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"No se os puede dejar solos": el regreso de 'El Ministerio del Tiempo'

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"No se os puede dejar solos", dice Franco; "¡Qué es una mujer sin sus collares!", afirma su esposa. No haría falta más para identificar la ficción: ha vuelto El Ministerio del Tiempo. Y lo ha hecho con sus señas de siempre, con sus historias de la historia, con esa cierta ingenuidad de hacer creíble los saltos en el tiempo sin agobiar con explicaciones alambicadas, y sobre todo con esos guiños al espectador fundados en frases inolvidables, reconocibles, que quizás sean el ingrediente principal para lograr un sector de seguidores, que más que espectadores son auténticos fans.

Nunca ha tratado de ser una serie histórica y gracias a ello se permite la licencia de mezclar tras cada puerta tiempos concretos con personajes absolutamente anacrónicos, como ese Diego Velázquez que discurre con sus obsesiones por épocas alejadas de su siglo. Pero no conviene fiarse: un estimable afán por recuperar intrahistorias hace que aparezcan personajes periféricos que realmente participaron en los hechos que se narran, como ocurre en el episodio de estreno con un Luis García Berlanga jovencísimo acompañando a Rodolfo Sancho en un paisaje nevado; en realidad, Berlanga se enroló en la División Azul marchando a Rusia para liberar a su padre de la cárcel y de la condena a muerte por sus ideales republicanos. Estuvo luchando en el frente de Novgorod entre 1941 y 1942. Otro tanto sucede con el bombardeo de Cabra, que hacía escribir a uno de sus creadores, Javier Olivares, pocos minutos después de terminar el capítulo: "Genial, unos nos llaman fascistas por hablar del bombardeo de Cabra. Y otros, que cómo se nota que nos paga el Gobierno social-comunista... por hablar del bombardeo de Cabra. Muy loco todo". No obstante, en ese juego de realidades del pasado e imaginación, no pierde la oportunidad de mostrar los múltiples "dobles" del dictador para evocar a Antonio Mercero y su recordada Espérame en el cielo.

En este estreno de la cuarta temporada de la serie se reincorpora Julián (Rodolfo Sancho), sin que desaparezca quién fue su sustituto, Hugo Silva, Sérpico; por cierto, ¿que pinta ese personaje con coleta en 1943? En la España de esa época en lugar de pasar de incógnito hubiera ido a la cárcel en aplicación de la ley contra "vagos y maleantes". Están presentes en sus papeles todos los actores habituales, con Jaime Blanch a la cabeza en el personaje de Salvador. "Significa el poder, la frialdad, el trabajo bien hecho" dice el actor, mientras los creadores afirman que "es el el verdadero protagonista de El Ministerio del Tiempo, porque él es el ministerio, el que pone las reglas. Con la elección de Jaime Blanch, queríamos hacer un homenajes a los actores de siempre". Y es que Blanch, cercano a los ochenta años, se hizo famoso a los trece con el papel de Jeromín, ha rodado decenas de películas, representado centenares de obras de teatro, y fue unos de los actores omnipresentes en la época dorada de Estudio 1 de TVE.

Recién estrenada la cuarta temporada, conviene recordar que se trata de una serie (relativamente) cara, circunstancia que estuvo a punto de provocar que desapareciera tras la primera tanda de episodios, a pesar de la práctica unanimidad de la crítica, desde "una idea genial", o "apasionante", hasta "entretenida, divertida, original y valiente. Y sobre todo es inteligente y trata al espectador como si también lo fuera". El elemento decisivo para su continuidad hay que buscarlo en las redes sociales, que semana a semana convertían a los personajes que iban apareciendo en los más nombrados; se creó toda una red de seguidores –los autodenominados Ministéricos– tan fieles como activos, hasta conseguir que entraran en la producción plataformas de pago, lo que redundó en más y mejores medios de rodaje.

Curiosamente, una serie que mezcla el rigor histórico de los hechos con incursiones de personajes anacrónicos ha conseguido que muchos espectadores se encuentren de nuevo con unas historias que habían olvidado tan pronto dejaron atrás colegios e institutos. Aunque solo fuera por eso, la televisión pública, en tiempos de realities y petardeos, está obligada a emitir El Ministerio del Tiempo.

"No se os puede dejar solos", dice Franco; "¡Qué es una mujer sin sus collares!", afirma su esposa. No haría falta más para identificar la ficción: ha vuelto El Ministerio del Tiempo. Y lo ha hecho con sus señas de siempre, con sus historias de la historia, con esa cierta ingenuidad de hacer creíble los saltos en el tiempo sin agobiar con explicaciones alambicadas, y sobre todo con esos guiños al espectador fundados en frases inolvidables, reconocibles, que quizás sean el ingrediente principal para lograr un sector de seguidores, que más que espectadores son auténticos fans.

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