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Islam, ¿puentes o muros?

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La elección del laborista Sadiq Khan como alcalde de Londres representa una extraordinaria oportunidad. Proyecta la imagen de un islam moderno, capaz de convivir en una sociedad laica, algo esencial en estos tiempos de radicalidad religiosa y política. Aunque las cosas no son blanco o negro –él mismo deberá ahondar en su discurso para aprovechar la ocasión–, su victoria impulsa la idea de que se puede ser un buen musulmán dentro de una sociedad multicultural y trabajar por el bien común de creyentes y no creyentes. También señala un camino a miles de jóvenes musulmanes europeos que se sienten rechazados, en tierra de nadie, sin saber quiénes son. En su desarraigo trabajan los predicadores salafistas del odio dándoles un sentido a sus vidas aunque acabe con ellas.

La simbología es esencial, ayuda a proyectar ideas, pero de nada sirve si no se acompaña de inteligencia política, de un plan de acción a medio y largo plazo. Para transitar de los símbolos a un cambio palpable se necesita una generación. Pocos políticos tienen esa visión ni la paciencia necesaria, ¿para qué apostar a tan largo plazo si no estaré para ponerme las medallas ni para ganar las elecciones?, parecen decir. La política de lo inmediato suele ser por lo general una simulación, un espectáculo.

La presidencia de Barack Obama, más allá de sus luces y sombras, de las esperanzas del Yes we can defraudadas, ha proyectado una idea motriz en millones de niños estadounidenses, negros e hispanos: todo es posible. Si te esfuerzas puedes superar la desventaja social del color de la piel, el racismo rampante y la desigualdad. Es un impacto que hoy no percibimos; el verdadero efecto se demorará 25 años, o quizá más. Lo esencial es cambiar la dinámica.

Nos hallamos aprisionados en un debate de máximos: islamofobia frente a occidentalofobia. En la primera trinchera militan los movimientos xenófobos europeos, la extrema derecha que crece en las urnas y los grupos abiertamente fascistoides como Pergida. Todos han situado el rechazo a los refugiados en el centro de su programa. Agitan el miedo y los peligros, más fáciles de propagar desde los atentados de París y Bruselas.

Un ejemplo islamofóbico fue la campaña del conservador Zac Goldsmith, candidato tory a la alcaldía de Londres, que calificó a Sadiq Khan de “radical”. No fue el único.

Lo ocurrido en Nochevieja en el centro de Colonia (cientos de varones molestaron y en decenas de casos asaltaron sexualmente a mujeres) fue el punto de inflexión. Pese a que no existe un relato preciso de lo ocurrido, la presencia entre los exaltados de un número no determinado de solicitantes de asilo, ayudó a crear un relato magnificado que aún agitan los contrarios a aceptar a cientos de miles de sirios de religión musulmana. Porque este es el problema.

Angela Merkel, que en los primeros meses cumplió las leyes internacionales que obligan a acoger al refugiado, dio un giro en su política. Se había conseguido vincular inmigración con inseguridad. El camino para el pacto con Turquía estaba preparado.

Los periodistas servimos a menudo de correas de transmisión de mensajes subliminales, más por la prisa del cortar y pegar y la falta de comprobación que por mala fe. El periodismo de la prisa favorece al poder que puede colocar sus mensajes sin que nadie cuestione los motivos y las certezas. Si titulamos 'Europa situará policías entre los refugiados para detectar posibles terroristas' estaremos comprando el mensaje de que las rutas de migración son también las rutas del terror, algo que no está comprobado.

¿Por qué la policía ha tardado tanto en adoptar una medida de seguridad obvia en la que para su máxima eficacia es necesaria la discreción? ¿Qué les hace suponer que terroristas con nacionalidad y pasaporte europeo (los atacantes de París y Bruselas lo eran) necesitan lanzarse al mar y jugarse la vida para entrar en "su casa" cuando lo pueden hacer por cualquier aeropuerto? La manipulación es la respuesta del desconocimiento. No sabemos qué pasa, hacemos ruido para que nadie lo note.

Es evidente que las rutas de migración pueden ser utilizadas por indeseables. También lo es que los islamistas buscan desprestigiar a los refugiados. Para ellos son unos blasfemos que huyen de tierras musulmanas para exiliarse en países infieles.

Desde hace meses, por no decir siglos, la imagen del islam que prevalece entre nosotros es la del islam más radical: personas fanatizadas capaces de hacerse estallar mediante una carga explosiva, maltratadores de mujeres e incapaces de convivir con otras religiones y costumbres. No habría que confundir todo el islam con sus versiones más rigoristas, como el wahabismo que impulsa Arabia Saudí.

Cualquier plan a largo plazo debería modificar esta percepción incompleta, y por lo tanto errónea; es necesario mostrar otras voces, desmontar prejuicios. Por eso es tan importante el alcalde londinense Sadiq Khan; nos ayuda a contraponer sensatez a la desmesura de Donald Trump. No se derrotará a los terroristas y a sus financiadores desde los titulares ni las bajas pasiones, sino incorporando a la lucha política al islam moderado, que es mayoritario.

Es necesario aprender juntos qué es el laicismo, el espacio democrático en el que caben las religiones, los ateísmos y las creencias que no violen los derechos humanos. Es necesario consensuar el espacio y sus límites. No puede haber espacio para la prédica incendiaria ni la humillación de la mujer. Es una cuestión de derechos, no de fe.

InfoLibre dio cuenta esta semana del acto de entrega de los VIII Premios Internacionales de Traducción rey Abdullah Bin Abdulaziz en las instalaciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, un espacio público. En él apareció una mujer bajo un niqab, prenda impulsada por el wahabismo saudí y que cubre todo el cuerpo y la cabeza dejando una mínima apertura para los ojos. El desconcierto del presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, era evidente.

¿Qué hace Arabia Saudí, un país que viola los derechos humanos y financia los movimientos islamistas radicales, patrocinando un premio de este tipo? ¿Es rechazable el niqab? ¿Lo es el burka? ¿Donde está el límite de la intervención del Estado? Es un debate necesario en el que son esenciales las voces del islam moderado.

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Tenemos una capilla católica en la Universidad Complutense de Madrid y una fiscal creativa que se permite bromas en su escrito en un intento de ridiculizar a Rita Maestre, además de repartir las mayúsculas de manera ideológica, no gramatical. Tenemos a los obispos de Alcalá de Henares y Getafe, también muy creativos sobre los derechos de los transexuales. Estamos rodeados de fundamentalistas católicos que consideran que sus creencias priman sobre las urnas y las leyes. ¿A quién empezamos a poner los límites?

En Europa la religión ha iniciado un repliegue, desde el control absoluto de la vida y el pensamiento de las personas a considerarse un asunto privado. Esta frase (muy optimista) puede servir para las ciudades, y no en todas. En España sigue presente la religión en la escuela y en el ámbito político contraviniendo la Constitución.

Hay miles de Sadiq Khan en potencia, y miles de mujeres coraje, que deberían ocupar la primera línea del debate político y ayudarnos a construir nuevos espacios de convivencia. Necesitamos más puentes, menos muros, incluidos los mentales.

La elección del laborista Sadiq Khan como alcalde de Londres representa una extraordinaria oportunidad. Proyecta la imagen de un islam moderno, capaz de convivir en una sociedad laica, algo esencial en estos tiempos de radicalidad religiosa y política. Aunque las cosas no son blanco o negro –él mismo deberá ahondar en su discurso para aprovechar la ocasión–, su victoria impulsa la idea de que se puede ser un buen musulmán dentro de una sociedad multicultural y trabajar por el bien común de creyentes y no creyentes. También señala un camino a miles de jóvenes musulmanes europeos que se sienten rechazados, en tierra de nadie, sin saber quiénes son. En su desarraigo trabajan los predicadores salafistas del odio dándoles un sentido a sus vidas aunque acabe con ellas.

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