Se necesitan soñadores (urgente)

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No hay que ser un lince para saber que Europa solo tiene dos escenarios, no cuatro como planteó hace unos días Jean Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea: desaparecer o impulsar una Europa federal, unos verdaderos Estados Unidos de Europa. Esta es la que defiende en solitario (al menos públicamente) el ex primer ministro belga y presidente de la Alianza de los Liberales y Demócratas en el Parlamento Europeo, Guy Verhofstadt. Hay una quinta subyacente: dar marcha atrás.

De las cuatro opciones que plantea Juncker, que puede consultar en el enlace anterior, tres son maneras de aplazar el desastre: seguir como hasta ahora, una Europa de dos o más velocidades sin especificar el destino ni el camino o mezclar estas dos con la idea federal, una manera de licuarla. Una Europa federal exige cesión de soberanía, algo a lo que casi nadie está dispuesto. Quizá España, una manera de resolver el rompecabezas del diseño del Estado.

Los Estados Unidos de Europa eran la meta de los padres fundadores: Konrad Adenauer, Jean Monnet, Robert Schuman y Alcide de Gasperi (a los que habría que añadir en justicia a Paul-Henri Spaak, Winston Churchil, Walter Hallstein y Altiero Spinelli). Su sueño era una secuela utópica de la pesadilla de la guerra, no solo de la Segunda, sino de la Primera, la del 14, la madre de todas las guerras modernas en crueldad y muerte de millones de civiles. Europa ha sido campo de batalla desde hace siglos. Quizá el periodo 1945-2017 sea el más prologando de paz de la historia, si exceptuamos algunas guerras ‘periféricas’ como las de Yugoslavia y Ucrania.

Las guerras nacen de las fronteras, de las banderas, del afán de conquista. El vídeo anterior muestra con qué facilidad cambian, cómo nacen y mueren imperios, países, cómo crecen y decrecen. El nacionalismo es el intento de detener el mapa de manera unilateral. Solo los mapas que se paran mediante un acuerdo generan una paz sostenible. Es el caso de lo que hoy llamamos Unión Europea. Pese a todos los errores conserva lo esencial: un espacio de diálogo capaz de resolver problemas complejos. La alternativa es catastrófica. En mayo de este año se cumplen 60 años del Tratado de Roma, una oportunidad para reflexionar más allá de la foto, de la palabras huecas, del corta y pega de los medios de comunicación.

La cumbre del pasado lunes en Versalles entre François Hollande, Angela Merkel, Mariano Rajoy y Paolo Gentiloni tenía dos objetivos: mostrar que los cuatro países más importantes, al menos en tamaño y población (si exceptuamos Polonia) están unidos en el diseño de la nueva Europa y que el impulso pasa por las dos o más velocidades. Rajoy habló en la línea de los europeístas más entusiastas y pidió más Europa. Al pedirle ejemplos mencionó la unión bancaria y la unión fiscal.

Joaquín Estefanía destacó el martes en el programa Hoy por Hoy, en la cadena SER, que uno de los problemas de fondo más graves de la UE es la desafección ciudadana manifestada en el Brexit y evidente en ciertos sectores de Holanda, Francia e Italia. Estefanía duda de que la unión bancaria, un asunto de calado sin duda, logre desatar el entusiasmo.

La gente, es decir nosotros, necesitamos ideas motoras, que alguien piense a lo grande. Para soñar necesitamos soñadores, no gestores de un ajuste económico, burócratas presos en un lenguaje sin riesgos, alejado de los problemas reales de millones de personas. Esa Europa Federal con las velocidades que se quiera debería incluir dos elementos capitales: las personas, sean ciudadanos o refugiados, y las urnas. Sin más democracia interna no puede haber más Europa, ni siquiera la de los mercaderes.

El World Economic Forum Global Agenda Council on Europe estableció seis grandes retos para este año: Brexit, migrantes y refugiados, la economía europea, la Europa digital, las políticas exterior y de seguridad y el escenario político; se refiere a las elecciones en Holanda (la semana próxima), Francia y Alemania, además de las negociaciones del Brexit. Podríamos incluir en este apartado a Donald Trump.

El Reino Unido ha sido un palo en las ruedas en el proceso de transformar la Unión Económica Europea en la Unión Europea. La desaparición de la mención “económica” no es casual, pero nadie se atrevió a sustituirla por “política”. Los distintos gobiernos británicos han sido y son un submarino transatlántico (de EEUU) que ha frenado todo avance hacia el federalismo. El Brexit es la consecuencia de su alergia a perder soberanía y de décadas de manipulación.

El segundo freno nace de la entrada masiva el 1 de mayo de 2004 de diez países de Europa del Este, algo alentado desde EEUU por una doble razón estratégica: frenar cualquier aventurismo de Rusia y crearle a la UE una complicada digestión que evite que el euro sea un competidor global del dólar. En 2007 se sumaron Bulgaria y Rumanía; Croacia en julio de 2013.

En este país nadie pide perdón

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Tampoco fue una buena idea el euro, la Unión Monetaria, al menos su arquitectura.

No hay marcha atrás, pero no todos están en el mismo ritmo. Hay algunos como Polonia y Hungría que están en la liga populista de derechas y otros, como Chequia destacan en la liga euroescéptica. El núcleo duro estaría dirigido por Francia y Alemania, dos países en víspera de cambios en el timón de mando. Hollande deja la presidencia tras las elecciones en mayo y Merkel no tiene garantizada la victoria en las suyas debido al empuje de los socialdemócratas revitalizados por un buen candidato: Martin Schulz.

Veremos qué pasa en Holanda con el Partido de la Libertad de Geert Wilders, que podría ganar. Se trata de una formación xenófoba, anti-islámica, antieuropea y de extrema derecha. Gane o no habría una gran coalición para cerrarle el paso al Gobierno. Holanda es uno de los países fundadores de la UE. Hasta hace cinco minutos exportaba tolerancia y justicia (es la sede de los principales tribunales internacionales). No está a salvo de la ola racista que recorre el mundo occidental. Wilders se presenta como el Trump europeo. Tiene en común su racismo, la misoginia, la fobia a los musulmanes. Y debe compartir peluquero que su melena también tiene lo suyo. Bajo una apariencia nada inocente se esconde un tipo muy peligroso. Crucemos los dedos.

No hay que ser un lince para saber que Europa solo tiene dos escenarios, no cuatro como planteó hace unos días Jean Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea: desaparecer o impulsar una Europa federal, unos verdaderos Estados Unidos de Europa. Esta es la que defiende en solitario (al menos públicamente) el ex primer ministro belga y presidente de la Alianza de los Liberales y Demócratas en el Parlamento Europeo, Guy Verhofstadt. Hay una quinta subyacente: dar marcha atrás.

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