Terminaron los Juegos Olímpicos de verano celebrados en Río de Janeiro. Es tiempo de balances y memorias, algunas extraordinarias. Los países participantes miden su éxito, y presumen de él, en el número de medallas, no en la cantidad de esfuerzos realizados o en las historias de superación personal, que no todo es llegar primero.
Los JJOO son un escenario, una pasarela, una plataforma publicitaria para la ciudad que los acoge y para los países que destacan por alguna gesta. Barcelona se puso en el mapa global en 1992 y ahora padece la avalancha turística consecuencia de una visibilidad excesiva. Le pasa a Praga y Venecia por motivos diferentes. No todo son ventajas: la celebridad se mueve cargada de letra pequeña.
Han sido 17 medallas para España: siete de oro, cuatro de plata y seis bronces. Se trata de la mejor cosecha desde los JJOO de Barcelona (22 medallas: 13 oros, siete platas y dos bronces). Comparar eventos distantes en el tiempo puede ser injusto si no comparamos también la cuantía y calidad de las ayudas con las que contaron los atletas, el clima social y político que les ampara y anima.
Los JJOO son como la vida. Se puede decir que uno recibe en función de su talento y del esfuerzo realizado sin despreciar otros factores como la suerte. La suerte no es ganar un oro, aunque puede ocurrir, la suerte a veces consiste en que alguien vea tu talento y te meta en un programa de alto rendimiento.
La profesora Angela Lee Duckworth sostiene que las notas no siempre aciertan en señalar qué alumnos van a tener éxito en la vida, y que según su experiencia abundan los casos de alumnos brillantes que descarrilan y de malos estudiantes que triunfan. La diferencia, decía, es el coraje, la determinación, es decir la capacidad de luchar durante mucho tiempo por algo. En el deporte, el coraje es esencial.
Los JJOO están concebidos como un espacio de convivencia, limpieza y deportividad y seguramente resisten mejor que los Mundiales de fútbol la fiebre nacionalista con la que muchos parecen vivir cada prueba, sobre todo si son periodistas de radio o televisión. Pese a la división del mundo entre nosotros y ellos abundan los ejemplos de ese espíritu que nació en Olimpia, Grecia. En estos juegos me gustó la delegación de los refugiados, los hombres y mujeres sin país ni bandera.
La mundialización de la vida a través de unos medios de comunicación globales e instantáneos generan héroes y heroínas que traspasan fronteras, banderas e himnos y se transforman en iconos de todos, como es el caso evidente de Usain Bolt.
Los Juegos son un escaparate informativo y publicitario –ahora viajan confundidos y disfrazados de noticias– que atrae a miles de moscas y moscones, como sucede con la miel y la mierda, porque las moscas son así: no distinguen la calidad del manjar.
Las 17 medallas –nueve conseguidas por mujeres y ocho por hombres– han llevado a algunos dirigentes españoles, incluso autonómicos, a ponerse otras medallas en el buen hacer deportivo, cuando estos 17 éxitos y los muchos diplomas e historias no contadas se han logrado a pesar de la política deportiva en España. El deporte, no lo olvidemos, es parte del Ministerio de Educación, uno de los más zarandeados por los recortes.
Nuestra Michael Phelps se llama Teresa Perales, ha ganado 22 medallas en los JJOO paralímpicos. Hace dos años aseguró que con las ayudas que recibía no podía pagarse ni la piscina. No parece que la situación haya cambiado.
Los JJOO ya no son rentables para el país que los organiza, pero siguen siendo muy rentables para los miembros del COI, una organización que maneja miles de millones de euros y que es tan poco transparente como la FIFA, que ya sabemos a qué se ha dedicado estos años de Joseph Blatter y João Havelange, recientemente difunto. En los organismos sin transparencia crecen la impunidad y la corrupción.
Deporte y educación van de la mano. En otras olimpiadas menos visibles, como la lista de las mejores universidades del mundo, cotizamos bajo. Se trata de un problema de prioridades. Sería bueno que algún partido, o todos, aceptaran crear una comisión de la Educación en la que expertos, profesores, maestros, alumnos y sabios pudieran aportar ideas para dar la vuelta a este país como un calcetín.
Mientras que aquí se combate la asignatura de Educación para la Ciudadanía o la inclusión de la asignatura de Religión (católica, solo ella) en los planes generales, por ahí fuera se habla de pasar de una educación industrial a otra agraria, en la que la escuela sería un campo que abonamos de nutrientes para que cada alumno brote según sus talentos. Por ahí fuera se habla de robótica, de la nueva revolución tecnológica, de un cambio radical en el mercado de trabajo.
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Mariano Rajoy no quiere hablar del pasado (corrupción, que es su presente) sino del futuro (poder seguir sin cambiar nada). Ken Robinson, un sabio de la educación del que he colgado varios vídeos, sostiene que debe haber ciencia, humanidades y danza y teatro. El cuerpo (el deporte) y la mente están unidos.
Que EEUU arrase en el medallero y Reino Unido sea segundo no es casual. Tienen las mejores universidades, el mejor clima para inventar y aportar, la mayor inversión en ciencia y tecnología. Las medallas son el resultado de una cultura colectiva. En nuestro caso son 17 héroes y heroínas. Hay disciplinas en las que se trabaja mejor que otras, el remo, por ejemplo que lleva décadas en la buena dirección.
El símbolo de lo que es España es Carolina Martin, campeona en bádminton, una rara avis como lo fue en su día Severiano Ballesteros o Ángel Nieto. En España hay talento, energía, solo necesita espacio para desarrollarse. Para eso es necesario inversión y decisión política. Y que vuelvan los emigrantes.
Terminaron los Juegos Olímpicos de verano celebrados en Río de Janeiro. Es tiempo de balances y memorias, algunas extraordinarias. Los países participantes miden su éxito, y presumen de él, en el número de medallas, no en la cantidad de esfuerzos realizados o en las historias de superación personal, que no todo es llegar primero.