Muros sin Fronteras
El Vaticano también quiere velar por su salud
El Vaticano ha conseguido el estatus de observador permanente en la Asamblea Mundial de la Salud, máximo organismo de decisión de la OMS, institución que se dedica a cuidar de la salud de todos desde un prisma científico, es decir basado en la evidencia demostrable. Desde 1953 era observador por invitación del director general de turno. Ya tiene escaño fijo, el siguiente paso será influir en las decisiones.
Es el mismo camino recorrido en la ONU, donde es observador permanente desde 1964, una posición que utiliza para poner trabas a los avances en los derechos sexuales de la mujer y en la planificación familiarponer trabas a los avances en los derechos sexuales de la mujer y en la planificación familiar.
(El vídeo que encabeza este texto pertenece a una charla de Sam Harris, a quien The Guardian considera representante destacado de un nuevo ateísmo con un lado espiritual).
Italia tuvo la idea del estatus permanente en la OMS; y las ultraconservadoras y ultracatólicas Polonia y Hungría la apoyaron con fervor. La España de Pedro Sánchez, pese a todo lo que dicen de él y de sus terribles socios comunistas, podemitas e independentistas, secundó cristianamente la moción junto a otros 70 países, incluido Arabia Saudí, cuna de la tolerancia religiosa y de los derechos humanos. Ya se sabe que los extremos se tocan, o eso sostiene el PP de Podemos y Vox.
Luigi di Maio, ministro de Exteriores italiano y jefe del Movimiento 5 Estrellas, afirmó que la Santa Sede (que se opone a los derechos de los homosexuales, al aborto, a la fecundación in vitro y a la teoría de la evolución de las especies de Darwin, la educación en igualdad y a todo avance científico que estropee su relato fantástico de la Creación) será una gran ayuda que servirá de inspiración a los Estados miembros.
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, defensora de la libertad extrema para bares y turistas de botellón, mantiene a 73 curas católicos en nómina en los hospitales públicos. Además del coste anual cercano al millón de euros, ¿qué pintan esos santos varones en los comités médicos que deciden los cuidados paliativos de los enfermos, sean creyentes o no? ¿No se trata de un atropello a la libertad de no culto?.
Existen dos salas de despedida en el crematorio de la Almudena de Madrid. Una es católica, es decir, decorada con una cruz y demás simbología propia de esta religión, que incluye la lectura exprés de un responso por parte de un sacerdote que no se sabe el nombre del muerto. La otra, la dedicada a los no creyentes, es tan diminuta que no cabe en ella ni un alma (atea, se entiende). ¿No sería más fácil una única sala multi confesional?
El tanatorio del parque de San Isidro de Madrid dispone de un espacio considerable que llama capilla. Del techo cuelga un Cristo crucificado. Si su deudo es ateo o similar, la familia no podrá despedirle en ese espacio sin la presencia invasiva de los símbolos católicos porque son fijos, no dispone de botones que los escondan según la circunstancia. La familia del no creyente deberá conformarse con las estrecheces de la sala que le haya tocado en suerte. Como el tanatorio es privado puede saltarse la letra y el espíritu de la Constitución.
España no es un Estado laico porque los padres de la Carta Magna de 1978 no se atrevieron, lo dejaron en aconfesional en el artículo 16.3: “Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”. Pues ni eso.
Dos de cada tres españoles (61,1%) se declara católico (porque los bautizaron en una edad en la que no se preguntan las preferencias y no se han tomado la molestia de apostatar, que es más difícil que cambiar de compañía eléctrica). De esos católicos teóricos, un 21% acude a la misa semanal. El número de ateos y agnósticos llega al 34%. Ya se puede decir que Manuel Azaña tenía razón.
Pese a estos datos del CIS, la Iglesia Católica es un poder parasitario incrustado en el Estado, que cobra de él, determina el tamaño de las salas de difuntos, impone sus símbolos en las juras de cargos públicos (si eres de derechas), influye en las decisiones de los gobiernos, inmatricula inmuebles al por mayor gracias a una reforma legal del hombrecillo insufrible, que ríase usted de los okupas.
También tiene secuestrada la educación de los niños en una edad en la que se inculcan los prejuicios que gobernarán sus vidas. Lanza a sus adeptos a manifestarse contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía o cualquier variación más o menos laicista. Defiende a los padres que dicen tener un derecho de propiedad física e intelectual sobre sus hijos para decidir sobre sus derechos. Un disparate que serviría para justificar la ablación y la infibulación.
La escuela, un lugar para el aprendizaje de valores humanos y de hechos científicos, permite la entrada del caballo de Troya de la religión católica, no de la historia de las religiones, como un igual de la Filosofía, una asignatura que detestan desde hace siglos. Una religión que quemaba a los que osaban afirmar que la Tierra era redonda vive en una permanente retirada narrativa.
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Ni siquiera conservan el Limbo, sin que la Iglesia haya informado debidamente del destino de los millones justos no bautizados, se supone que el cielo, y de las indemnizaciones pagadas por tantos siglos de detención ilegal. ¿Han pedido perdón por tanto dolor?
El Papa Francisco cree en la bondad de los cuidados paliativos y en la sedación para acabar con el enseñamiento terapéutico. También cree en las vacunas contra el covid. Pero vendrá otro más conservador, émulos de Rouco Varela o de Cañizares, que dará marcha atrás en todos los avances. Como dice Manuel Saco en su libro No hay dios (Editorial Sapere Aude), que saldrá en los próximos meses y que gustará mucho al 34% de la población, Francisco es el único Pontífice que parece elegido por el llamado Espíritu Santo, lejos de las componendas mundanas de la Curia, la compra de votos y, en su tiempo, de asesinatos selectivos.
Ahora, con la OMS bendecida de manera permanente por un dios que no se presenta para paliar la situación de millones de pobres de la Tierra ni para salvar a los migrantes que cruzan los mares y saltan los muros, todos deberíamos sentirnos mucho más seguros y felices.