Álvaro Morata como síntoma

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En España somos muy de extremos, capaces de afirmar que el delantero centro de la selección de fútbol es un paquete —es decir, muy torpe—, y de entronarle un día después como el mejor del mundo. La mesura nunca fue nuestro fuerte.

El fútbol es un juego que representa la guerra con sus colores, banderas, cánticos y pinturas faciales sometido a unas reglas para impedir el derramamiento de sangre. Es un espacio consentido para la exhibición de las emociones, sean filias o fobias, más o menos desatadas. Fue una excelente válvula de escape y distracción durante la dictadura de Franco. No siempre funciona, como saben El Salvador, Honduras y Ryszard Kapuściński.

Nuestro problema no es que Morata falle goles, sino que el desbarre consentido del fútbol haya saltado sin amarras a la política y al periodismo. Ambos son, o eran, territorios de la razón desde donde se construyen los puentes que permiten la convivencia. España se ha llenado de descerebrados con corbata dispuestos a dinamitar todo si no gana su equipo.

Es posible que Álvaro Morata, nuestro cuestionado delantero centro, no sea el más exquisito, que necesite demasiados toques para acomodarse el balón y que falle ocasiones que desde la butaca de nuestra casa, o desde un micrófono, parecen claras. Es un jugador que ha militado en el Real Madrid, Chelsea, Atlético de Madrid y Juventus, donde está en estos momentos. Son equipos punteros que no tendrían a un paquete en sus alineacionespaquete. Morata lucha, corre, crea espacios a sus compañeros y cuando mete un gol suele ser un golazo, como el del lunes contra Croacia.

Los mismos periodistas y comentaristas que le pusieron de vuelta y media durante el primer partido contra Suecia, creando un ambiente en su contra, se apresuraron a defender su causa como si se tratara de una cruzada en el siguiente contra Polonia, pese a que estuvo igual de fallón. Hacer campañas en vez de informar y analizar lo que pasa y por qué pasa es un mal que domina la llamada prensa deportiva, y que ya contamina a la general.

La selección no jugó bien en la primera fase, pese a golear a la flojísima Eslovaquia. No fue un problema de Morata, sino de todo el equipo. A veces se tarda en encontrar el tono preciso. Un grupo demasiado joven necesita tiempo y confianza. Italia fue campeona del Mundo en 1982 tras empatar sus tres primeros partidos y clasificarse para la siguiente ronda. En esa fase suele haber más miedo a perder que necesidad de vencer.

Para los muy despistados: la Eurocopa es un torneo de selecciones nacionales que se disputa en estos momentos. Está considerado el segundo más importante tras el Mundial. España lo ha ganado tres veces (1964, 2008 y 2012), las mismas que Alemania, que se supone son muy buenos.

Luis Enrique Martínez, conocido por sus dos nombres de pila, es el seleccionador nacional. Fue jugador destacado en el Real Madrid y Barcelona, y en la selección. Pese a sus grandes partidos con la elástica nacional y sus goles se le recuerda por el codazo que recibió de Mauro Tassotti, un penalti no pitado a nuestro favor en el Mundial de 1994 en EEUU. España quedó eliminada al perder 2-1 frente a Italia. Fue la generación sin suerte, como tantas otras.

Aquellos equipos eran un reflejo de lo que éramos, un país sin autoestima, que había salido de una dictadura castradora, herencia de una guerra civil y una postguerra que costaron la vida a 540.000 personas, entre represión y hambre, además del exilio de decenas de miles de las personas que pensaban. Muchos de los que se quedaron también pensaban pero no podían expresarse en libertad. Fue un tiempo de silencio.

Cuando Vox afirma que el gobierno de coalición PSOE-UP es “el peor de la historia”, o cuando a Pablo Casado se le calienta la boca y se pone a decir lo mismo que Abascal, descartan que la dictadura fuese peor que un gobierno elegido en las urnas. Es solo por situarnos.

La muerte de Franco permitió descorrer las cortinas y abrir las ventanas. Una transición menos modélica de lo que nos vende la propaganda de la democracia, fue efectiva en un país que llevaba dos siglos en guerra consigo mismo, aplastado por un conservadurismo rancio que lastraba nuestro potencial económico. No fue sencillo aquel tránsito entre tambores de golpe de Estado.

La nueva España fue acogida en 1986 junto a Portugal en la Unión Europea, que por entonces se llamaba CEE. Se nos puso de ejemplo de sociedad joven, dinámica y con futuro. Los JJOO de Barcelona en 1992 fueron la expresión de ese despertar, igual que la Expo Universal de Sevilla, semilleros ambos de todo tipo de corruptelas.

La selección de fútbol que encadenó los tres torneos mayores –Eurocopa 2008, Mundial 2010 y Eurocopa 2012— era la expresión de una España sin complejos que no tenía que recurrir a la mala suerte para explicar sus desgracias. Esa España esperanzada y hermosa desapareció junto a la generación mágica de los Iker Casillas, Andrés Iniesta, Xavi Hernández, Fernando Torres, David Villa, Carles Pujol, Xavi Alonso… Solo quedaba Sergio Ramos, que esta vez no fue convocado por sus recientes lesiones.

Los seguidores regresaron a la devoción de sus equipos, dando la espalda a una selección que había dejado de enamorar. La España política había perdido también una gran oportunidad para cerrar sus heridas y construir sólidos consensos democráticos, capaces de sobrevivir a los líderes del momento. Manuel Fraga y Santiago Carrillo, que partían de sus antípodas, supieron trabajar juntos en la redacción de la Constitución.

Ahora, el PP manejado por el hombrecillo insufrible no puede ni pactar nada con el PSOE, al que tildan de terrorista, separatista, ilegal, hunde-patrias. El hombrecillo insufrible es Aznar, que no marcaría un gol al arco iris tan engolado como está de sí mismo. Fue el presidente que nos metió en la guerra de Irak, pagó por hablar en el Congreso de EEUU y mintió en el 11M. Pero la culpa de todo la tiene Morata.

Pese al gran salto de modernidad dado en los años ochenta y noventa, nos quedamos cortos en la reforma de las estructuras de poder de toda la vida, de los de “usted no sabe con quién está hablando”, que se hicieron fuertes en los tribunales y en las empresas. La corrupción del PSOE y CiU y sobre todo la del PP gripó el motor de la democracia. Mandan las componendas, el mamoneo y el clientelismo, como vemos en Murcia, y como descubrimos cada semana en los sumarios judiciales abiertos contra el PP.

España es el país europeo con mayor paro juvenil y con el empresariado más ineficaz. Se juega con las cartas marcadas, no hay competición justa ni posibilidad de emprender. Las compañías eléctricas y los bancos son los ejemplos de malas prácticas. Dinero privado para repartirse los bonus a espuertas, y dinero público para pagar sus desmanes. Nos faltó guillotina en el XVIII y ahora falta cárcel para tanto desalmado.

Pero la culpa es de Morata, que no la mete, y que ha sido carne de memes (algunos muy divertidos).

Ya escribí que somos un país con una inusitada capacidad de reírnos de los demás, y muy poca de reírnos de nosotros mismos, lo cual es un problema para alcanzar la autocrítica. Las redes sociales hicieron el resto para triturar al delantero, que incluso recibió amenazas de muerte.

Las redes llamadas sociales atraen a asociales, maltratadores, xenófobos y acosadores que se esconden en el anonimato o en un perfil falso para crear un estado de opinión. Son la principal amenaza para la cultura de la verdad en la que se asienta la democracia. Lo que le ha sucedido a Morata, pasa también en Inglaterra. Y en Francia, donde la extrema derecha la tiene tomada con Karim Benzema.

Lo malo es que muchos medios de comunicación presuntamente serios y televisiones generalistas se comportan como si fueran una red social más por la que se distribuyen falsedades, en las que se agita el odio al contrario. Algún día (espero) se sabrá de dónde sale el dinero que financia estas desmesuras, y quiénes lo reciben. Antes de Morata, la diana era Pablo Iglesias, otro delantero que necesitaba demasiados toques para acomodarse el balón.

Es posible que Pablo Casado, tan echado al monte sin orégano, soñara con un fracaso histórico de la selección para poder pedir la dimisión de Pedro Sánchez, o lo que sea, y que el actual presidente pusiera velas a San Zapatero (el presidente del Mundial de Sudáfrica) para que los éxitos de Luis Enrique apaguen el incendio de los indultos. Y que todos nos volvamos a sentir españoles con la selección, como sucedió en 2010, cuando Madrid se llenó de banderas para recibir a los jugadores. Los jóvenes no veían en la rojigualda un campo de batalla, solo era la bandera de don Andrés Iniesta.

Jugamos mañana ante la sorprendente Suiza, que ha eliminado a Francia, la gran favorita con permiso de Italia e Inglaterra. Ojalá se gane con o sin gol de Morata y podamos coger la buena onda y un chute de confianza nacional ahora que llegan los fondos de la UE, otra oportunidad para la modernización del país.

Un hombre cada vez menos sapiens

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Por cierto, ¿con qué equipo irán el rey emérito y los encarcelados del PP en Soto del Real? ¿Con España o Suiza? Apuesten por el corazón.

Seamos optimistas, pase lo que pase el viernes, llega una nueva generación de futbolistas de excelente nivel competitivo. Ya es mala suerte para las estrechas extremas y extremadas que el genio emergente se llame Pedri y no Pabli, Santi o Isa. O Josemari, como el santo impostor.

Este país merece que triunfe la decencia.

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