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Lampedusa, la globalización de la indiferencia

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¿Dónde detenemos la Historia, las fronteras cambiantes que muestra este mapa? ¿En qué siglo, en qué año, en qué Estado, en qué ventaja para uno y desventaja para otro? ¿Quién es el extranjero, quién el lugareño? Hablamos de derechos humanos, un viejo anhelo que toma cuerpo de ley en 1945 con la declaración universal. El hundimiento en Lampedusa es la última gota de un largo vaso sin fondo: son más de 8.000 los muertos desde 1990. Este papa tan inusualmente cristiano, y que tiene revolucionado al orbe conservador, calificó lo ocurrido en Lampedusa de manera rotunda: "Una vergüenza". También habló de la globalización de la indiferencia.

La UE se mueve ante la presión mediática, y solo por ella. Propone patrullas europeas en el Mediterráneo, como si ese fuese el problema. Es urgente impulsar una política común, unitaria, sobre inmigración; no dejar al albur de gobiernos ultras o populistas la suerte de miles de personas sin papeles. Así sucedió con la vergonzosa ley italiana de 2002 de Angelino Alfano, delfín de Silvio Berlusconi hasta su traición de la semana pasada.

Decenas de miles de ingleses emigraron a América del Norte para escapar de las persecuciones políticas y religiosas del siglo XVII. Nadie preguntó a los indios si les parecía una buena idea. Años después emigraron millones de italianos, alemanes, polacos, holandeses, irlandeses que huían de la pobreza y de las hambrunas. Miles de republicanos españoles se exiliaron en América Latina durante y tras la Guerra Civil. Allá los acogieron con cariño pese a los antecedentes: el descubrimiento, la invasión.

Emigrar es un derecho; escapar de la muerte, la persecución política y el hambre, una obligación. Cuando una persona no tiene nada que perder no hay muro ni alambrada que lo detenga. Lo dijo José Saramago hace años ante la vergüenza del Estrecho de Gibraltar, nuestro Lampedusa. Ahora miramos a Italia, donde la noticia de la muerte de cientos de inmigrantes languidece en los informativos y en las primeras páginas de los periódicos devorada por otras historias, el día a día.

Es la rueda que nunca se detiene. Parecemos hamsters o peces sin memoria que dan vueltas en una pecera. Basta una cifra redonda –200, 300 muertos– para completar un buen titular y preparar un olvido. El Norte tiene luz; el Sur posee petróleo y minerales, también oscuridad, sobre todo África. La esperanza de vida del Norte duplica a la de muchos países subsaharianos. Al saltar la verja, el muro, cruzar el mar, se deja atrás media vida de miseria para aspirar a una completa, 80 en vez de 40, plena de oportunidades reales o imaginadas.

"Hay sectores económicos que están funcionando con lógicas realmente destructivas"

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¿Han visto Lamerica, la película de Gianni Amelio? Trata de la emigración albanesa a Italia tras la caída del régimen de Enver Hoxha. La imagen de los barcos herrumbrosos abarrotados de personas con la ilusión dibujada en los ojos no es fácil de olvidar. En un momento del filme aparece un bar de Tirana, o próximo a la capital, lleno de albaneses muy pobres que siguen atónitos un programa de la RAI. Ese es el efecto llamada: nuestro estilo de vida, su venta impúdica y falseada a través de la televisión. El escritor polaco Ryszard Kapuscinski decía que uno no tiene conciencia de su pobreza si vive entre pobres iguales. La conciencia se adquiere en la comparación. Millones de africanos ven a diario las televisiones europeas, siguen las ligas de fútbol, toman conciencia de quiénes son, se imaginan estrellas del balón y buscan la ruta más rápida de llegada.

Hay mafias que organizan el viaje, que saquean a los míseros o los esclavizan una vez alcanzada la tierra prometida. Es el caso de las mujeres forzadas a prostituirse. Hay mafias que los cruzan en barcazas inseguras y hay empresarios mafiosos que los explotan, aquí, a nuestro lado, junto a nuestro silencio, bien en la agricultura o en la construcción. No hay milagros económicos, se llama explotación de personas sin derechos. Europa se cierra, eleva el puente, clausura el castillo. Defiende a gritos desde las almenas la libre circulación de (sus) capitales, de (sus) mercancías, de (sus) ideas. Europa nunca defiende la libertad de las personas que escapan. No interesan las personas, solo el subsuelo.

La escasez y la xenofobia han puesto el cartel de cerrado. No caben más esperanzas. La democracia tiene números clausus. Existen cientos de libros que tratan de la frontera, esa línea invisible por la que se mata y se muere, y cuando llega la calma, se comercia. Uno de los mejores se llama Las ciudades invisibles de Italo Calvino. Se puede vivir al extranjero con miedo (El desierto de los tártaros de Dino Buzzati) o como una aventura; ver al diferente como portador de historias, no de amenazas. Cada uno de los muertos de Lampedusa tenía dentro una ciudad invisible silenciada. Ya nunca sabremos cuál era. Perdemos todos.

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