Lo mejor en estos casos es tomarse las cosas a cachondeo, así que vamos con el primer chiste: “Todos los ciudadanos son iguales ante la ley”.
Yo también me he partido la caja, como en su día se la partió, durante una de las sesiones del juicio del caso Nóos, doña Dolores Ripoll, que representaba precisamente a la Agencia Tributaria, cuando afirmó que eso de “Hacienda somos todos” era un mero eslogan publicitario para crear conciencia. O sea que no se lo creen ni en la propia Agencia, pero debe ser tenido como dogma de fe por los ciudadanos que no se benefician de amnistías fiscales.
“Nosotros tampoco somos todos”, deben gritar muertos de risa en los despachos de Apple, Amazon, Google, Facebook y demás corporaciones exentas de tributar a la hacienda pública por la gracia de dios, que también está de cachondeo, y del señor Montoro, que ha decidido convertirse en teleñeco para evitar dar explicaciones a los ciudadanos y suelta lo primero que se le viene a la cabeza con tono de macarra superdotado que se desespera al ver el bajo nivel de sus interlocutores. Sí, en sus exposiciones siempre luce un rictus ofensivo que no expresa razón, sino arrogancia, superioridad manifiesta, debe tener complejo de lo contrario, mezclado con un tonillo de chulería pandillera. El subtexto de sus intervenciones viene a ser: “Voy a hacer lo que me salga de… porque puedo, porque quiero y porque me da la gana. Hombre, también espero –pensará– que los putos amos no olviden estos detalles”. De paso, manda a todo el mundo a estudiar porque le aburre hablar para tontos, deseando que seamos conscientes de lo que nos perdemos por no poder dirigirnos a personal de su nivel. Por eso se permitieron el lujo de enviar a la sala, desde su Agencia Tributaria, el insultante informe según el cual la Infanta era una ciudadana ejemplar.
“¡Ojalá! –gritaron todos los ciudadanos a los que les gustaría alguna exención tributaria– pudiéramos seguir su ejemplo sin pasar por el talego”, pero olvidan esos ciudadanos que el informe también nace del espíritu cachondo que adorna al teleñeco. “Implacable con el indefenso, servil con el poderoso”, esa es la norma para sobrevivir y ascender en este mundo corrupto en el que habitamos y del que nos defendemos con sorna para no caer en lo psicosomático. “Las urgencias están saturadas, haga el favor de no tomarse las cosas en serio”, debería ser el nuevo eslogan del Ministerio de Sanidad para reducir el gasto. Claro que llegarían los responsables de Empleo y Seguridad Social sacando el tema de las pensiones de jubilación y exigiendo: “No, no, que se lo tomen, que se lo tomen, a ver si les da un ictus, que sobramos la mitad”.
Esta señora, que hablaba en nombre de la Agencia Tributaria en el juicio, seguro que tiene un futuro prometedor en nuestra administración, porque ir contra ella mientras se la representa, con el fin de llevar a cabo una acción política de parte, siempre se premia en nuestro Estado de Derecho con un ascenso. Si no, que se lo digan a don José Manuel Maza, ahora Fiscal General del Estado, que mostró en solitario un voto particular pidiendo la inhabilitación del juez Garzón, contra el criterio de los otros seis jueces de la sala, por intentar investigar los crímenes del franquismo. Como todo encaja cual puzle sideral, hoy nos enteramos de que fue él, precisamente, quien redactó el auto en el que se han basado para absolver a los políticos valencianos del PP que soltaban la pasta a las empresas de Urdangarin con sólo pedirla, por ser vos quien sois. También parece que va a dar orden de sustituir al fiscal jefe de Murcia, casualmente, ahora que llama a declarar al presidente de dicha Comunidad, también del PP, mientras asaltan por segunda vez el domicilio del fiscal anticorrupción murciano, con robo de pruebas de casos que afectan a dicho partido, sin que pase nada. Dan o no dan la risa las cosillas de esta mafia que nos han metido así, por lo sencillo, sin que el ministro del ramo, que no investiga a la cúpula policial dedicada a la difamación y la extorsión de rivales políticos, tampoco tome cartas en este asunto, ni proteja, ni dé la cara por los servidores de la justicia asaltados y coaccionados.
Cualquiera diría, de cachondeo insisto, porque recordemos que estamos en un Estado de Derecho, que este señor Fiscal General del Estado trabaja para el partido del gobierno que lo nombra, en vez de para la Justicia.
En fin, la cosa es que la sentencia de este fin de semana ha generado confusión. Por un lado los políticos verdaderos, demócratas y constitucionales, han salido en tromba afirmando que se demuestra que “todos somos iguales ante la Justicia”. Alguien debería avisarles de que han absuelto a la infanta, porque parece que no se han enterado. Digo esto, y les cuento una historia, aprovechando que soy mayor y he visto cosas que no creeríais.
Hace muchos años estuve en la cárcel de Yeserías. Era para mujeres. No me encontraba allí por haber cometido un delito, sino actuando con El Reverendo de telonero de Sabina en un concierto que dimos en el patio. Como sabía que era la prisión de mujeres más grande de España, me sorprendió la escasa afluencia de personal, apenas doscientas reclusas. La entrada no estaba abierta al público, lógicamente, lo cual reducía las posibilidades de asistencia, pero ya habíamos tocado en el patio de Carabanchel delante de unos tres mil presos, en una imagen que acojonaba. Hablando con la alcaidesa me comentó que estaban todas, menos las condenadas por delitos de terrorismo, que no participaban en los actos que se organizaban en la prisión. Al manifestarle mi sorpresa porque me parecían pocas me dijo que, en efecto, era la cárcel más grande. Las mujeres no cometían delitos en aquel tiempo, a finales de los ochenta. La población reclusa femenina era ínfima en comparación con la masculina. “Es más –me comentó–, la mayoría son delincuentes consortes”. Al adivinar mi incomprensión por ese tipo delictivo me aclaró la cuestión: “La mayoría están aquí por complicidad con las fechorías del marido, por encubridoras o, simplemente, porque se han comido el marrón de su pareja”. Se le olvidó un dato fundamental que pude comprobar al hablar con ellas: eran pobres.
El hecho de ignorar la causa por la que se las condenaba, de estar con el coche esperando para salir de naja colaborando en el negocio familiar, la mayoría de las veces contra su voluntad, o guardar la droga bajo las ropas, no las eximía de la condena que pagaban con la prisión.
Otras tienen más suerte, y alegando disminución de las facultades mentales se van de rositas. Sin duda la mala memoria de la infanta Cristina, que dijo 189 veces “no lo sé”, 58 “lo desconozco”, 7 “no me consta” y 59 “no lo recuerdo”, han causado sentimiento de pena ante un ser desvalido, en lugar de la indignación de la sala que, sin negar su derecho a la legítima defensa, también podría haber pedido alguna explicación de cara a este pueblo al que también llaman “soberano”, como a su hermano, y que mantiene con su trabajo la sacrosanta institución de la que vive su familia desde hace generaciones. ¡Qué ricos los potitos de perdices!
En fin, que la buena infanta se hizo pasar por tonta y todo el mundo en la sala se creyó a pies juntillas tal condición. Hay que ver la mala fama que tiene esa familia en cuanto a sus atributos intelectuales. Menos mal que esa deteriorada cabecita del “no me consta”, “no lo recuerdo”, no le afecta por igual en todos los ámbitos, porque hubiera dado lugar a una portada espectacular si en una de sus ausencias mentales, en lugar de abandonar la sala de la mano de su marido, se hubiera abrazado a un fotógrafo. O, ya de paso, al fiscal, que se portó como un caballero que, en otros tiempos, habría sido premiado con un título nobiliario.
En fin, como siempre pagan justos por pecadores, el museo de cera se está quedando sin figuras, aunque en la era del reciclaje los muñecos encuentran nuevo acomodo. Así, esto es lo único que no va de cachondeo de todo el artículo: Saddam Hussein está de revisor en un vagón en el Museo del Ferrocarril toda vez que perdió su condición de jefe de Estado. Triste decadencia, aunque mejor que la suerte que corrió en vida a manos de los que fueron sus aliados y que lo colgaron de una soga. No sería extraño encontrarnos las figuras de este matrimonio amnésico en una recreación de Mayo del 68, de un Belén, o del circo Price como trapecistas. De domadores de elefantes mejor no hablamos.
Claro que la más fidedigna reubicación debería ser la de don Iñaki y su socio Diego Torres disfrazados de cacos, portando sendas linternas, para abrir la caja fuerte de un despacho en plena noche mientras sus señoras esperan con el coche en marcha. Sólo escribiendo así la historia se explicaría la ausencia entre los condenados de los políticos valencianos que les dieron la pasta por la cara, que han salido absueltos, a los que no les valía alegar oligofrenia como atenuante, y que fueron colaboradores necesarios en la sustracción de la cifra en cuestión, como aquellas mujeres que, por lo mismo, daban de mamar a sus hijos entre rejas en Yeserías.
Que todos los ciudadanos son iguales ante la ley es tan cierto como que lo son ante Hacienda.
Son chistes, no eslóganes como dijo la abogacía del Estado durante el juicio. La diferencia entre uno y otro es que los primeros causan risa.
Y en eso estamos, en el festival del humor permanente.
Más humor. En el congreso nacional del PP el ministro de Justicia se entrevista en privado con el presidente de Murcia el día antes de que la Fiscalía retirara su acusación. El ministro dice que fue un encuentro casual.
¡Uyyyy!, por poco cuela. Las cámaras de televisión le pillan buscándole y llamándole por teléfono para tener un encuentro. Es un mentirosillo. Pero bueno, al fin y al cabo sólo es ministro de Justicia, tampoco le vamos a exigir que diga la verdad: le harían bullying sus compis en los Consejos de Ministros.
Dos días después, en una entrevista radiofónica, el investigado presidente se jactaba de tener información acerca de lo bien que iba su cuestión judicial y profetizaba la retirada de la acusación antes de que se hiciera pública. ¿Es o no es de risa?
Vamos a terminar con otra risa: “Ministro, es usted un fistro”.
Claro que, dios, siguiendo con la guasa, le ha hecho cargar con el apellido Catalá, en estos tiempos. No debe ser fácil para alguien nacido en Madrid y de esa ideología. Seguro que se ha pasado la vida excusándose.
De lo demás no tiene que dar explicaciones.
Si le dicen: “¡Dimisión!", él responde: “Misión”.
¡Qué ratos más buenos nos hacen pasar!
Lo mejor en estos casos es tomarse las cosas a cachondeo, así que vamos con el primer chiste: “Todos los ciudadanos son iguales ante la ley”.