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Las decisiones del nuevo CGPJ muestran que el empate pactado entre PP y PSOE favorece a la derecha

Tiene que llover a cántaros

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Hoy, jueves, es 25 de abril. Hace 45 años de 1974. Un día que nos llenó de ilusión, y esperanza de un pronto final de la dictadura franquista. En Portugal echaron al dictador con armas y claveles; aquí murió en la cama; eso sí, torturado por su yerno al frente del equipo médico habitual. Ninguno de los dos países ha tenido una ruta fácil hacia la democracia. Faltaba cultura política y una estructura económica productiva.

Portugal lo ha hecho mejor en muchos aspectos, con menos reconocimiento y autobombo. La diferencia estuvo en la Revolución de abril. Pese a las decepciones posteriores propició una limpieza de las instituciones, sobre todo en la policía y en las Fuerzas Armadas. Hubo un despertar ciudadano porque el pueblo se sintió protagonista del cambio. Es un sentimiento de propiedad que perdura.

¿Recuerdan la escena del Parlamento cuando se debatían los recortes? Fue en febrero de 2013. Pueden verlo en el vídeo que sigue. Resulta ejemplar la calma de la presidenta de la Cámara, sin aspavientos ni amenazas. También, la del primer ministro, el conservador Pedro Passos Coelho, y la de la traductora de signos. Es un cuadro que dice mucho, y bien, de Portugal.

Aquí se pactó amnesia general. No hubo reparación ni memoria, tampoco justicia. Ni siquiera hubo una Comisión para la Verdad y la Reconciliación, como en la Sudáfrica de Nelson Mandela y Desmond Tutu. Nos dejamos atrás, enterrados en las cunetas, los muertos y la dignidad de una democracia que no se atrevió a sentirse heredera de la II República.

Los defectos de nuestro sistema, más visibles que nunca, proceden en parte de ese silencio. Lo he citado varias veces y lo volveré a citar. El escritor checo Iván Klima me dijo en su casa de Praga: "Un pueblo que padece 40 años de dictadura sufre una pérdida colectiva de honestidad". Nosotros no la hemos recuperado del todo, de ahí la corrupción política y que los ciudadanos sigan votando a sinvergüenzas.

Quedaron más o menos intactas las estructuras del régimen franquista, y quedó subyacente su cultura, que es la que ha permitido el resurgimiento de una extrema derecha que se declara no democráticademocrática(en eso se diferencia de Marine Le Pen). Estaba callada dentro del PP y ahora se expresa en dos voces, las de Santiago Abascal y la de Pablo Casado. No meto en el mismo paquete a Albert Rivera porque a él le mueve otra cosa: el ansia desmedida de poder. En política, los oportunistas son peligrosos.

Ni siquiera estamos de acuerdo en cuánto duró la Transición. Nicolás Sartorius sostiene que tres años, desde la muerte del dictador a la aprobación de la Constitución. En esos años se hizo lo que se pudo. No había alternativas realistas con unas Fuerzas Armadas ideológicamente intactas. Aquí no hubo guerras coloniales en Angola y Mozambique que crearan un sustrato de rebeldía.

El fallido golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 y, sobre todo, la victoria del PSOE en octubre de 1982 con una mayoría absoluta de ¡202 diputados!PSOE, debieron haber impulsado un cambio en la letra y en el espíritu de los supuestos pactos de la Transición.

Los gobiernos de Felipe González no aprovecharon el clima para una limpieza discreta de la judicatura y la policía. Siempre pensamos que la institución que mejor lo había hecho eran la Fuerzas Armadas, y ahora vemos cómo generales que han tenido mando en misiones importantes en Irak y Líbano se alinean con las tesis de Vox y defienden al dictador.

Algo hemos hecho mal y la responsabilidad es de todos, no solo de los políticos timoratos; también de la sociedad que prefirió sumergirse en el boom económico que defendía Carlos Solchaga a preguntarse por los cimientos del chiringuito. En la mitificada Transición murieron entre 600 y 700 personasTransición.

Rodolfo Martín Villa fue ministro de la Gobernación (Interior) entre julio de 1976 y abril de 1979, época en la que fueron asesinados tres estudiantes en pocos días: Carlos González, Mari Luz Nájera y Arturo Ruiz. Lo recuerdo porque estuve en las tres manifestaciones. Martín Villa, experto en puertas giratorias, mandó quemar todos los archivos de grupos afines a la Falange. Hay un vacío documental del periodo de mayor represión tras la victoria franquista.  Y está la matanza de los abogados de Atocha.

Nuestro 28 de abril, el día de las elecciones generales, no tiene que ver con la efeméride portuguesa. No salimos de ninguna dictadura, pero sí está vinculada a esta Transición que ha envejecido mal, igual que nuestra democracia, necesitada de un rehabilitación a fondo. Es necesario un nuevo impulso, como lo fueron 1982 y el 15M. Es necesaria una reforma ética y una regeneración de las instituciones.

Nada de eso va a surgir de las urnas este domingo. Para esa regeneración es necesaria otra derecha, un papel al que renunció Ciudadanos abrasado por el cortoplacismo táctico de su jefe. Desde la moción de censura está en busca de un norte que no termina de encontrar.

Si ganara el trifachito, como ha bautizado la izquierda a un eventual gobierno a la andaluza con apoyos del PP, Ciudadanos y VOX, sería un retroceso democrático, una situación peligrosa porque detrás de la operación sigue estando el odio, y Aznar, ya saben, el hombrecillo insufrible, un hombre enfermo de rencor. Me gustó este tuit de @52municipios: “A José María Aznar le quitas la guerra de Irak, la foto de las Azores, sus altos cargos imputados o en la cárcel, las mentiras del 11-M y del Yak-42, la burbuja del ladrillo, las privatizaciones y comisiones por venta de armas, y te queda un personaje político del carajo”. Pues eso, estamos educados en la desmemoria.

Hemos pasado de la utopía del cambio a la utopía del mal menor. No toda la izquierda se ha enterado del riesgo. Han abundado los dirigentes menores que han primado su puesto en las listas sobre el bien común. Hay dos corrientes de voto útil en marcha: la principal beneficia al PSOE, que recuperará parte de los votos perdidos ante Ciudadanos y los cedidos a Podemos en 2015 y 2016. El segundo afecta al partido de Pablo Iglesias –que podría ayudar a maquillar un desplome en escaños--. Trata de concentrar el voto de las izquierdas para evitar un posible pacto PSOE-Ciudadanos. Unidas Podemos depende del voto de la izquierda quisquillosa que se quedó en casa en 2016. Los debates televisivos podrían ayudar a Iglesias, sobre todo el segundo.

Pactar con nerones

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La campaña no invita a la ilusión: unos hablan de ETA pese a que ya no exista, de golpistas (pese a que no haya sentencia) y de pederastas (Cortés dixit) y los otros un blablablá de frases hechas y promesas vacías. ¿Cómo vamos a movilizar a los jóvenes si nadie habla en serio de sus problemas? Otra política era posible. Hoy, otra política es urgente.

Portugal regresa al final de este texto como ejemplo de colaboración entre fuerzas de izquierda dispares con un solo objetivo: ser útiles, gobernar, cambiar cosas concretas. Las políticas seguidas contra el rigor el déficit, sin salirse en exceso del corsé --porque Bruselas vigila--, ofrece resultados en un clima económico general cada vez más adverso por las guerras comerciales de Donald Trump y la sensación de que la crisis de 2008 aún no ha quedado atrás del todo. Los que propiciaron la catástrofe siguen al mando de las soluciones.

Lo anterior es una excusa para decir: votad, con todas las pinzas que queráis en la nariz, pero votad.

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