Nunca fuimos Charlie, era una impostura

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¿Qué fue del Je Suis Charlie con el que tantos se llenaron la boca en enero de 2015? Hasta hubo una gran manifestación en París de líderes políticos sin sentido del humor (estaba Netanyahu, que jamás sonríe). Hubo concentraciones y vigías populares. Se trató de un homenaje a los 12 miembros de la revista satírica más irreverente de Europa asesinados por pistoleros yihadistas. Estaba en juego la libertad de expresión, un valor esencial en democracia.

Muchos de esos líderes, entre ellos Mariano Rajoy, jamás había leído un número de Charlie Hebdo. En voz baja, algunos críticos culparon al director Stéphane Charbonnier, Charb, y a sus dibujantes por lo ocurrido, por su empeño en retratar a Mahoma, y más después de lo sucedido con las caricaturas en 2006.

Casi once meses después del atentado contra Charlie Hebdo tuvo lugar la matanza de Bataclan, junto a otros atentados casi simultáneos en la capital francesa. Tenían la firma del ISIS. ¿Dónde estaba la ofensa a la religión? ¿Son los fanáticos armados los que deciden los límites del humor? ¿Son las autoridades religiosas, imanes, rabinos o cardenales los que tienen el poder de decidir de qué nos podemos reír o de qué vamos a hablar? ¿No cabe la burla contra líderes incapaces, racistas y vendedores de humo que se nutren del dinero público por poner varas en las ruedas de cualquier progreso?

El humor está relacionado con la inteligencia. Se necesitan dos personas inteligentes: la del emisor y la del receptor. Y en España está fallando la segunda. Bueno, y en la primera tampoco vamos sobrados. No se puede pretender meter en la cárcel a alguien por un mal chiste o por una actuación sin gracia. En el humor, como en la belleza, manda la percepción subjetiva. No todos se ríen de lo mismo.

Que se sepa, los animales no cuentan chistes, pero no den por cerrado el asunto. Sería extraordinario averiguar cuáles son las bromas que hacen los perros y los gatos sobre sus dueños. O los leones sobre sus domadores. Todos los pueblos tienen sentido del humor, incluso los alemanes. Los judíos son muy buenos: Lenny Bruce, Groucho Marx y un largo etcétera.

Lo que no es tan fácil es reírse de uno mismo. En ese capítulo, en España estamos en la parte baja de la tabla. Es otra de las taras nacionales, como la falta de solución a un conflicto territorial que se arrastra desde los Reyes Católicos o llevar toda la vida aprendiendo inglés con el resultado que está a la vista, al menos en gran parte de nuestra clase política.

Reírse de uno mismo es una costumbre sana y saludable, y muy británica. Hay verdaderos maestros en el arte de la ironía: Wilde, Shaw, Chesterton… Aunque una de las mejores frases sobre los ingleses la dijo William Somerset Maugham: “Para comer bien en Inglaterra hay que desayunar tres veces”. Este escritor británico tuvo tan buen sentido del humor que nació en París y murió en Niza. Parecía de Bilbao.

Unos chistes sobre Carrero Blanco le costaron un juicio con vista oral a Cassandra Vera, con lo que debe costar. Fueron más diligentes con el humor que en la lucha contra la corrupción. Cuestión de prioridades.

El chiste necesita, además de receptores que lo interpreten, un contexto. Una frase de la humorista estadounidense Ali Wong en medio de un monólogo, “no sé si voy a ser una buena madre”, carece de gracia en sí misma, pero el público se desternilló. El contexto era doble: su embarazo de siete meses y que llevaba casi una hora hablando de su coño y de los problemas de estar embarazada.

El contexto está también en el escenario, algo que no sucede en las redes sociales, en las que por alguna razón abundan las personas con dificultades de compresión lectora. Sí, tienen razón, como en la política y en el periodismo. Fuera del escenario, en el que los códigos están claros –por ejemplo, la gente paga por escuchar al humorista–, en la otra vida nadie escucha. Nuestras conversaciones son una sucesión de monólogos sin sentido.

Jim Jefferies, otro genio en el arte de hacer reír, sostiene que la diferencia entre un borracho diciendo tonterías y un cómico reside en el micrófono.

En el humor no hay límites. Siempre se ha dicho que el límite de la libertad de expresión lo marca el Código Penal. El problema es que los intérpretes de las leyes tienen, por lo general, muy poco sentido del humor, y menos en España. Creo que es más divertido reírse de los poderosos que de los débiles. Tampoco me agrada el humor soez, bruto, ni las gracias sobre defectos físicos. Es una manía personal.

Nunca me gustaron las profesiones que exigen disfrazarse: arzobispo (de Alcalá, sobre todo), cura raso, monja, médico, militar o juez. Es como si el peso del boato demandara labios prietos y una expresión de haberse tragado una escoba. A la gente que se da importancia hay que quitársela a carcajadas.

La clave estaría en el 15-M y en el pánico generado en el establisment, sobre todo el que ha hecho su fortuna en B y en canonjías por su cercanía al poder político. Para defenderse del asalto a los cielos, que era una metáfora, el Gobierno Rajoy promovió cambios legales, como la Ley Mordaza que, en manos de jueces y fiscales retrógrados, ha convertido la profesión de humorista en una actividad de alto riesgo.

Un tercio de los casos de terrorismo tratados por la Audiencia Nacional han estado relacionados con tuiteros, raperos y chistosos. Esto ya sería un chiste en sí mismo. Se ha aplicado más el delito de exaltación del terrorismo, ahora que ETA dejó las armas, que cuando mataba. Esto más que un chiste, es una ofensa a las víctimas, y a la inteligencia.

La derecha española, que nunca fue especialmente liberal, ha sufrido una recaída de franquismo que les ha llevado a jalear en sus medios y en sus tribunas la persecución de cualquier salida de tono, aunque tenga gracia. El paroxismo fue la campaña contra Dani Mateo por sonarse los mocos (en una actuación; es decir que hacía que se sonaba) en la bandera. El Rey habló esta semana de la bandera de todos, que es la típica frase que se dice cuando es evidente que no. Hay muchos españoles que no se sienten identificados, más allá de los dos millones de independentistas catalanes.

Dani Mateo corrió un grave riesgo: limpiarse en un bandera cagada por los corruptos, los ladrones y los caraduras. Contra ellos no hay nada porque son ellos los que deciden qué es delito y qué no; y si no, los que alargan los tiempos procesales hasta que caduque, como en Murcia.

Querer procesar a Mateo por interpretar un texto, que han escrito los guionistas del programa, es como exigir la detención del actor que ha matado a Hamlet en la obra de William Shakespeare. Queridos niños ofendiditos: es tea-tro. Ficción.

Esto por el flanco de la derecha desmesurada y tramontana. En el de la izquierda, que ha decidido copiar el modelo, hubo esta semana un ataque de intensidad melodramática.

El caso es que el PP ha retuiteado un vídeo con un chiste sobre Pedro Sánchez. No me pareció tan malo, tenía su gracia. La izquierda socialista salió en tropel contra el PP por desear la muerte del presidente, incluso anunciaron que pasaban el asunto a la Fiscalía. ¿Somos Je Suis Charlie o tenemos días? ¿Tiene la izquierda socialista que reaccionar igual que la derecha retrógrada? El problema del PP no es cuando hace chistes, sino cuando habla en serio. Ahí es donde debería estar alerta la Fiscalía.

No es tan grave que un humorista bromee con la desaparición del presidente. Me parece mucho más grave llamarle golpista y decir que su gobierno es ilegal. Es grave porque atenta contra la Constitución con la que se llenan la boca. Pablo Casado no la ha leído, y si lo ha hecho no la ha entendido, tal vez porque pasó como correcaminos por la carrera de Derecho y no memorizó conceptos básicos.

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Lo grave es el programa de Vox, o la burda escenificación (¡vaya chiste!) en Andalucía de la coalición de los perdedores (¿se decía así?) para llegar a lo previsto desde el primer momento. Habrá trío aunque solo salgan dos en la foto de la cama.

Un poco de Quevedo para cerrar este texto: “Todos los que parecen estúpidos, lo son y, además también lo son la mitad de los que no lo parecen”.

Feliz cuesta de enero.

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