Alberto Núñez Casado

En la campaña de estas elecciones europeas se deberían haber tratado asuntos tan relevantes como la política energética de la Unión, que tendrá profundas repercusiones productivas, afectando a la vida de millones de ciudadanos. O cómo se va a hacer frente a la fuga de capitales a fondos de inversión estadounidense, que luego retornan al continente en forma de especulación que encarece hasta lo indecible la vivienda. O si se va a continuar con las políticas de mutualización de deuda o va a retornar la austeridad.

El Partido Popular ha decidido que en estas elecciones europeas en vez de hablar de lo crucial, todo tiene que girar en torno a la mujer de Pedro Sánchez, de una manera muy parecida a como en las últimas autonómicas el bulo del pucherazo secuestró la atención pública. Para ello ha contado con la inestimable ayuda del juez Peinado, al que suponemos afición a la nutrida tradición teatral de nuestro país, por lo bien que maneja los tiempos y la escenografía.

Esta vez, sin embargo, da la sensación de que al invento se le ve la tramoya. Hay ciudadanos convencidos de que Begoña Gómez es igual que Correa, Bárcenas o aquel misterioso personaje llamado M.Rajoy, pero, en general, parece haber una mayoría que se ha dado cuenta de lo burdo del libreto. El paréntesis de Sánchez, alertando de la que se venía encima, tiene algo que ver. Tanto como la evidente ansiedad de Feijóo por aprovechar la pelota que los jueces afines le centran al pie.

Alguien debería haber advertido a Feijóo que pedir unas nuevas elecciones generales cuando no ha pasado un año de las anteriores, estando en plena campaña de unas europeas, no es la mejor idea. Feijóo es como uno de esos malos actores de reparto que cuando le llega su turno en la función se pone nervioso, gesticulando con tanta afectación que resulta inverosímil.

Tanto nerviosismo no es sólo por llegar a Moncloa, descabalgando a este Gobierno de manera completamente irregular. Que Feijóo haya vuelto a plantear estas europeas como un plebiscito en torno a Pedro Sánchez es una maniobra que entraña riesgos: si lo pierde, el cuestionado va a ser él. La razón es sencilla: la derecha ha demonizado tanto la figura del presidente que ya sólo les vale acabar con él de una manera fulminante.

Si todo este despropósito no fuera suficiente, a Feijóo se le ocurrió contar en alto que, de ser necesario, está dispuesto a presentar una moción de censura con el apoyo de Abascal y Puigdemont

A estas alturas, en la parte más reaccionaria del kiosco y las ondas ya no caben los empates. Como el domingo el PSOE obtenga un buen resultado, y por buen resultado entendemos igualar de manera técnica los resultados de los populares, a Feijóo no le va a llegar la camisa al cuello. Ya no digamos como a los socialistas se les ocurra dar la sorpresa y hacerse con la victoria, aunque sea por la mínima.

Feijóo empezó la campaña contándonos que Meloni era ultraderechista, pero asimilable a lo mejor de los conservadores europeos. Poco más que una de esas sobrinas que salen un poco díscolas, pero que al final, con un poco de maquillaje y un buen peinado, se les permite sentarse a la cena familiar sin asustar a la abuela. Debe de ser que de compartir mantel con ella a Feijóo se le han pegado propuestas típicamente ultras, como mezclar identitarismo e inmigración como antesala de asociar a los extranjeros a la criminalidad.

Si todo este despropósito no fuera suficiente, a Feijóo se le ocurrió contar en alto que, de ser necesario, está dispuesto a presentar una moción de censura con el apoyo de Abascal y Puigdemont, es decir, que está dispuesto a acabar con Sánchez a toda costa por promover la ley de amnistía, aprovechándose de los efectos de la misma. Cuentan que algunos diputados populares pidieron el original de las declaraciones a los medios porque no se lo creían.

Este episodio, el del ménage à trois entre el conservador, el ultra y el independentista, recuerda poderosamente al que ya se vivió en la campaña de las gallegas, cuando Feijóo filtró en una comida con periodistas que propuso un indulto a Puigdemont a cambio de que le apoyara en la investidura. Aunque la revelación no afectó al resultado de aquellas autonómicas, supuso un escándalo notable que tuvo un coste para la credibilidad del líder popular.

Que, habiendo pasado tan sólo cuatro meses de aquel episodio, insista de nuevo en buscar la complicidad de Junts es mucho más que un error de cálculo. Feijóo sabe que, si en estas europeas no obtiene un resultado contundente, se le ha terminado la artillería pesada con la que precipitar un fin anticipado de esta legislatura. Y teme no llegar vivo a unas hipotéticas generales que podrían tener lugar dentro de dos o tres años. Lo teme, precisamente, porque recuerda cómo llegó él a Génova: el fantasma de Casado ulula inquietante.

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