La (in)cultura del gatillo fácil

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Tener el gatillo fácil (o el dron) en sociedades más o menos desestructuradas como Afganistán, Libia, Yemen y Somalia, o en países destrozados por la guerra como Irak, no suele ser un problema. Se puede afirmar que todos los muertos eran terroristas y nadie va a contradecir la versión del mando. Su sociedad civil (inexistente) carece de medios para ofrecer una información alternativa.

Las versiones oficiales sirven para proteger a “los chicos” que se han pasado en el uso de sus armas; también ayudan a enredar las investigaciones, cuando las hay, si el caso es tan escandaloso como el de la matanza de la plaza Nisour de Bagdad. Unos matones de Blackwater (ahora llamada Academi) abrieron fuego indiscriminadamente sobre un grupo de personas el 16 de septiembre de 2007 sin que mediara otra amenaza que su miedo. Perdieron la vida 17 civiles iraquíes. Cuando son de los “nuestros” los llamamos “contratistas”; cuando son del enemigo, “mercenarios”.

Pero el mundo está cambiando; ahora la impunidad en más difícil de sostener. Existen Internet, las redes sociales, los teléfonos móviles. Y existe WikiLeaks. Su primera gran filtración fue el ametrallamiento desde un helicóptero Apache de 12 personas, incluido Namir Noor-Eldeen, de 22 años, fotógrafo de la agencia Reuters. Sucedió en julio de 2007 en Nuevo Bagdad, un barrio de la capital iraquí. El alto mando de EEUU siempre se negó a dar explicaciones de lo ocurrido y a permitir una investigación periodística. Este vídeo demuestra por qué.

Esta cultura de violencia desmedida, del abuso constante e impune de la autoridad, esta deshumanización del enemigo que también deshumaniza al deshumanizador, ha terminado por infectar a una parte significativa de los cuerpos de policía de EEUU. Algunos agentes tratan a los sospechosos, y más si son jóvenes negros, estén o no armados, como si fueran peligrosos talibanes del valle del Korengal 

Vivimos inmersos en una (in)cultura de la imagen, que tiene grandes ventajas, sin duda, pero también importantes inconvenientes. La realidad nos llega a través de la televisión, el cine, las “apps” y los videojuegos. Existe una potenciación del mundo virtual frente al real que permite generar una distancia emocional que reduce el impacto del dolor. Se puede ser un criminal de guerra en un videojuego, sentir placer al apretar un gatillo sin que haya consecuencias penales o morales. Sucede a los jóvenes, a los policías y a los periodistas que dejan de pisar la calle y hablar con personas normales: resulta cada vez más complicado separar la realidad y de la ficción.

La violencia policial en EEUU empieza a ser una epidemia alarmante. Ya no se puede decir que se trata de casos aislados. Son tan frecuentes los incidentes en los que agentes de policía blancos disparan sobre civiles negros que es evidente que algo no va bien. Hay un problema estructural grave incompatible con los valores de la democracia y de las propias leyes estadounidenses.

Identities.mic recoge 25 aspectos de la brutalidad policial que deberíamos conocer y ofrece algunos datos concretos. Dos ejemplos: el número de personas muertas por la policía de EEUU se elevó a 1.149 en 2014. En lo que llevamos de año, han muerto más de 470. Es llamativo si tenemos en cuenta que la policía noruega lleva desde 2006 sin matar a nadie

Les recomiendo los gráficos de Mapping Police Violence. Según uno de esos gráficos, un ciudadano negro tiene el triple de posibilidades de resultar tiroteado por un policía que uno blanco. El 33% de los negros muertos no llevaban armas.

Un año después de Ferguson, el diario Le Monde, editorializa sobre la violencia policial en EEUU  y la revista The New Yorker publica un artículo sobre la impunidad policial y como afecta a la credibilidad del sistema. No hablamos solo de Ferguson . Hablamos de un síntoma, de que el gatillo fácil en Bagdad se ha trasladado a las ciudades de EEUU y de que policías que deberían ser los garantes de la ley se han transformado en su principal amenaza. Son una minoría, pero el sistema los protege.

Parece claro que falla la formación policial, y que existe un racismo subyacente en algunas de sus actuaciones. No ayuda a los buenos policías, que son mayoría, que los malos policías puedan matar con impunidad protegidos por jefes que alteran pruebas y compañeros que mienten en una indecente muestra de corporativismo.

Periodista muerto, democracia herida

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Un policía no puede sacar el arma y disparar sobre una persona para resolver un incidente menor de tráfico, o que Sandra Bland acabe detenida por no poner un intermitente y muera en su celda en circunstancias sospechosas. Son demasiados casos.

La influencia de los conflictos exteriores, de la manera de comportarse, gritar y de abusar de la autoridad es perceptible también desde la uniformidad de los policías antidisturbios. ¿Es necesario vestirse como el Mad Max? ¿De dónde ha salido esta gente? ¿Tanquetas para patrullar en una universidad tejana?

La exagerada uniformidad y las armas desproporcionadas que se exhiben no son gratuitas, incluyen un pensamiento equivocado, una metodología desproporcionada y un desprecio por la vida incompatibles con la ley.

Tener el gatillo fácil (o el dron) en sociedades más o menos desestructuradas como Afganistán, Libia, Yemen y Somalia, o en países destrozados por la guerra como Irak, no suele ser un problema. Se puede afirmar que todos los muertos eran terroristas y nadie va a contradecir la versión del mando. Su sociedad civil (inexistente) carece de medios para ofrecer una información alternativa.

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