El martirio de Rouco

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Hace tiempo que sufro por el alma del cardenal de Madrid Antonio María Rouco Varela, tan fuera de juego en los nuevos aires romanos. Para él debe ser un verdadero martirio teológico. También sufro por el nacional-catolicismo español que debe andar despistado con el papa Francisco. Las páginas de Religión de algunos diarios conservadores son un ejercicio de equilibrismo y a veces de censura soterrada.

El portavoz de la Conferencia Episcopal, Juan Antonio Martínez Camino, tan beligerante con el Gobierno de Zapatero, resolvió hace tiempo sus problemas con Bergoglio: “Los católicos siempre estamos con el Papa, sea quien sea”.

Los críticos de Francisco, que abundan en la izquierda latinoamericana, sostienen que todo es pose, una impostura calculada, tal vez genial; también afirman que el Cónclave (tal vez espiado por la NSA, el ojo del dios norteamericano) sabía lo que hacía al elegir al cardenal argentino.

Tras el vendaval polaco y el apocamiento del intelectual Ratzinger, la Iglesia necesitaba aire fresco para frenar el vaciamiento de las iglesias. Por eso eligió un papa párroco, de aspecto humilde y verbo sencillo, como el venerado Juan XXIII, el último pontífice en poner más o menos boca abajo la Iglesia con su Concilio Vaticano II. Estos críticos afirman que el Papa argentino no modificará una coma en los asuntos más controvertidos, que lo suyo es palabrería.

Los últimos movimientos de Bergoglio podrían desconcertar a estos críticos de la izquierda y sumarles a los ya descolocadísimos fieles de la derecha, con el Opus Dei y los Legionarios de Cristo al frente del estupor. Ambas organizaciones ultracatólicas están muy presentes en el Gobierno de Mariano Rajoy.

La última del papa es el lanzamiento de una encuesta global para conocer la opinión de sus feligreses en asuntos tan candentes como el divorcio, el aborto y los matrimonios gays. Aún no sabemos si las preguntas moverán comas, pero la iniciativa vaticana es inaudita. Tampoco sabemos cómo será el procedimiento de la consulta, si esta será científica o uno mero debate, si lo opinado por las bases llegará directo hasta Francisco o serán los intérpretes como Rouco los encargados de dar forma al asunto.

La sola mención de estos asuntos levanta sarpullidos y dispara rumores de todo tipo, sobre todo los relacionados con la mujer: ¿habrá cardenalas? ¿Se reabrirá el asunto del celibato? La prohibición de matrimonio para los curas tuvo una razón económica: evitar que sus familias heredasen y garantizar que esos bienes pasasen a la Iglesia. Con un grave problema de vocaciones sacerdotales, la Iglesia que parece impulsar Bergoglio no es tan rígida en casi ningún asunto, al menos en el debate. Menos tabúes, más reflexión.

En estos tiempos de corrupción, de clases políticas desprestigiadas, de saqueo económico industrializado, de intelectuales apaniguados y de gran apocamiento ético-moral, una voz valiente se deja escuchar, se deja querer. Esa fue la esencia de la Teología de la Liberación, la cercanía a los que sufren, la denuncia de las causas del sufrimiento. Su demonización por Juan Pablo II dejó a la Iglesia latinoamericana en desventaja con las sectas evangélicas que venden milagros televisados.

Que los fieles reflexionen es una novedad en una religión que ha basado su poder en la nula reflexión, en la escucha atenta de la interpretación masticada y digerida de los textos sagrados por parte de las personas autorizadas para interpretar. No sé si tiene algo que ver con la quietud de carácter, cobardía que diría Arturo Pérez Reverte en Salvados, del pueblo español que ve cómo le esquilman los derechos desde una paciencia franciscana, valga la redundancia. Que se anime a los fieles a pensar por sí mismos, aunque sea un solo día, ya es un acto casi revolucionario.

Enrique Serbeto fue corresponsal de ABC en Moscú. Siempre cuenta esta anécdota: un profesor de Historia animó a sus alumnos a hacer un examen atrevido. Era el periodo de la perestroika y la glásnost. Les animó a pensar por sí mismos, sin repetir las consignas del PCUS. Todos hicieron un esfuerzo menos uno. Cuando el profesor le preguntó en público ¿es que no tiene ideas propias?, el alumno respondió: "Sí, pero no estoy de acuerdo con ellas".

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