Da envidia Islandia: un primer ministro sorprendido en una mentira y en 45 horas está despedido por la ciudadanía. Dimitir es una práctica habitual en el norte y centro de Europa. En sus sociedades existe un pacto no escrito, una exigencia ética colectiva que reclama a sus funcionarios y políticos que manejan dinero público una honestidad a prueba de transparencia. Quien no cumple sale del juego; no hay excepciones, no importa la cantidad. Esta actitud nace de la educación ciudadana, del convencimiento de que el bien común está por encima del egoísmo privado. Pese a todos los controles, siempre hay desalmados que se creen por encima de los demás. La diferencia es que ahí les cogen y la pagan. Quizá tengan una prensa menos condescendiente.
Corrupción es utilizar el dinero de todos en beneficio partidista, como sucede en RTVE o con las filtraciones interesadas del ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz. Vivimos entre preconciliares y postfranquistas. Así nos va. Los papeles de Panamá retratan la amoralidad de una clase dirigentepapeles de Panamá que, con sus excepciones, se siente intocable. También retratan a aquellos periodistas y medios que no buscan dar información sino proteger a los poderosos. Estamos en la Segunda División ética de Occidente.
Todos sabemos cómo funciona el sistema: el 1% vive muy bien o extraordinariamente bien gracias a que el 99% restante se reparte entre los que viven más o menos bien (pocos) y los que viven regular, mal y muy mal. Esto es un esquema primermundista porque en el Tercer Mundo la inmensa mayoría se mueve entre la pobreza y la miseria, y pasa hambre.
Sabemos también que los riquísimos lo son por una o varias razones: talento, herencia, suerte y pocos escrúpulos en el contenido y en el manejo de los negocios. Ayuda mucho tener las amistades políticas adecuadas (sobre todo en España). Los muy ricos son un club de élite cerrado. Desde la crisis de 2008 dejaron de pretender que los que mandan sean los gobiernos elegidos en las urnas.
El talento que hace rico (Bill Gates, Steve Jobs, etc.) siempre tiene mejor cartel: al menos crea bienes que nos facilitan la vida. Apple o Google ganan dinero a espuertas y tienen un enorme valor bursátil. El primero me permite escribir en este portátil intuitivo y agradable, además de rápido y eficaz; el segundo me encuentra todo en un santiamén. Es como llevar en un clic la Biblioteca de Jorge Luis Borges.
Los muy ricos están unidos por una obsesión: pagar los menos impuestos posibles para asegurarse unas ganancias mayores. Dicen que así generan más riqueza y puestos de trabajo (¿en China?). Las autoridades de sus países de origen no actúan porque les considera patrimonio de la humanidad cuando en realidad lo son solo de sus accionistas.
Crisis, saqueo y desvergüenza. Son tres elementos que no logran producir un estallido popular. ¿Qué más se necesita?
Si decidiéramos dejar de pagar el impuesto de la renta, o el de patrimonio, con la excusa de que también necesitamos liquidez, tendríamos un problema con Cristóbal Montoro por muy en funciones que esté. ¿Recuerdan el dicho de que si le debes 100.000 euros al banco tienes un problema y si le debes diez millones el problema lo tiene el banco? Pues nosotros somos la calderilla, los nadies. Si se equivoca en una suma o se niega a pagar le caerá todo el peso del Estado, que es mucho. Si el afectado fuera un súperrico siempre se puede aprobar una amnistía fiscal.
Que las grandes empresas y las grandes fortunas no paguen, o paguen pocos impuestos, nos afecta a todos. Si el Estado recauda menos debe invertir menos para no endeudarse más de lo que está (España más del 100% del PIB). No es solo la prima de riesgo disparada, es que se intuyen nuevos ajustes por boca de la Madrastra Troika. Los recortes en Sanidad, Educación y en el resto del andamiaje del Estado del bienestar (pensiones, paro, dependencia) se deben a la debilidad de la recaudación fiscal y a la corrupción. Entre ambas se esfuman miles de millones que podrían ayudar a conseguir una sociedad más justa.
Pagar menos impuestos es muy fácil (para ellos). Disponen de instrumentos y medios para esquivar al fisco. Bancos en apariencia formales se dedican a esconder en paraísos fiscales el dinero de sus mejores clientes mientras que publican estudios sobre la productividad del país y esgrimen la urgencia de flexibilizar el mercado laboral (sinónimo de despido barato).
Una cosa es intuir el saqueo de lo público y otra confirmarlo, entrar en los detalles de los nombres de los evasores (y espero que de las cantidades). Los papeles de Panamá son una inmensa risotada de los poderosos que nos advierten contra el fraude y a la vez delinquen. Algunas de las voces que se escuchan, como la británica, obvian sus propios paraísos fiscales. También destaca el silencio de EEUU (sin ricos en la lista del bufete Mossack Fonseca). Sería mejor sincronizar el discurso son los hechos; si no se puede o no se quiere acabar con estos paraísos, al menos dejen de darnos discursos morales.
Tengo envidia de Islandia, de las sociedades maduras. Para echar a un mentiroso o un ladrón son necesarios dos requisitos: ciudadanía y prensa libre. Es difícil perseguir a los poderosos que evaden sus obligaciones si se sientan en los consejos de administración de los que deberían desenmascararles.
Los papeles de Panamá son el inicio, una oportunidad única para cambiar las reglas, idear soluciones que desnuden el secretismo bancario y acaben con este Far West del mamoneo. Pero no se hagan ilusiones: sucederá lo mismo que en 2008: se prometió refundar el capitalismo y solo se le ha refinanciado a través de los mismos empresarios y banqueros sin escrúpulos que crearon el problema. Se prometen investigaciones judiciales a la par que se busca la manera eficaz de neutralizar la información expandiendo rumores falsos.
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El periodismo es descubrir lo que se quiere ocultar, servir al ciudadano pese a que se trabaje en una empresa que busca el negocio, o al menos la independencia económica. Pese a la red de intereses de empresas y bancos, la información libre fluye por las redes sociales y por la mayoría de los medios digitales. Los periodistas que aspiramos a cobrar por nuestro trabajo tenemos el reto de reconquistar el respeto de la sociedad, ser necesarios. Esta no es una crisis del periodismo, sino una más grave que afecta a los fundamentos de la democracia.
Son los tiempos de las grandes filtraciones, como las de WikiLeaks, que relativizan la capacidad de control que tiene el poder para saber lo que se dice de él y quién lo dice. También están las sociedades maduras como islandesa. Mentir es la primer piedra de todas las corrupciones.
Los líderes están hoy en modo disimulo: pasará el enfado como pasarán los atentados y los refugiados. Tal vez pasará todo y al final solo quedará expuesta la más profunda de las inmoralidades: la nuestra como sociedad muda y cobarde.