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Trump, el genio estable cumple un año

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A todo se acostumbra uno. Yo, por ejemplo, llevo dos años conviviendo con un molestísimo dolor de cuero cabelludo que ha convertido aquel placentero masaje capilar, del que disfrutaba durante mis visitas a la peluquería, en una tortura medieval, me tiemblan las piernas cada vez que se aproxima el trance. Pues con Trump lo mismo, oigan.

Hace exactamente un año, el magnate de la rubia melenaza –repoblada, según su médico, con crecepelo– se convirtió en presidente de la comunidad de vecinos de la Casa Blanca y ya nos hemos hecho a convivir con esa molestia... ¿Recuerdan cuando nos parecía una broma que pudiera llegar al podio? Pues ahí está el tío del Covfefe, *cockier than an eight, un campeón. Muy fan.

El Rubius de la política norteamericana ha dicho de sí mismo: “Soy un genio muy estable”.

 

Eso mismo suelo responder a los que me quieren cuando me reprochan alguno de mis muchos errores o despistes: “Es que soy un genio” (lo de estable no lo digo, aunque igual me animo a plagiar a Donald y empiezo a hacerlo a partir de ahora). Claro, yo lo digo en modo ironía on y mis sufridores se cachondean abiertamente de mí, en cambio Donald parece absolutamente convencido de que lo es y no le falta razón, es él quien se cachondea de sus sufridores...

En estos días, coleccionamos balances de los primeros 365 días que parecen años de la era Trump. En realidad no hay nada nuevo bajo el sol, estos inventarios son recopilaciones, más o menos exhaustivas, de lo que hemos ido conociendo a diario acerca del genio estable.

Siempre hemos tenido un ojo abierto y atento a lo que sucedía en el pueblo del tío Sam, por la cuenta que nos traía, pero ahora con más razón, estando al mando de la tribu el gran jefe piel roja flequillo alocado, a ver quién es el guapo que se relaja y deja de vigilar.

Incluso deberíamos hacer guardia por las noches, junto a la hoguera y con un café en una de esas tazas de lata, como cowboys de western. Da cosilla acostarse, a este lado del charco, sabiendo que él está despierto en su orilla, maquinando ideas geniales a la par que estables...

Menos mal que tenemos brillantes vigías destacados en la zona, la periodista @DoriToribio, por ejemplo, está tejiendo con sus fantásticos hilos de Twitter un enorme tapiz que, como los de los egipcios, retrata las escenas del Faraón de Washington que quedarán para la historia.

Ya saben mis lectores habituales que estoy saturada por el monotema que hierve a este lado del charco, el del procés en Cataluña. Por empacho, por agotamiento, porque trabajar con la actualidad a diario significa, desde hace demasiado tiempo, machacar un solo asunto que centra nuestra vida informativa y descentra nuestra vida real.

Confieso que cada vez que me dispongo a seleccionar las noticias del día para la sección en la radio, en @JuliaenlaOnda, siento tentaciones de llenar mi taza de lata de cowboy con un buen whisky casero, cuesta tanto soportar este peso pesadísimo...

Sin embargo, hay algo que agradecer a esta monopolización de la atención informativa y es que le ha robado el protagonismo a Trump y sus hazañas. De no estar sumergidos, permanentemente, en el asunto “Independencia Sí, No, o Alomojó”, me temo que seríamos trumperos durante muchos momentos del día. ♪ “Trumperos de Connecticut”♪ cantaríamos como el Reverendo & Wyoming.

Pero hoy es el día de Donald, cumple un añito y ha de ser el protagonista, pongámosle su corona de cartón y dirijamos a su cara el foco.

Si yo tuviera que explicar, de forma fácil y en pocas palabras, en qué ha consistido este primer año de mandato de Trump, para que lo entendiera una persona desconectada del mundo, apartada de la realidad, alguien que viva fuera del planeta Tierra... yo que sé... Esperanza Aguirre, por ejemplo, le diría:

— Pues mira, Mari, este muchacho de la corbata pegada con celo, ha despedido a más gente de su equipo que Risto Mejide en toda su trayectoria como jurado de talent shows; ha calentado más la relación con un joven norcoreano que todas las parejas juntas del First Dates de Sobera dentro de la salita del karaoke; ha agitado el avispero de Israel y Palestina con más determinación que un granjero buscando esposa; ha tuiteado más que todas las webs brigadas juntas de trolls, de hackers, de box y de sofpapers que están venga y dale a remeter tuis y ha hecho más famoso su muro que el de Pink Floyd.

Por cierto, le cuadra a la perfección una frase –en modo literal– del temazo de la banda británica, Donald no necesita educación para gobernar... “he doesn’t need no education”.

Mi madre suele repetir una frase que aprendió de la suya: “Tendrá que ser así”, era el mantra que solía pronunciar mi abuela, entre suspiros, cuando algo le contrariaba profundamente. Una manera de expresar: “Pues habrá que joderse”, pero en fino, mi abuela aprendió a leer y a escribir siendo casi adulta, sí, pero tenía unos modales exquisitos.

Yo no soy tan delicada como mi pobre abuela, soy más bien amante del taco –como Álvaro Pérez el Bigotes–, tampoco soy tan resignada como ella, pero soy romántica, eso sí, como Jane Austen, quizás por esa razón sigo confiando en que un día llegue el impeachment, eso que en homenaje a mi compañera en la radio, Carmen Juan, que también lo ve en su bola de cristal, suelo traducir así: “Hasta luego, Mari Carmen”.

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Mientras llega o no el “hasta luego, Mari Carmen” para Trump, habrá que ponerse a cantar...

♪ Happy birthday, Mr. Very stable genius

NOTA DE LA AUTORA: *cockier than an eight: Esta es mi traducción libre de la expresión “más chulo que un ocho”. Mi sabio, culto e inteligente compañero y, sin embargo, amigo, el escritor Juan Gómez-Jurado, que se esmera en enseñarme cada día, me proponía como alternativa: cockier as hell. Mucho más correcta esta expresión, claro, pero él ya sabía cuando me la propuso que yo no la utilizaría, me conoce y sabe que a menudo sacrifico el rigor por el chiste. No soy desobediente, es que me han dibujado así. Gracias siempre, Juan.

A todo se acostumbra uno. Yo, por ejemplo, llevo dos años conviviendo con un molestísimo dolor de cuero cabelludo que ha convertido aquel placentero masaje capilar, del que disfrutaba durante mis visitas a la peluquería, en una tortura medieval, me tiemblan las piernas cada vez que se aproxima el trance. Pues con Trump lo mismo, oigan.

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