Había muchos titulares posibles para definir el viaje del rey Juan Carlos, pero los más claros y rotundos los pusieron fuera de España.España
Aquí se han salvado los digitales, menos condicionados por la memoria de la Transición, y los del extrarradio que no desfilan al paso que marca “Madrid”. Nos cuesta emplear las palabras justas para definir la caída del emérito, que es, de alguna manera, la caída de una época, de una manera de entender el poder: corrupción, abuso, deslealtad con su país, machismo. Sí, también machismo. Lo que le ha hecho a su esposa con nuestro silencio cómplice no tiene perdón. La reina Sofía se ha comportado como una profesional real, una persona educada para tener sentido de Estado y respetar los límites de la mesura. Merece un desagravio.
Al Campechano no le ha tumbado una investigación periodística –parlamentaria o judicial–, pese a que abundaban las pistas de su desenfreno. Le ha derribado un elefante. Lo ocurrido en Botsuana en la víspera del 14 de abril de 2012 levantó la espita. Solo una fecha tan republicana debió servir de advertencia. El cambio de humor de la ciudadanía no se debe a la presencia de Corinna Larsen sino a que la cacería se produjo cuando España padecía una grave recesión económica que afectó –y afecta aún– a millones de españoles.
Es el momento de escuchar los diez capítulos de la serie de podcast XRey, que se encuentra en Spotify, creado por los periodistas Álvaro de Cózar, Toni Garrido y Eva Lamarca. Se trata de un retrato psicológico y político de una época y de una persona que permite entender la deriva del personaje desde el 23-F. También ofrece información de calado. Muy recomendable, y más ahora.
El rey ha disfrutado de dos inviolabilidades, la que le brinda la Constitución Española y la de los medios de comunicación. Aun hoy resulta más fácil disparar contra Pablo Iglesias que admitir los errores colectivos en la protección de un hombre que lo tuvo todo: el cariño, el respeto y el reconocimiento de gran parte de su pueblo. No estamos acostumbrados a que nadie hable tan claro, preferimos el silencio, hacer como si no hubiera pasado.
Escribimos que el rey de ha ido, no que ha huido, o que sus escándalos le han expulsado del palacio de la Zarzuela. Nos llenamos de palabras vaciadas de contenido, como honor, servicio a España, etcétera. Perdieron su sentido porque están en los labios de los desalmados, de los que creen que la política es un espectáculo diario que permite robar a manos llenas.
La guerra es contra Iglesias, por decir lo que piensan muchos ciudadanos, y contra Corinna Larsen, a la que algunos llaman despectivamente “esa señora”. Ha pasado de ser amiga a amante, y ahora a casi puta embaucadora. Cualquier cortina de humo menos decir que el hombre que nos reinó 40 años es un chorizo. Es difícil ver la corrupción cuando se vive en la corrupción, o al menos en la irrealidad. Mucho adjetivo, poco sustantivo.
Que la primera inviolabilidad sea absoluta y vitalicia es un disparate democrático. Se puede entender que el jefe del Estado que sanciona leyes aprobadas por el Parlamento con su firma, esté fuera del alcance judicial de aquellos que se consideran perjudicados. Es la misma base del aforamiento que protege al presidente del Gobierno, a sus ministros y a otras 17.600 personas. Somos los campeones de Europa en cargos fuera de la ley común.
Hablamos de un clan incrustado en el poder que dispone de una justicia a la carta. Solo pueden ser juzgados por el Tribunal Supremo, cuyos magistrados nombra el poder político mediante un mecanismo indirecto a menudo demasiado visible. Las famosas puertas de atrás. La inviolabilidad y el aforamiento debería estar ajustado al cargo que ocupan, no puede proteger todos sus actos. Si un rey inviolable viola niños, entra en un supermercado con una recortada o roba dinero en comisiones ilegales, ¿también está fuera del alcance de la justicia? La duda es si esa protección es válida cuando es rey titular o se aplica también cuando deja de serlo. Para los letrados del Congreso es vitalicia.
En España existe una cultura de impunidad alimentada por políticos que rompen a martillazos ordenadores que consideran peligrosos, y que cambian de destino a los jueces incómodos para que se eternicen los procesos y prescriban los delitos. También afecta a los empresarios cuyo trabajo más complejo consiste en llevarse bien con quien imprime el BOE en cualquiera de sus variantes nacionales, autonómicas y locales. El contrato no depende de la calidad del proyecto ni de su precio, solo depende de los amigos adecuados y de los porcentajes. No es necesario inventar nada, los millones vienen solos.
Así fue durante el franquismo y así ha funcionado en democracia porque son las mismas familias, con las excepciones de Amancio Ortega y Juan Roig, entre otros. El Emérito solo se ha aprovechado de las ventajas del tinglado para disfrutar de la vida de lujo y libertad que siempre soñó.
Juan Carlos será inviolable o no, pero la claqué de empresarios que le han acompañado todos estos años por medio mundo, no. ¿Pagaron también comisiones por conseguir contratos, sea en Arabia Saudí o en cualquier otro país romo en libertades? ¿A quién se las pagaron? ¿Al rey, a los corruptos locales o a ambos?
Es posible que el rey no fuera el jefe del clan, pero sí el icono, la persona que abría las puertas de palacios, derribaba obstáculos y facilitaba los contactos al más alto nivel. Su agenda era oro. Ese era, en teoría, su servicio a España: ayudarnos a estar en un mundo complicado, a mejorar nuestra balanza comercial, a vender la imagen de un país joven, emprendedor y simpático.
Su trabajo no era cobrar un sueldo del Estado con una mano, predicar igualdad ante la ley y forrarse a comisiones opacas depositadas en Suiza. El rey Juan Carlos ha arruinado su legado. Pudo ser el mejor de los Borbones y ha acabado como la mayoría, enfangado en la corrupción.
La reacción de una parte del Gobierno se centra en salvar a Felipe VI. Ya veremos si es posible. Dependerá de que los papeles suizos no deparen más sorpresas, y de su buen hacer. Perdió la oportunidad catalana; y también, la pandémica. Pedalea cuesta arriba y con viento de cara. Parece más serio que el padre, pero le falta su empatía.
El Campechano era la guinda del pastel de la Transición elevada a acto de fe. El 15M, primero, y el rey emérito después han derribado el mito del pedestal. Tuvo sus logros y protagonistas que tomaron las mejores decisiones posibles. Hoy toca limpieza y aprovechar los fondos de la UE para refundar España. Es el último tren.