Al Gobierno de España le parece que las palabras que el presidente venezolano ha dicho de Aznar –“Porque él es responsable de la muerte de 1.200.000 iraquíes. Porque él promovió la guerra con Bush”– no son más que “difamaciones y calumnias”. Es de suponer que desearían que su ley mordaza se extendiera al otro lado del Atlántico, pero por desgracia para todos los amantes de la paz y la libertad, esas palabras sólo esconden una gran verdad. Si con su apreciación se refieren al cómputo de muertos, no sé si se trata de una cifra exacta o de una exageración, pero en lo demás no hay nada que objetar, salvo el empeño de este Gobierno en vivir permanentemente en la mentira, tergiversar la realidad y revisar la Historia.
No sé si querrán hacernos creer que Aznar con sus socios y colaboradores estaban al frente de las manifestaciones del No a la guerra, pero mi memoria me dice lo contrario. El señor Bush, cuyos negocios familiares están relacionados con el petróleo, encontró la excusa perfecta en el 11-S para promover la invasión de Irak, el único país laico de toda la zona, el único en el que Al Qaeda no tenía presencia y era perseguida con contundencia. Su padre ya intentó ese expolio con otra guerra, y no salió bien. La excusa era estupenda: Sadam Husein era un dictador y había que llevar la democracia a aquel país. Aznar y los suyos, que ahora nos gobiernan, acusaban entonces a cualquiera que se le ocurriera cuestionar ese genocidio de amante del totalitarismo y defensor de las dictaduras. No han dicho nada de las torturas de Guantánamo, consecuencia de la imposición de la democracia en Irak.
Para legitimar esa acción se inventaron el peligro que suponía para la humanidad que el dictador iraquí estuviera fabricando “armas de destrucción masiva”. La ONU envió inspectores que certificaron que allí no había nada de nada. Aznar se sumó a la masacre tras afirmar en televisión y en el Congreso de los Diputados: “Irak tiene armas de destrucción masiva. Puede estar usted seguro, y pueden estar seguras todas las personas que nos ven que les estoy diciendo la verdad”. Mentía como lo hizo su portavoz el señor Zaplana tiempo después con respecto a esas afirmaciones: “No tenemos información propia ni el presidente Aznar ha dicho nunca que a él expresamente le conste". Claro que le constaba, lo repitió hasta la saciedad. Todo les da igual.
Años después quedó con el culo al aire cuando los americanos reconocieron, como tienen por costumbre después de cometida una fechoría, que todo eso de “las armas de destrucción masiva” había sido inventado para justificar la necesidad de la invasión. Aznar, que mintió repetidas veces con respecto al tema, también lo hizo cuando cuatro años más tarde reconoció, por fin, después de que lo hicieran Bush y Blair, la inexistencia de dichas armas: "Todo el mundo pensaba que en Irak había armas de destrucción masiva, y no había armas de destrucción masiva. Eso lo sabe todo el mundo, y yo también lo sé... ahora. Tengo el problema de no haber sido tan listo de haberlo sabido antes". Todos se rieron con aquella intervención y aplaudieron efusivamente esa falsa humildad, ese reconocimiento de su ignorancia. No fue tal, se trató de una estrategia urdida para imponer un genocidio injustificable. “Cuando yo no lo sabía, nadie lo sabía”, continuó el presidente. Volvió a mentir. Eran minoría los que creían en aquella falacia, ya que las únicas armas químicas que podría tener en stock Sadam Husein eran restos que le vendieron los propios norteamericanos, que usó en la guerra de Irán y también contra los kurdos en su propio país. Los mismos que le vendieron las armas y consintieron y apoyaron su uso cuando era su extravagant friend, como llamó Aznar en su día a Gadafi, ahora le demonizaban y la sola sospecha de que le quedaran restos de la mercancía por ahí, parecía motivo suficiente para masacrar al pueblo iraquí y robarle su petróleo. Así de cínico y cruel es el imperio del libre mercado.
No quedó ahí la falsa disculpa del señor Aznar: “Todo el mundo creía que las había”, afirmó. Falso de nuevo. Sólo los partidarios de la guerra afirmaban tal cosa. Nadie pudo demostrar en su día la existencia de aquella entelequia, y el inapelable argumento de que no encontrarlas no significaba que no existieran se convirtió en razón suficiente para iniciar aquel acto de piratería genocida que acabó con la vida de más de un millón de personas inocentes.
Bush mandó a España a un hermano que, por increíble que parezca, era más tonto que él. Se llama Jeb y a la sazón era el gobernador de Florida. Se despachó en agradecimientos hacia la “República Española” por su colaboración con los EEUU y afirmó: “Puedo asegurar a todos los que tienen sus dudas que a largo plazo esa relación dará beneficios que no se pueden imaginar ahora”. Tampoco en eso cumplieron. La rapiña del botín no fue buena para los emprendedores españoles que pujaron por quedarse con proyectos de reconstrucción del país que había que destruir previamente. No sacaron tajada alguna. Ya se habían repartido el pastel los allegados al presidente, encabezados por Rumsfeld: se quedaron el botín en exclusiva dejando a los españoles con dos palmos de narices. Parece que una vez que usaron a Aznar para la foto, se negaron a pagar esos beneficios que prometía Jeb cuando fue advertido de que el pueblo español estaba en contra de esa invasión en un 90%, según reflejaban algunas encuestas. “Eso es menos de los que creen que Elvis está vivo”, dicen que respondió Blair en tono jocoso. Igual de risueños estaban con sus pelos al viento en la famosa foto de las Azores cuando dieron el banderazo de salida para que empezaran los bombardeos.
Aznar fue el colaborador necesario de aquel genocidio. Bush y Blair necesitaban a alguien más y él se prestó a ser el pringado metiendo a su país en una guerra a cambio de que le dejaran poner los pies en la mesa y fumarse un puro en el rancho del presidente de los EEUU.
Dos atentados conmovieron al mundo perpetrados por radicales islámicos: uno en Londres, otro en Madrid. En Londres dijeron que fue una venganza como consecuencia de aquella guerra. El de Madrid, según el gobierno del PP, fruto de una conspiración para cambiar el resultado de unas elecciones cuyo origen no había que buscar “en desiertos remotos ni lejanas montañas”, tal y como afirmó el señor Aznar en la Comisión de Investigación del 11-M. La desfachatez y crueldad de este señor parecen no tener límites. Todavía con los cuerpos calientes quería sacar rédito político de la sangre de las víctimas.
Lo que ha dicho el señor Maduro es cierto. Los que mienten son los que masacraron al pueblo iraquí y hoy siguen torturando a sus ciudadanos ante la impasividad internacional.
El señor Aznar, que con aquella acción criminal pretendía sacarnos del rincón de la historia, sólo fue el mamporrero, pero imprescindible al fin y responsable como miembro del Trío de las Azores (que eran cuatro, también estaba Durao Barroso) del saqueo y el genocidio.
“Con las mentiras de siempre, una bandera, un pastel de manzana,la mamá y la Biblia, todos pueden creerse cualquier mentiraDonde sea y cuando sea”.
Frank Zappa, When the lie is so big
Al Gobierno de España le parece que las palabras que el presidente venezolano ha dicho de Aznar –“Porque él es responsable de la muerte de 1.200.000 iraquíes. Porque él promovió la guerra con Bush”– no son más que “difamaciones y calumnias”. Es de suponer que desearían que su ley mordaza se extendiera al otro lado del Atlántico, pero por desgracia para todos los amantes de la paz y la libertad, esas palabras sólo esconden una gran verdad. Si con su apreciación se refieren al cómputo de muertos, no sé si se trata de una cifra exacta o de una exageración, pero en lo demás no hay nada que objetar, salvo el empeño de este Gobierno en vivir permanentemente en la mentira, tergiversar la realidad y revisar la Historia.