El hombre que susurraba al gobernante

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La muerte repentina de un notable provoca de inmediato panegíricos vergonzantes y también algún traje apresuradamente cortado, por aquello de que suscita simpatía el supuesto ataque de sinceridad crítica y osada valentía, especialmente cuando se refiere a un notable multimillonario. Cualquiera de esas dos vías sirve además para hablar o escribir no tanto del fallecido como de uno mismo. Un almuerzo, un besamanos, un viaje o hasta un encuentro fortuito facilita un relato en primera persona que puede llenar pantallas y cuartillas, con frecuencia más centradas en el “yo” escribiente que en el difunto.

Un infarto ha fulminado a Emilio Botín, presidente del Grupo Santander y uno de los hombres más poderosos e influyentes de España. Aquí van unos apuntes de urgencia con la quizás vana pretensión de huir en lo posible de las citadas tentaciones.

– Bisnieto, nieto, sobrino, hijo, hermano y padre de banqueros, de modo que una de las más grandes tonterías sobre Emilio Botín es decir que era “un hombre hecho a sí mismo”. La gestión del Banco Santander ha ido pasando de uno a otro heredero desde hace más de un siglo. Había iniciado su actividad en 1857 con la reina Isabel II y el apellido Botín ha controlado la entidad desde 1909.

– La prioridad de este (y de cualquier otro banquero) es ganar dinero, para él, para su familia y para sus accionistas, seguramente por ese orden. Los ahorradores importan sólo en la medida en que su dinero contribuya al citado orden de prioridades. El negocio bancario existe fundamentalmente porque nadie se fía de que le guarde los ahorros una cuñada o un amigo íntimo, y mucho menos de que le garantice unos intereses por hacerlo.

– Que un mismo apellido dirija un banco y lo haga crecer bajo monarquías, restauraciones, repúblicas, dictaduras y democracias, con gobiernos socialistas o del PP, significa (entre otras cosas) que los distintos portadores de ese apellido han acumulado una evidente habilidad en el trato con el poder político en cualquier circunstancia. O bien (o además) de una capacidad para influir o condicionar las decisiones del poder político, sea cual sea.

– Emilio Botín Sanz de Sautuola y García de los Ríos entró en el banco familiar recién salido de la universidad y pasó por diversos cargos hasta acceder a la presidencia en 1986. Sustituyó a su padre, autor de una célebre frase: “Ricos, lo que se dice ricos, somos muy pocos”.

– Entre los rasgos imprescindibles para mantenerse entre los pocos ricos, no sobra un fino olfato para anticiparse a los cambios de ciclo político. Durante los gobiernos de Felipe González, Botín pasó por ser “el banquero del PSOE”, pero sorprendió al personal en la rueda de prensa de la junta de accionistas de 1995: “Me gusta el programa económico del PP”, dijo, para añadir que en ese momento la situación política no favorecía “el clima indispensable para la inversión”. Pocos meses después entraba Aznar en la Moncloa. Nunca tuvieron demasiada química (¿con quién la tuvo Aznar?), pero Rodrigo Rato hilvanó el dibujo de las nuevas macrofusiones y de ahí surgieron el BSCH para Botín y el BBVA para Francisco González, buen amigo del presidente.

– Ocho años más tarde, en enero de 2004, Botín arropó la figura emergente de Zapatero acudiendo a escuchar su programa educativo y fotografiándose con él. Y lo mismo hizo en vísperas de las elecciones de 2008, cuando diagnosticó la “excelente marcha” de la economía española en mitad del debate sobre si estallaría o no la burbuja inmobiliaria. En 2011 pidió a Zapatero que no adelantara elecciones y agotara la legislatura, sin olvidarse de definir por las mismas fechas a Rodrigo Rato como “el mejor ministro de la democracia” y pronosticando después que Rajoy lo haría “muy bien” en la presidencia.

– El último consejo de ministros presidido por Zapatero aprobó el indulto para Alfredo Sáenz, consejero delegado del Santander condenado por el Tribunal Supremo por acusación falsa. Ya con Rajoy en Moncloa, el Banco de España suavizó la normativa para que un banquero condenado e indultado pudiera seguir ejerciendo, pero el Supremo anuló el indulto y Botín se vio obligado a jubilar a su mano derecha.

– De otras cuestiones judiciales salió Botín mejor parado, porque vio archivadas causas tan complejas y oscuras como el caso de las cesiones de créditos, las indemnizaciones multimillonarias a varios ejecutivos y, por último, el descubrimiento de cuentas familiares opacas en Suiza por las que pagó 200 millones de euros a Hacienda con el fin de no ser imputado por delito fiscal.

– Rodrigo Rato, el “mejor ministro de la democracia” (imputado en el caso Bankia), forma parte hoy del consejo asesor internacional del Santander, pero también tiene sillón en consejos de La Caixa y de Telefónica. La muerte de Botín, a la espera de conocer el nivel de influencia que ejerza su hija y heredera Ana Patricia, deja aún más margen a Isidro Fainé, presidente de Caixabank, Cesar Alierta, de Telefónica, o Francisco González, del BBVA, para susurrar al oído del gobernante. El propio Rajoy ha contado que la semana pasada se reunió en privado con Botín. No hay medida importante de política económica que no haya pasado el filtro o incluso viniera inspirada por el núcleo del Consejo Empresarial de la Competitividad. Reúne a las compañías más importantes del Ibex-35, y por tanto las que controlan las llamadas puertas giratorias entre la política y el mundo del dinero.

– Durante sus 28 años de mandato, Emilio Botín convirtió un banco fundamentalmente industrial en un gigante internacional, después de una expansión agresiva en la que fue engullendo una tras otra a entidades financieras de mayor peso. El Santander ha pasado de ser el más pequeño de los llamados “siete grandes” de la banca a convertirse en un gigante financiero internacional, tras quedarse primero con Banesto, luego con el Central y el Hispano, más tarde el Abbey National británico y después el Real brasileño fusionado con Banespa... Es un claro y rentable ejemplo de la globalización financiera.

P.D. Este jueves, Emilio Botín será enterrado en el panteón familiar de Puente San Miguel, en Cantabria. Hace sólo veinte días, desayunaba con el expresidente regional Miguel Ángel Revilla, como solía hacer cada tres o cuatro meses. “Seis sardinas frescas, siempre, antes de la tostada, el café y el zumo; y si viajaba adonde no era temporada de sardinas se las llevaba de lata. Estaba en forma, y además muy disciplinado con las revisiones médicas en Valdecilla. Le expliqué –dice Revilla– que estaba muy equivocado si se creía lo que dice Rajoy de la recuperación, y que en la calle hay un cabreo tremendo, y un 30% de pobreza, y que la gente está hasta las narices. Siempre me escuchaba. Y luego se iba a jugar al golf”.

La muerte repentina de un notable provoca de inmediato panegíricos vergonzantes y también algún traje apresuradamente cortado, por aquello de que suscita simpatía el supuesto ataque de sinceridad crítica y osada valentía, especialmente cuando se refiere a un notable multimillonario. Cualquiera de esas dos vías sirve además para hablar o escribir no tanto del fallecido como de uno mismo. Un almuerzo, un besamanos, un viaje o hasta un encuentro fortuito facilita un relato en primera persona que puede llenar pantallas y cuartillas, con frecuencia más centradas en el “yo” escribiente que en el difunto.

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