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Las decisiones del nuevo CGPJ muestran que el empate pactado entre PP y PSOE favorece a la derecha

Ocho lecciones de comunicación que aprendimos con Pedro Sánchez

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Primera: nunca desprecies a un segundón. Nadie daba un duro por él. Las apuestas estaban todas en nombres más sonoros: Susana Díaz, Carme Chacón, Patxi López, Eduardo Madina. Hasta hace menos de dos meses nadie anticipaba que "ese tal Pedro Sánchez" sería el líder de la oposición en España. (Tampoco, por cierto, había anticipado nadie que otro tal Pablo Iglesias convertiría Podemos en un actor político relevante). Sé que ahora llega el momento en el que alguien dice: "No es cierto: Fulanito en el el diario electrónico Elreducto.es predijo la victoria de Sánchez". Por supuesto, siempre hay algún friki que se desmarca de la opinión dominante, y ya sabemos cuántos padres y madres tiene la victoria y que la derrota sin embargo es huérfana. Pero seamos sinceros: en el liderazgo de Pedro Sánchez sólo confiaba al principio el propio Pedro y unos cuantos amigos más.

Segunda: de hecho, en procesos constituyentes, desconfía de los "preferidos" en un principio. En un libro ya viejo pero de enorme calado, El arte de la manipulación política, Josep Maria Colomer aplica la teoría de juegos a varios escenarios de la Transición política española. Explica así la elección de Adolfo Suárez por parte del rey, y cómo se maniobró con inteligencia para hacer esa elección posible. ¿Cómo? Por simple descarte de los favoritos, demasiado marcados, demasiado controvertidos, demasiado conocidos. Creo que al autor no le costaría aplicar esos mismos cálculos al comportamiento de los principales actores en la reciente renovación del liderazgo del PSOE. Susana Díaz: demasiado riesgo presentarse a esa elección. Carme Chacón: sería incoherente aceptar un juego al que te has opuesto. Ambas, demasiado conocidas, demasiado controvertidas. Las segundas opciones resultan ser en esos casos las más virtuosas. Y suben así como la espuma liderazgos inesperados, como en su momento el de Suárez, o también Barack Obama o Matteo Renzi.

Tercera: la clave en las elecciones internas son los cuadros intermedios, y si te empeñas en insultarlos, te castigan. En un encuentro privado reciente con Felipe González, a cuenta de otra cuestión que nada tenía que ver con el congreso del PSOE, el expresidente hacía notar algo muy importante, que es muy conocido por los politólogos: el poder se mantiene por coaliciones de tamaño relativamente pequeño. Un solo individuo no puede dominar a una población. Y una población completa no puede sostener a un individuo sin cuadros intermedios que hagan el trabajo. Se refería González al mismísimo Francisco Franco. De nuevo, un segundón, que es capaz sin embargo de canalizar el apoyo de un grupo de oficiales y suboficiales dispuestos a dar el golpe bajo su dirección. Llámalo aparato si quieres. Pero lo necesitas. Son los señores y señoras que van casa por casa con el papel para que te firmen el aval. Los concejales, los alcaldes de pequeños pueblos, los diputados regionales, asesores y empleados del partido. Un respeto por ellos, porque son los que tienen que quedarse hasta las tantas en el pleno municipal para votar una moción aunque sea para perderla. Los profesionales a cargo de la máquina. Es difícil ganar sin su beneplácito. Y contra ellos es casi imposible.

Cuarta: si tienes un escándalo que suscitar, mejor que tu material sea realmente importante, porque si no quedarás como un marrullero. Tengo la certeza que las ridículas acusaciones de que Sánchez estaba vinculado con Bankia –por pertenecer como concejal a su asamblea junto a otras 300 personas más y sin cobrar un duro por ello– fueron aprovechadas no sólo por el equipo de Madina, sino incluso más por el de Pérez Tapias, usando esa vieja táctica que consiste en decir "Mira qué caca más grande, pero de mi perro no es". Consigues con ello que el olor llegue igual al olfato de tu interlocutor. Por eso a mí me pareció moralmente lamentable y estratégicamente equivocado que ese día en que El Confidencial se prestaba para publicar la acusación, el país desayunara con Madina dando pábulo a la tontería en el foro de Europa Press y se acostara con Pérez Tapias pidiendo explicaciones a Sánchez a las 12.30 de la noche en Telemadrid. "Malas artes", había denunciado Sánchez, ganando son seguridad unos cuantos cientos de votos más. Y cuanto más insistían algunos en destacar el asunto en sus crónicas del día, más se reforzaba la reputación de Pedro Sánchez y más se ensuciaba la de quienes la ponían en duda.

Quinta: Twitter no es fundamental. Es importante, sin duda, pero no fundamental. Se pongan como se pongan los hipsters –y yo cada vez los veo menos elocuentes– la política sigue dirimiéndose fundamentalmente en los lugares de masas de siempre: los grandes diarios –en papel o electrónicos, pero grandes– y, por supuesto, las grandísimas televisiones y las grandes emisoras. Y además está Twitter.

Sexta: te centra el que tienes a la izquierda o a la derecha. No había grandes diferencias entre los tres candidatos. Por mucho que se empeñara en distanciarse Pérez Tapias, ni siquiera en él había grandes diferencias programáticas. Pérez Tapias hizo notar su ausencia en la votación de la reforma constitucional, pero había votado con su grupo el letal paquete de medidas de ajuste de Zapatero o su controvertida reforma laboral. Y lo hizo porque su voto era necesario para alcanzar la mayoría. Sánchez lo sabía y podría haberlo usado si la cosa se hubiera puesto difícil, por ejemplo en el debate. Pero a lo que vamos: las diferencias eran perfectamente salvables a la hora de la verdad. Incluso ese supuesto republicanismo o su opción favorable a una consulta en Cataluña, resultaban ser la excepción que confirmaba la unidad esencial. El republicanismo más radical o la condescendencia con la consulta resultaban relativamente exóticas dentro del PSOE. Por eso hizo bien Sánchez en señalar todo el tiempo que Pérez Tapias e Izquierda Socialista eran necesarios. Pero como corriente, claro. Reforzando el papel de la corriente minoritaria, la mantienes minoritaria.

Séptima: es el relato moral, no las propuestas; es quién habla, no lo qué dice. Si las diferencias no eran programáticas, debían ser entonces personales. Hace tiempo que el PSOE no tiene un problema tanto de ideas –hay una Conferencia Política en la que participaron cientos de personas– como de credibilidad. Dice Sánchez que la clave es "hacer lo que decimos y decir lo que hacemos". Por eso me parece a mí –que no soy objetivo ni neutral en absoluto, advierto– que tiene un enorme poder esa historia de la carretera, del coche, de las noches en las casas de los militantes. Pero para poder contarla, había que haberla vivido (recordemos que lo importante no es el storytelling, sino el storydoing). No vamos ahora a pedir la canonización del secretario general electo, pero su narrativa resultaba más convincente que aquello del "shock de modernidad", las gafas y el flequillo o el toque naïf de "Edu", dicho sea con todo el respeto por mis amigos, que se dejaron la piel en la campaña de Madina. A fin de cuentas, los españoles habíamos visto una y otra vez a Eduardo sentado en el escaño detrás de Rubalcaba o a su lado en la ejecutiva del PSOE. Y ya puestos, es probable que los militantes del PSOE, en la situación en la que está el país ahora, prefieran un "don Eduardo" que un "Edu", si se me permite la broma.

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Octava: la mejor acusación que pueden hacerte es que sólo eres marketing. No siempre, pero en muchos casos la afirmación según la cual un producto o un servicio es "puro marketing" esconde un cierto punto de admiración por ese producto o servicio. Coca-Cola es puro marketing, Apple es puro marketing... Podemos es puro marketing o Pedro Sánchez es puro marketing. No hay problema: eso significa que funcionan. La clave es vigilar para que los críticos no lo aprovechen y pongan la atención sólo en la forma y no el contenido. Tomando una buena carne cerca del Congreso, me decía mi amigo Javier Valenzuela con simpática ironía: "Pedro Sánchez debería equivocarse en algo, para que no parezca tan estudiado". Y otra buena amiga, Joana Bonet, me explicaba lo mismo. Y ella sabe bien lo que dice: los guapos y las guapas, ya se sabe, tienen que hacer un esfuerzo adicional para no parecer tontos.

Postdata: Declaración de intereses. He colaborado en la campaña de Sánchez.

Él me ofreció participar en su campaña y lo hice. Voluntariamente, en los dos sentidos de la palabra: sin remuneración alguna y sin que ningún tercero me lo pidiera. De manera que cuanto digo aquí tiene ese sesgo inevitable. Aun así, en mi análisis trato de no dejarme llevar por mis querencias, y confío en que el lector o la lectora sepa perdonarme si lo hago.

Primera: nunca desprecies a un segundón. Nadie daba un duro por él. Las apuestas estaban todas en nombres más sonoros: Susana Díaz, Carme Chacón, Patxi López, Eduardo Madina. Hasta hace menos de dos meses nadie anticipaba que "ese tal Pedro Sánchez" sería el líder de la oposición en España. (Tampoco, por cierto, había anticipado nadie que otro tal Pablo Iglesias convertiría Podemos en un actor político relevante). Sé que ahora llega el momento en el que alguien dice: "No es cierto: Fulanito en el el diario electrónico Elreducto.es predijo la victoria de Sánchez". Por supuesto, siempre hay algún friki que se desmarca de la opinión dominante, y ya sabemos cuántos padres y madres tiene la victoria y que la derrota sin embargo es huérfana. Pero seamos sinceros: en el liderazgo de Pedro Sánchez sólo confiaba al principio el propio Pedro y unos cuantos amigos más.

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