Siempre están ahí. Cada vez que una mujer denuncia violencia machista surgen las dudas sobre la veracidad de su testimonio. Es uno de los estereotipos que más soportamos, el de que usamos la mentira para conseguir beneficios. Merece la pena pararse a reflexionar y hacerse algunas preguntas: ¿beneficios, exactamente, en qué?
Recordemos lo mucho que se cuestionó a la víctima de la violación de sanfermines (“Algo quería cuando se fue con cinco tipos”) a la de Dani Alves ("Ella lo iba pidiendo") o a la mujer que ha denunciado a Iñigo Errejón (¿Cómo se va a ir junto a él a su casa después de que la agrediera?). Pensemos en el juez que vio jolgorio en una agresión sexual, en los programas que dedicaron horas de televisión a cuestionar si Diana Quer era problemática o si “las fiestas con hombres” de su madre tenían algo que ver con su desaparición, en el jurado que preguntó a la madre de Nagore Laffage si su hija era ligona o en el público que durante 20 minutos aplaudió a Plácido Domingo en Valencia después de que una investigación concluyese que había acosado sexualmente a una decena de compañeras de trabajo. ¿Alguien cree que a una mujer le compensa inventar algo así cuando los procesos judiciales son largos, dolorosos y revictimizantes? Reconocerse como víctima de violencia no siempre es sencillo, imaginen si el agresor es una persona con poder.
Hay quien pone en duda los testimonios que se publican en redes porque no son el lugar para denunciar. El análisis debería ir más allá: ¿por qué sólo el 8% de las mujeres denuncia ante un juez o en una comisaría? ¿Por qué el 40% prefiere contárselo a una amiga? ¿Por qué la mayoría no se siente escuchada en los juicios? Igual de válido es el relato de una mujer que acude a la policía como el de la que no. El foco debería estar en cómo el sistema falla una y otra vez a las víctimas, en cómo las instituciones, medios de comunicación o el propio entorno son incapaces de dar una respuesta segura y eficaz.
También estos días hay quien se muestra sorprendido por las denuncias contra Íñigo Errejón. Dinamita la bandera feminista de la izquierda, aseguran muchos. Lo cierto es que lo que hacen estas acusaciones es poner sobre la mesa que la violencia machista es estructural, que atraviesa cada uno de los estratos de la sociedad, que no entiende de clase social, edad o ideología. Es cierto, resulta muy doloroso reconocer que un amigo, familiar o compañero abusa de su poder o es un agresor machista. ¿Quién, en Sumar o Más Madrid conocía lo que pasaba con Errejón? Si era un secreto a voces ¿cómo es posible que nadie lo señalara? ¿Por qué sólo ha sido con el valiente paso de las víctimas cuando se ha empezado a investigar? Es hora de acabar con la impunidad, con el pacto de silencio que banaliza o minimiza la violencia que sufren las mujeres. Sólo así estaremos en el camino de alcanzar una sociedad igualitaria.
Era la cabeza más brillante de la izquierda española, oigo decir a otros tantos. ¿Seríamos capaces de decir lo mismo de un hombre racista o que defiende la explotación laboral? ¿Podemos asumir que un buen servidor público agrede o trata de manera humillante a las mujeres que tiene alrededor? Cuando las feministas decimos aquello de “lo personal es político”, nos referimos precisamente a esto. ¿A qué se refieren los "aliados" cuando lo repiten con nosotras?
Hace trece años, durante la acampada del 15M en la Puerta del Sol de Madrid un grupo de mujeres desplegó una pancarta en la que se leía “La revolución será feminista o no será”. El mensaje era para el mundo entero, que en ese momento tenía puesto los ojos en España, pero también para sus propios compañeros, de los que tenían que soportar actitudes y comportamientos machistas. Nada más extender el cartel comenzaron a recibir abucheos. Gritos que sólo pararon cuando una persona retiró la lona y comenzaron los aplausos. En el epicentro del estallido social que nacía para cambiarlo todo decidieron que era mejor no identificarse con el feminismo.
Los grupos de varones por la igualdad que han surgido pueden contarse casi con una mano. No los hay ni siquiera en los espacios políticos, tampoco en los progresistas. Así que no hay una respuesta masculina a esa violencia.
Una década después, los grupos de varones por la igualdad que han surgido pueden contarse casi con una mano. No los hay ni siquiera en los espacios políticos, tampoco en los progresistas. Así que a pesar de que la violencia machista es un problema de los hombres que sufren las mujeres, aún no hay una respuesta masculina a esa violencia. Tampoco la revisión que ellos están haciendo es transformadora, como sí lo es el feminismo. Un ejemplo: el pasado lunes se celebró el Día de los Hombres en Contra de la Violencia de Género. Miguel Lázaro, vicepresidente de Masculinidades Beta, publicó en sus redes una foto de la concentración. En la imagen aparecen sólo seis varones.
Una sociedad no puede cambiar si sólo lo hace la mitad de la población. Nosotras hemos dado el paso, hemos gritado ‘Se Acabó’ y sabemos que somos ejército las que señalamos y denunciamos a pesar de que el desgaste, como señalaba al principio de esta columna, es muy alto. La pelota está en vuestro tejado, así que la pregunta es obligada: ¿qué estáis haciendo vosotros, hombres 'feministas' de izquierdas?
Siempre están ahí. Cada vez que una mujer denuncia violencia machista surgen las dudas sobre la veracidad de su testimonio. Es uno de los estereotipos que más soportamos, el de que usamos la mentira para conseguir beneficios. Merece la pena pararse a reflexionar y hacerse algunas preguntas: ¿beneficios, exactamente, en qué?