La expresión “¡No hay huevos!”, que exclamamos con decepción cuando vamos a hacer una tortilla y descubrimos que nos falta la materia prima, se usa casi siempre en sentido testosterónico, como reto. A veces, tiene connotaciones de diversión, otras, de malas intenciones, las más, de fanfarronería. Pero esta semana me he hecho muy fan de su significado solidario, “No hay huevos” como sinónimo de “¿Ayudamos?”.
Cuentan que unos taxistas esperaban en el aeropuerto de Madrid y, a la tertulia sobre el desastre humanitario de Ucrania se unió la empatía, entonces alguien dijo: ¡No hay huevos!. Unos días después, emprendieron la carrera más útil, valiosa y bella que puede llevar a cabo un conductor en estos días, un viaje a Polonia con 25 toneladas de alimentos, medicinas y pañales para volver acompañados de 135 refugiados de Ucrania, entre ellos, niños y bebés.
Este relato parece un cuento pero es una historia real y 'El convoy del taxi' uno de los muchísimos gestos solidarios que explotan en estos días como reacción a las bombas
El convoy lo formaban 34 taxis y su vuelta a casa con la misión cumplida fue celebrada con una emocionante fiesta de bienvenida. Cientos de compañeros les esperaban en sus taxis, en un punto de la ciudad y los acompañaron a golpe de claxon hasta la sede de Mensajeros de la Paz, donde el padre Ángel y su equipo esperaba a los recién llegados para darles cobijo.
Este relato parece un cuento pero es una historia real y El convoy del taxi uno de los muchísimos gestos solidarios que explotan en estos días como reacción a las bombas. Cada una de estas acciones tiene una fuerza que nos dignifica como especie, en lucha con esa otra que nos denigra, la de la violencia. Además, esta ayuda es un viaje de ida y vuelta, porque consuela también a quien la presta. Todos sabemos que la impotencia es un sentimiento que araña con saña el corazón y genera un vacío insoportable que nos paraliza. Convertir el dolor en algo útil, convertir ese “no hay huevos” en “¿Ayudamos?” nos salva.
A lo largo de mi vida he tomado muchos taxis y, a bordo de los vehículos de un sector tan criticado, tantas veces, me he encontrado con personas con las que he compartido momentos fugaces de pura humanidad. En tan solo unos minutos, nos hemos contado cuestiones importantes y hasta nos hemos emocionado juntos. Alguna de esas carreras fue tan inolvidable que se coló en mis novelas. Pero ninguna de las que yo he vivido puede compararse, ni de lejos, con este Madrid-Polonia-Madrid.
Esta caravana de seres humanos que ayudan a otros es un símbolo perfecto de lo que nos permite avanzar como especie. El ser humano en la mejor de sus versiones, en contraste con ese otro que muestra su faceta más vil. Porque así somos, tan capaces de ejercer la bondad como la maldad. Y, mientras unos planifican la estrategia de la destrucción “no hay huevos para invadir Ucrania”, otros se marcan como objetivo liberar de dolor a sus semejantes.
Cada gesto solidario abriga el corazón en días tan fríos y este ha puesto lucecitas verdes en esta oscuridad desesperanzadora que nos ha invadido.
La expresión “¡No hay huevos!”, que exclamamos con decepción cuando vamos a hacer una tortilla y descubrimos que nos falta la materia prima, se usa casi siempre en sentido testosterónico, como reto. A veces, tiene connotaciones de diversión, otras, de malas intenciones, las más, de fanfarronería. Pero esta semana me he hecho muy fan de su significado solidario, “No hay huevos” como sinónimo de “¿Ayudamos?”.