Mujeres, entre retiros y fiestas

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El día que le dije a Koldo que iba a pasar tres días en un retiro de meditación y yoga me envió –por mensajero urgente– una botella de Legendario y un disco de Gatillazo. No hay gamberrada que Koldo no esté dispuesto a hacer para que yo encuentre la paz: la paz terrenal, claro, y no la espiritual.

Del retiro no puedo hablar sin traicionar(me). Pero fui. Volví.

Y pasé mucho frío, circunstancia que Koldo aprovechó para arrastrarme a cenar cocido (con vodka). Y para hacer deporte (entendiendo por hacer deporte jugar al billar y al futbolín en un pub venido a menos). Ganamos las mujeres.

***

A los tres días, hubo una presentación en la que estaba (casi) todo el sector audiovisual. Y, claro, con barra libre muchos decimos lo que pensamos y algunos, también, cosas interesantes.

Hablamos de Pablo Iglesias, sin mucha fe y con algo de pereza. Como si, después de aburrirnos tanto en el programa de Évole, ya lo echáramos de menos. Hablamos de Albert Rivera y de su olor a colonia de toda la vida. Intentamos, también, hablar de Pedro Sánchez, pero cuando alguien sacó su nombre, otro gritó el de Irene Lozano. Hubo un suspiro generalizado y luego hablamos de otras cosas.

Fue en la segunda o la tercera copa cuando un hombre me preguntó por qué.

- ¿Por qué las creadoras españolas son tan intensas? Son o sois, que tú también eres creadora…

- (…)

- No te ofendas. Te lo pregunto de otra manera, aunque en realidad es otra pregunta: ¿por qué no hay aquí buenas historias escritas por mujeres?

Y como uno de los ocho poderes que me enseñaron en el retiro es el de la introspección (“en circunstancias difíciles, haz como las tortugas: métete dentro de tu concha y no contestes. No dejes que te saquen ni una sola palabra que luego te pueda herir”), balbuceé algo ininteligible.

Lo que pasa es que la introspección es incompatible con la buena educación: Si alguien te hace una pregunta, por mucha barra libre que haya consumido, lo correcto es contestar. Puse cara de inocencia y vocalicé despacito, para alargar los tres monosílabos y fingir que era una respuesta:

- No lo sé.

Es verdad: no lo sé. Hay algo de etiqueta y de prejuicio por todos lados: por ejemplo, dicen que las mujeres leemos más ,y, como castigo nos publican novelas machistas y romanticonas, libros malos, a tutiplén.

- Pero yo te hablo del cine, de la ficción audiovisual. ¿Por qué no estáis contando vuestras historias?

¿Quién dijo eso de que los alcohólicos y los niños dicen la verdad? Este adulto con tres copas preguntaba con una puntería olímpica. Y con mucha obstinación.

Yo seguí callada, en modo tortuga.

Y fue él quien habló de la maternidad.

- No es por falta de capacidad. Lo que vosotras hacéis con los niños nosotros no lo podemos hacer.

Y ahí el caparazón de la tortuga se echó a correr y yo salté.

- Ser madre no te define. No es ser madre lo que te impide crear. Una mujer es madre y mil cosas más. O no es madre y también es mil cosas más.

La ventaja del alcohol en los demás es que tú puedes romper la concha sin consecuencias, porque al otro lado no te escuchan. De hecho, el hombre siguió hablando porque tenía más respuestas a sus propias preguntas.

- Te voy a decir por qué. Porque nosotros somos más egoístas. Vosotras siempre estáis pendientes de todo y de todos. Nosotros no. Tenemos un objetivo, o una ambición, y lo perseguimos a muerte, pase lo que pase, le pese a quien le pese. Ni el amor, ni los hijos, ni los padres. Nada ni nadie nos detiene.

Y con esas palabras se despidió.

Yo no había bebido.

La fiesta estaba casi acabada.

Como en todos los finales, había parejas diseminadas por la sala, grupos pequeños, y, en medio, grandes huecos: los vacíos que dejan todas esas historias que las mujeres aún no hemos contado.

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***

Tres días más tarde, Eva me llevó a ver Liberto, en La Abadía. Una obra escrita y protagonizada por Gemma Brió (actúan con ella Tàtels Pérez y Mürfila). Durante una hora y media, estas tres mujeres nos metieron en una ficción que era pura verdad, que podría haber sido nuestra historia, que podíamos tocar. Nos hicieron reír y nos hicieron llorar. El buen teatro transforma, y Eva y yo salimos casi mudas por la emoción; notablemente distintas, mejores.

Y con una certeza: más allá de teorías, prejuicios y misoginias, el mundo se enriquece y se libera cuando las mujeres cuentan su verdad. No sé si volverá 'Liberto' a Madrid, sí sé que pocas veces he visto en un teatro tanta valentía y tanto talento.

El día que le dije a Koldo que iba a pasar tres días en un retiro de meditación y yoga me envió –por mensajero urgente– una botella de Legendario y un disco de Gatillazo. No hay gamberrada que Koldo no esté dispuesto a hacer para que yo encuentre la paz: la paz terrenal, claro, y no la espiritual.

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