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Un tonto, dos tontos, tres tontos

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El Gran Wyoming

Cuando Francisco Nicolás Gómez Iglesias en su precocidad incuestionable decidió dar rienda suelta a sus habilidades facinerosas y desarrollar su carrera delictiva, encaminó sus pasos al lugar donde pensó que mejor le ilustrarían en el arte de la estafa, el que pensó que sería la universidad del hurto por excelencia, escogiendo la escuela de pensamiento político del Partido Popular creada a mayor gloria de la intelectualidad universal, presidida por don José María Aznar y cuya vicepresidencia ocupa doña María Dolores de Cospedal: la FAES.

Sin duda ignoraba el aprendiz de chorizo, cuando a los quince años llegó a la sede matriz del pensamiento conservador ibérico, que la FAES es un sitio muy serio y que se define como una organización sin ánimo de lucro. Otra cosa muy distinta es el ánimo que mueve a los que forman la fundación, en cuyo ideario el lucro es la esencia del ser. En efecto, la FAES debe ser un sitio muy serio y productivo puesto que se hace merecedora de una subvención de cinco millones de euros anuales que salen de los bolsillos de todos los españoles, de los que se benefician de las consecuencias de sus ocurrencias políticas, y también de los que las sufren. Ésa es una de las diferencias entre la pertenencia a nuestro sistema político y a un club sadomaso. En el primero tienes que pagar aunque la tortura no sea voluntaria, mientras que en el segundo sólo sangran la cartera de aquel que goza con el puteo que le infligen a la carta.

Claro que puede entenderse la confusión del retoño si tenemos en cuenta que la FAES define como uno de sus principales objetivos “desarrollar los principios ideológicos que fundamentan a la derecha política”. Visto lo visto, conociendo esos principios ideológicos y los altos rendimientos que proporcionan, es normal que cualquier ratero considere que los males que le acarrea el desarrollo de su oficio le vienen de estar mal asesorado. El hampa no es lo que era. La sirla, el tirón, el butrón, el chino son técnicas y herramientas en desuso, obsoletas y de mucho riesgo. Ahora existen especialidades para el hurto que la ley no persigue. Lo llaman puerta giratoria, asesoría verbal, stock option, blindaje de contrato, consejería consultiva, indemnización en diferido, indemnización acorde al mercado y un sinfín de triquiñuelas en las que se refugian los mismos que, previamente, han creado las leyes que las amparan. “Es legal”, pregonan a los cuatro vientos cuando son cuestionados por recibir indemnizaciones millonarias de empresas que han hundido con su gestión. “Ha prescrito”, gritan alborozados cuando las buenas artes de sus abogados consiguen enterrar sus fechorías en millones de legajos ante los que una justicia sin recursos se muestra inoperante o incluso tierna.

Todo lo sustraído por el conjunto formado por los cientos de ladrones que abarrotan cualquiera de nuestras cárceles no llegaría a sumar lo que se levanta, así por lo sencillo, de una forma legal, uno solo de nuestros múltiples próceres que hoy los ciudadanos ponen en la picota, y que en el peor de los casos le acarrea problemas fiscales, sin que se entre nunca en el fondo: de dónde sale esa cantidad que no se declara.

Parece, a tenor de las últimas sentencias, que al Estado lo que más le preocupa de estos señores, también en el tema de las tarjetas black, es que no aporten a las arcas la parte que les corresponde, restando trascendencia al descrédito que supone para su adorado sistema financiero el hecho de que los propios consejeros de un banco abran la caja, saquen el dinero que tengan a bien para sus caprichos y luego, para justificar el descuadre de las cuentas, lo achaquen a un fallo informático. El debate se centra en el fraude fiscal y el mal uso de la tarjeta, que el dinero proceda de un robo parece ser lo de menos, ya no hace saltar las alarmas éticas, morales, de esta estirpe de gobernantes. El empeño del Estado en denunciar que no se declara lo robado y pleitear por ello le convierte en cómplice de la fechoría. En primer lugar, habría que incautar lo sustraído y devolverlo a sus legítimos propietarios, sin que el Estado pretenda obtener su parte de unos dineros obtenidos con malas artes como si de un reparto del botín se tratara.

¡Manda cojones!

Francisco Nicolás Gómez, de veinte años cumplidos, criado a los pechos de la FAES, ha tenido una meteórica carrera delictiva. Cautivados por su supuesto poderío y sus espectaculares relaciones, estas sí, ciertas, empresarios de toda índole cayeron rendidos a sus pies intentando obtener favores por la vía de los sobornos que en unos casos eran correspondidos y en otros resultaban fallidos. De nuevo sale en las fotos del niño chorizo don Arturo Fernández, ya exvicepresidente de la CEOE y presidente de la CEIM, cargo que asegura que no va a dejar hasta que no culmine lo que es su principal cometido en esa institución: la elaboración del código ético de la patronal madrileña. ¡Manda cojones! Pues sí, el niño también lo tenía en cartera, de hecho le pidió permiso para hacerse pasar por su sobrino y al otro le pareció estupendo.

También se hacía pasar por hijo del rey, nadie cuestionó su paternidad, vaya concepto de la institución que tiene el personal. Francisco Nicolás, que a la tierna edad de veinte años ha llegado muy lejos y de nuevo anda suelto por las calles, es sin duda por su gran iniciativa y sus dotes de emprendedor un firme candidato a presidir la CEOE en el futuro. Tenía encandilados a los altos dirigentes neoliberales de nuestro país, por el que se paseaba con coches de lujo y chófer, y a veces se hacía acompañar de coches oficiales y escolta de policía que ponían a su disposición corporaciones municipales para ver qué les podía llover de las alturas. ¿En manos de quién estamos? ¿Cómo llegó a deslumbrar un niño a los que dirigen nuestros destinos?

Decía San Ginés que el que tiene cara de bruto lo es. Pues este chaval, a pesar de ser muy listo, tiene cara de tonto, pero eso no es nada comparado con los cerebros privilegiados que hoy nos mandan y que cayeron rendidos a sus pies cuando aún no alcanzaba la mayoría de edad. Esos nos gobiernan.

Sin duda fue la fogosidad adolescente de Francisco la que echó por tierra su carrera, aún recuperable y ascendente si las cosas no cambian, por no cumplir los plazos que marca el ideario neoliberal. Le faltaron buenos consejos como los que Sancho recibiera de su buen señor y que en este caso serían: “La precipitación en el hurto no es sino cosa de malandrines, pícaros, tahúres y demás canalla plebeya. Primero legisla, luego acomete. Ese es el orden si no quieres terminar tus días encerrado entre rufianes con gran quebranto para tu ánima digna de glorias más acordes a tu entendimiento”.

Cita la jueza que lleva el caso un informe pericial que habla de su perfil como "florida ideación delirante de tipo megalomaníaco". Encaja esta definición en alguno que pretende sacarnos del rincón de la Historia. Algo debió ver nuestro personaje en el presidente de la FAES cuando entró en aquel templo como en su día hiciera el niño Jesús en Jerusalén al soltarse de la mano de sus padres para encontrarse entre iguales con tan sabios doctores.

Cuando Francisco Nicolás Gómez Iglesias en su precocidad incuestionable decidió dar rienda suelta a sus habilidades facinerosas y desarrollar su carrera delictiva, encaminó sus pasos al lugar donde pensó que mejor le ilustrarían en el arte de la estafa, el que pensó que sería la universidad del hurto por excelencia, escogiendo la escuela de pensamiento político del Partido Popular creada a mayor gloria de la intelectualidad universal, presidida por don José María Aznar y cuya vicepresidencia ocupa doña María Dolores de Cospedal: la FAES.

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