Se cumple un año del 17A, de los atentados de Barcelona y Cambrils. Desde entonces, Basar el Asad ha ganado la guerra civil siria con la ayuda decisiva de Vladimir Putin, y, en menor medida, de EEUU que ha jugado a tantas bazas que nadie sabe qué es lo que quiere. Ellos, tampoco. El problema de Washington, más con Obama en la Casa Blanca, es que no tiene claro quién es su socio. Asad, no; los yihadistas, menos. O depende. En Yemen, EEUU y Arabia Saudí se están apoyando en el Al Qaeda local para luchar contra los hutíes, que son chiíes y aliados de Irán.
Asad reina sobre un país de escombros en el que han muerto más de 500.000 personas en siete años. Los supervivientes –desplazados y refugiados– empiezan a regresar a lo que queda de sus casas sin que Pablo Casado y Albert Rivera, y otros oportunistas, modifiquen un milímetro su discurso irresponsable. Nadie deja su país por capricho. Casi siempre existe un motivo, una elección entre vivir o morir.
En este enlace de la CNN puede verse la destrucción en las ciudades sirias. El vídeo es especialmente apto para xenófobos.
Los nuestros parecen haber cogido carrerilla. Viajan en la autopista trumpiana del fake news y los insultos. No importa que las víctimas de ETA les afeen su oportunismo, el mantra de la mentira no varía. Se mueven en una sociedad desorientada. Igual que tenemos personas tóxicas, debe haber partidos tóxicos. La migración es un asunto complejo en el que es fácil provocar un incendio. Miremos a Italia, donde se multiplican las agresiones a africanos.
La reconstrucción de Siria es tan importante como la guerra misma, en la que se ha derrotado (parece) al Estado Islámico (ISIS). Hay que asentar a millones de personas traumatizadas y recuperar a decenas de miles de jóvenes que se han educado en estos siete años en el lenguaje de las balas y el odio, en la ley del más fuerte. No es fácil volver a meter el genio en la botella. En España aún estamos en ello.
Ha pasado un año de aquellos atentados que conmocionaron a España y a Cataluña en un momento de gran tensión territorial. La tendencia de los dirigentes mundiales es a pensar que el trabajo está hecho, que la hidra de las siete cabezas en la que se inspiraron los asesinos del 17-A ha muerto. La derrota del ISIS en Irak y Siria es real, pero no definitiva. Puede regresar en cualquier momento. No ha dejado de ser una amenaza. Sería un error darlo por liquidado. Ya pasó con Al Qaeda tras la muerte de Bin Laden.
Restos del ISIS y grupos yihadistas afines tienen presencia en Libia, ese “puerto seguro” para Rafael Hernando, exportavoz del PP en el Congreso, quien no ha debido leerse las denuncias de violación de derechos humanos en ese país ni los relatos de las víctimas de torturas.
La tienen también en Mali, donde hay tropas españolas en misión de paz, en Nigeria (Boko Haram), Níger y otras zonas del Sahel. Y están en Afganistán, a veces en competencia con los talibanes; otras en comandita, según las provincias y zonas de influencia de cada uno. El siguiente vídeo es de 2013.
Quedan miles de combatientes árabes y europeos en Irak y Siria. Hay o ha habido tropas especiales del Reino Unido, y de otros países, dedicadas a matar a sus nacionales enrolados en el ISIS. El objetivo es impedir el regreso de los más radicalizados.
Ha pasado un año de los atentados y sigue el goteo de imitadores, el último en Londres. La semilla del odio está sembrada, los medios para atentar son baratos; Internet y las redes sociales son autopistas de información y conocimiento.
Un año después no tenemos un listado exhaustivo de las mezquitas en España, ni sabemos cuántas son, dónde están ni quién predica en ellas. Mucho menos las clandestinas. Un tercio de las mezquitas en Cataluña estaban en 2017 bajo la influencia wahabí, la versión rigorista del islam que predica y expande nuestro amigo Arabia Saudí. Al Qaeda y el ISIS beben del wahabismo.
Saber quién predica, dónde predica y qué predica es esencial, como lo es implicar a las comunidades islámicas en España. También lo es no vender armas a países que violan los derechos humanos y que usan en guerras, propias o ajenas, como es el caso de los saudíes en Yemen. La transparencia en las ventas españolas es nula. Las comisiones, aún más.
No digo que las armas españolas mataran a los 29 escolares yemeníes la semana pasada (no lo digo porque no lo sé), pero somos parte de la maquinaria política y militar que lo permite y alienta y eso a ojos de los yihadistas nos convierte en un país beligerante.
Yemen es una guerra olvidada. Muere un niño cada diez minutos. ¿Qué hace la sociedad española? ¿Qué armas y municiones vendemos a Arabia Saudí y otros países del golfo implicados?
Canadá se ha atrevido a criticar a la poderosa Arabia Saudí (en petróleo y en acciones de empresas occidentales que cotizan en bolsa). Su ministra de Exteriores, Chrystia Freeland, pidió “la liberación inmediata” del bloguero Faid Badawi y de su hermano. La embajadora canadiense tuiteó después que estaba muy preocupada por la oleada de arrestos de defensores de derechos humanos.
Riad respondió con la desmesura propia de las dictaduras: expulsó a la embajadora y congelaron sus inversiones en Canadá. Quizá influya en el arrebato saudí que las críticas provengan de dos mujeres.
Lo mejor de este caso es que ni un solo aliado de Canadá ha dado la cara, ni mucho menos criticado a los saudíes. Mucho de lo que ha pasado en Siria tiene mano saudí. Hay una alianza entre Trump, los saudíes e Israel. Son los jefes de Oriente Próximo y el enemigo común es Irán
Mientras, Trump no se conforma con aspirar a ser dictador en EEUU (por seguir la estela de la serie El cuento de la criada), y se ha lanzado a una cruzada mundial contra todo el que no baile su música.
Primero amenazó a todos los países, y a las empresas que hacen negocios con Irán, muchas de ellas europeas, si no siguen las sanciones impuestas por él mismo fuera del circuito de la ONU. ¿Quién le ha elegido de policía (malo) planetario? Y ahora quiere tener, además, un juguete militar en el espacio.
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Después se ha lanzado en el empeño de hundir la economía turca porque Erdogan, otro autócrata, se ha negado a liberar a un estadounidense que Ankara vincula con el supuesto golpe de Estado de 2016, un movimiento extraño que le ha permitido purgar la Administración y las Fuerzas Armadas, y redoblar su poder. Turquía será clave en la reconstrucción de Siria, pero juega más en el bando de Qatar, que es el bando indirecto de Irán.
Erdogan responde a Trump con peticiones patrióticas (vender los dólares) que arruinarán a los turcos más entusiastas. La lira turca cae en picado y amenaza con arrastrar a bancos y empresas de la UE. Los mercados huelen sangre, como olieron sangre con el euro en su día, y atacan para ganar dinero. Todo está cogido por alfileres, así que no descarten otro descalabro financiero mundial.
El presidente turco tiene las ideas claras, dice que Trump tiene el dinero, pero él tiene a dios. Al parecer la cosa está empatada. Veremos.