denomina el intelectual Ilán Pappé.
Pero al existir este vídeo que horrorizó a muchos espectadores del planeta o al propio enviado de la ONU Nickolay Mladenov (“espantoso e inmoral”), Israel tuvo que iniciar apresuradamente una representación formal de algo que no está en sus protocolos: llevar ante un tribunal a un “hijo de Israel” (como le llamó la ministra israelí Miri Regev y gran parte de la sociedad israelí que salió en defensa del soldado). Llevarle ante un tribunal por asesinar un nativo palestino: una osadía intolerable para una sociedad israelí que cabalga en la impunidad desde hace 70 años. Una impunidad que se asienta en todas las impunidades coloniales occidentales, de forma que ese mismo origen colonial de Israel hace que su sociedad se pregunte “¿Por qué deberíamos juzgar a uno de nuestros soldados si Inglaterra nunca llevó ante los tribunales a sus militares en la India o Francia nunca juzgó sus crímenes coloniales en Argelia?”
Como pequeña selección de lo que ocurre en esa misma calle de Hebron –a 200 metros de donde fueron ejecutados Abd al Fatah y su amigo Ramzi– en sólo este último año han sido asesinados la joven Hadil al-Hashlamoun con quince disparos mientras estaba inmóvil o Saad al-Atrash cuando le entregaba su DNI a un militar, o la adolescente Dania Jihad Hussein con siete disparos mientras estaba inmovilizada en un checkpoint, o Faruq Sider con un preciso disparo en la frente cuando “bajaba corriendo unas escaleras con un cuchillo”.
Esta es una minúscula muestra de esa calle y ese barrio en los últimos meses. Si imaginamos lo que significa en toda Palestina ser un joven o una joven que debe cruzarse con soldados israelíes varias veces al día, se puede entender que hasta Amnistía Internacional exija que finalicen estos constantes y “atroces” asesinatos y admita que los soldados colocan cuchillos junto a los cadáveres. Los centenares de jóvenes palestinos asesinados nunca tendrán un juicio porque nunca hubo filmación, salvo algunas fotos tras su ejecución y declaraciones de testigos nunca tenidas en cuenta. Para esos centenares de jóvenes y el resto de miles de víctimas palestinas no existirá el “Estado de Derecho” y la “vibrante democracia” de Israel. Ellos siempre serán declarados culpables en nuestros medios por apuñalar –sin presunción alguna del hecho– y se convertirán en “terroristas abatidos”. El ejército de Israel nunca mostrará los vídeos –que sí posee– de cómo se produjeron esas ejecuciones. Todo esto es lo que define realmente a la justicia en Israel, no el anecdótico juicio a este soldado.
Pero regresemos a la función. De pronto las instituciones israelíes tuvieron que montar un escenario judicial contra el soldado Elor Azaria con figurantes, actores y tramoyistas para una opereta fastidiosa –pero necesaria para su lavado de imagen– y así mostrar al mundo una capa de barniz que intente ocultar ser el Estado con mayor número de resoluciones incumplidas de la ONU (incluida la reciente 2334 del Consejo de Seguridad sobre sus colonias ilegales en Palestina), su desoída sentencia del Tribunal Internacional de La Haya sobre el Muro (cuyo incumplimiento por Israel originó el nacimiento del creciente movimiento palestino e internacional del Boicot a Israel, BDS) y en general el incumplimiento de toda la legislación humanitaria internacional. Incluso esta opereta podría ser útil para Israel en desviar su participación en la guerra en Siria en la que, además de bombardear, ha estado suministrando y dando atención médica a terroristas de verdad, de Al Qaeda (Al Nusra), en los ocupados Altos del Golán sirios. ¿Y Francia qué ha hecho? Francia (nacionalidad de Elor Azaria junto a la israelí) ni siquiera se ha molestado en activar sus mecanismos de justicia o de la Corte Penal Internacional.
Cuando no existe la justicia para una población nativa sometida a todas las vulneraciones del derecho internacional pero las circunstancias te obligan a montar una representación improvisada al final surgen las contradicciones colonialistas y la histeria se desata. Y esta histeria expresada por la sociedad israelí en realidad es la parte menos interesante de la historia.
Lo menos interesante es ser espectadores de la jaula de grillos de ministros y militares israelíes que declaran que el proceso a Azaria no tiene ninguna justificación o el propio Netanyahu anunciando que indultará al soldado como se ha hecho en otros casos. Tampoco tienen mucho interés las manifestaciones callejeras en apoyo al soldado o si este asunto se llevó por delante al dimitido ministro de Defensa Moshé Yaalon que fue quien activó el proceso al soldado.
Lo más interesante es lo que queda oculto detrás del circo que nuestros medios llaman “Estado de Derecho” o “independencia del poder judicial israelí”.
En lo que queda oculto tras este ruido está lo que la ONG de derechos humanos israelí Yesh Din denuncia en sus informes anuales sobre la violencia militar israelí. Año tras año disminuye el número de militares investigados tras ser denunciados sus abusos por palestinos y ONG. Hasta 2011 el ejército abría investigación en un 2,6% de las denuncias. En 2012 un sólo caso. En 2013 ninguno.
En lo que queda oculto está conocer dónde y por qué ocurre lo que vemos en el vídeo. Podría ser cualquier otra ciudad palestina o checkpoint, pero esa en concreto es Hebron, una ciudad ocupada militarmente por Israel como el resto de Palestina. Una ciudad en la que se instalaron colonias ilegales en pleno centro urbano con extranjeros fanáticos subvencionados económicamente por Tel Aviv. Estas actuaciones israelíes –condenadas por las resoluciones incumplidas de la ONU como la reciente 2334– forman parte de una limpieza étnica cotidiana por muchas vías –no sólo el asesinato– como denuncia la ONG Badil en su excelente informe de 2016 sobre Hebron.
Y en lo que se intenta mantener oculto de las crónicas, pero al menos sí podemos ver, es lo interesante del vídeo de Imad Abushamsiya. Ese vídeo nos permite constatar que el verdadero teatro trágico israelí se representa en esas calles de Palestina cada día. Entre sus actores secundarios están los conductores de las ambulancias que llegan a la escena con sus paramédicos, ya que todos ellos son precisamente colonos extremistas de Hebron (las ambulancias palestinas no tienen permitido entrar en ese barrio). La farsa médica comienza cuando los colonos-sanitarios “curan” en primer lugar a un soldado israelí que no evidencia ninguna herida de gravedad en lugar de atender al tiroteado –pero todavía vivo– Abd al Fatah. Al oficial que susurró al oído del soldado Elor Azaria la orden de rematar al herido no le dieron ni siquiera un papel secundario en la ópera bufa del procedimiento judicial. Finalmente, el disparo ejecutor se realiza delante de unos comediantes sanitarios que nunca oyeron hablar de Hipócrates y su juramento.
Y en medio de todo este caótico teatro de limpieza israelí, ¿dónde quedó el autor del vídeo?
En octubre estuvimos en casa de Imad Abushamsiya y su familia, un grupo de activistas de Unadikum. Nos contaban las circunstancias del vídeo que grabaron y hablamos de la histeria israelí que desencadenó. Esa histeria se ha convertido en amenazas de muerte para toda la familia (su mujer y su hijo también graban las agresiones que presencian). El puntual lavado de imagen mediático de Israel funcionará a consecuencia de su vídeo, pero ningún tribunal israelí juzgará a los extremistas sionistas que le amenazan en Internet. Ningún tribunal israelí juzgará las agresiones que sufre esa familia a diario. La organización a la que pertenece Imad, Human Rights Defenders, tiene colgados vídeos e imágenes de esas agresiones y amenazas a la familia Abushamsiya. La última del día 7 de enero. Esta organización sin ayuda internacional ni recursos intenta proporcionar cámaras de vídeo a los habitantes de Hebron para combatir la impunidad israelí. Eso les convierte en objetivo prioritario ante los ocupantes. Imad y su familia están en el punto de mira de la “vibrante democracia” de Israel.
Por último, una reflexión y una paradoja.
La reflexión es la siguiente: ¿Se llamaría terrorista a un judío del gueto de Varsovia que decidiera atacar a un soldado alemán ocupante? Con esto no digo que eso es lo que han hecho los jóvenes palestinos, ni entro a valorar si esa es la estrategia palestina exitosa. Sólo planteo la reflexión a los libros de estilo de los medios señalando el artículo 1 del protocolo del Convenio de Ginebra que ampara el derecho de resistencia a una ocupación.
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La paradoja nos la recuerda el abogado palestino de derechos humanos Jihad Abu Raya: la corte militar que juzgó a Elor Azaria tiene su sede en la ciudad de Jaffa, en la “Casa Verde”, una vivienda que perteneció a una familia palestina expulsada por la ocupación de Israel. Esa familia palestina tiene derecho al retorno a su hogar legítimo, a lo que hoy es esa corte militar israelí, al igual que el resto de 6 millones de refugiados palestinos en el extranjero según establece la resolución 194 de la ONU, aún sin aplicar.
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Daniel Lobato pertenece al movimiento BDS y es colaborador de la Asociación Unadikum.
De pronto, el Gobierno de Israel y gran parte de su población, acostumbrados y educados en vulnerar todo el derecho internacional, tuvieron que hacer una teatralización forzada de algo llamado justicia. Como resultado de esa sobreactuación extravagante se generó una ola de crispación e histeria con enfrentamientos entre políticos, militares y sociedad israelí.