Los jueves, milagro

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Fontecilla, una localidad ficticia de la España rural de finales de los cincuenta. Reunión a puerta cerrada de los prohombres del lugar, preocupados por la precaria situación que atraviesa su balneario, de reconocidas aguas medicinales pero de menguante clientela. Haría falta un milagro para reactivar su economía, para atraer a unos visitantes cada vez más esquivos. Deciden entonces, en un alarde de picardía, que no habría nada de cuestionable en dar un empujoncito al suceso divino. Para ello montan un ruinoso espectáculo con luces y pirotecnia cerca de las vías del tren, donde vive en un vagón abandonado el tonto del pueblo, Manuel Alexandre, con el objetivo de que el pobre hombre se vea sorprendido una noche por el propio San Dimas, patrón del enclave, que no es más que José Isbert disfrazado.

Así describió Luis García Berlanga en Los jueves, milagro la estrecha relación entre la religión, el espectáculo y el dinero, una película con momentos de comedia hilarante pero también con la crudeza del engaño a los más desposeídos. El poder político y económico, alcalde y terrateniente, embaucando a un vagabundo por medio de una treta mística para que su candidez sirva de altavoz publicitario. El resto del pueblo, conducido en romería al lugar tras el testimonio del incauto, hace el resto, con los escolares en primera línea cantando, sin demasiada afinación, como querubines. Es todo muy divertido y a la vez muy triste, una situación entre lo descacharrante y lo grotesco que, más de medio siglo después, encontró eco en el acto que el Partido Popular organizó este pasado sábado 25 de marzo para acercarse a la comunidad latina.

A Alberto Nuñez Feijóo hay algo que no le acaba de funcionar demasiado bien en su viaje al centro. No pareció buena idea criticar a Pedro Sánchez por reunirse con “aprendices de autócratas” en la Cumbre Iberoamericana, lo primero por respeto a los gobernantes reunidos en la cita, lo segundo porque en la misma participaba también el rey Felipe VI, como es habitual que lo haga el jefe de Estado desde hace décadas. No fue tampoco una feliz ocurrencia contraprogramar la reunión internacional con un mitin en Madrid donde, además de mostrar un cuestionable ritmo bailando bachata, Feijóo se vio bendecido por una oradora que llamó la atención por su encendido furor religioso. Era sólo el principio de la historia.

El resto, si han estado atentos a la actualidad, ya lo conocen. La oradora en cuestión se llama Yadira Maestre, predicadora de la iglesia Cristo Viene, un culto pentecostal con inclinaciones ultraconservadoras y afición por las curaciones repentinas. A poco que se escarbó en la actividad de la iluminada fueron apareciendo vídeos, a cada cual más delirante, donde en su iglesia, en una nave del barrio de Usera, Madrid, se producían todo tipo de prodigios sanadores, que iban desde la rehabilitación de esguinces hasta la remisión de tumores cerebrales. Poca broma. Justo el día después de que Maestre ungiera con su presencia a Feijóo y al resto de líderes populares, los ciudadanos volvieron a manifestarse por la sanidad pública. El contraste resulta doloroso.

Alfonso Serrano, secretario general del PP madrileño, intentó defender la presencia de Yadira Maestre apelando al respeto a la diversidad religiosa, con el mismo descaro con el que justificó su bono social eléctrico. El lunes, ante el chorreo de fenómenos, histerismo y desmayos pentecostales, los populares empezaron a recoger cable con la intención de desvincularse de la pastora que les había bendecido. Primero Sémper, “nadie le preguntó qué iba a decir” y después Ayuso, “yo sólo fui invitada”. La hemeroteca, por contra, demostró que la vinculación con Maestre se remontaba años atrás, una relación fluida donde han cabido reuniones en la propia sede del partido, visitas de Almeida al lugar de los portentos e incluso entrega de premios, con Serrano y Borja Fanjul, teniente-alcalde, asistiendo a los peculiares festivales de Cristo Viene. Es decir, que ha quedado sobradamente probado que el Partido Popular sabía de sobra quién era y a qué se dedicaba Yadira Maestre.

No fue tampoco una feliz ocurrencia contraprogramar la reunión internacional con un mitin en Madrid donde, además de mostrar un cuestionable ritmo bailando, Feijóo se vio bendecido por una oradora que llamó la atención por su encendido furor religioso

De hecho, todos estos contactos no han sido una simple casualidad, sino una acción premeditada llevada a cabo a través de la secretaría Nuevos Madrileños, organismo interno impulsado por Ayuso. De ahí la defensa cerrada de Serrano en las primeras horas de la polémica: aunque el acto del sábado estaba organizado formalmente por el Partido Popular Europeo, los responsables de la invitación a Yadira Maestre, de haber estrechado lazos con tan singular predicadora, habían sido los populares madrileños y, de alguna manera, había que salvar la cara ante un Feijóo que se había visto envuelto en el asunto como un convidado de piedra.

Cabe una primera lectura de todo este asunto. El PP se acercó a esta pastora, sin importarle demasiado sus rituales milagrosos, en clara contradicción con los más elementales principios de la salud pública, con la intención de captar voto latino para las elecciones municipales y, más allá, lograr influencia en la creciente comunidad evangélica, confesión a la que se circunscriben los pentecostales. Sin embargo, ante la creciente polémica de estos últimos días, la Federación de Entidades Evangélicas de España lanzó un comunicado el lunes para desvincularse de la participación en el acto de los populares, señalando que suscriben “la separación iglesia-Estado”. Hasta aquí podríamos pensar que el PP madrileño habría mostrado audacia en pescar nuevos votos pero habría errado en la protagonista para conseguirlos.

Cabe una segunda lectura paralela. El PP de Ayuso ha incrementado su acercamiento a las ramas más conservadoras de los evangélicos con la intención de imitar los movimientos que el Partido Republicano de Estados Unidos comenzó con Reagan e intensificó con Trump. ¿En qué se basa esta cercanía? Si los milagros son el combustible que estos predicadores necesitan para sus ritos, a menudo retransmitidos en fastuosos festivales televisados, se suman los sermones de contenido reaccionario contra el feminismo o la comunidad LGTB y una ideología aspiracional-religiosa, que atribuye el ascenso social a la intercesión divina. Eres lo que tienes y lo que tienes lo consigues gracias a tu cercanía con Dios. Una fabulosa mezcla de espectáculo, religión y dinero, como en Fontecilla pero a lo bestia y sin José Isbert.

Berlanga vive, la lucha sigue. Si el director valenciano enfrentó su ironía contra la brutalidad de la dictadura franquista, también contra la mezquindad de esa parte de la sociedad que se plegó encantada al nacional-catolicismo, en nuestros tiempos hay que tener en cuenta que estas confesiones radicales han apoyado sin medias tintas a los movimientos ultraderechistas en todo el continente americano, desde Washington hasta Brasilia. Los pentecostales blancos han sido uno de los pilares de Trump y Bolsonaro no sólo como apoyo electoral, sino como fuerza de choque con la que imponer su agenda regresiva en sectores desfavorecidos. No es que Isabel Díaz Ayuso se equivocara al elegir a Yadira Maestre como su referencia, es que sabía perfectamente lo que hacía. El único milagro, el jueves y el resto de días de la semana, es que salgamos indemnes de esta involución a pasos acelerados.

Fontecilla, una localidad ficticia de la España rural de finales de los cincuenta. Reunión a puerta cerrada de los prohombres del lugar, preocupados por la precaria situación que atraviesa su balneario, de reconocidas aguas medicinales pero de menguante clientela. Haría falta un milagro para reactivar su economía, para atraer a unos visitantes cada vez más esquivos. Deciden entonces, en un alarde de picardía, que no habría nada de cuestionable en dar un empujoncito al suceso divino. Para ello montan un ruinoso espectáculo con luces y pirotecnia cerca de las vías del tren, donde vive en un vagón abandonado el tonto del pueblo, Manuel Alexandre, con el objetivo de que el pobre hombre se vea sorprendido una noche por el propio San Dimas, patrón del enclave, que no es más que José Isbert disfrazado.

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