País de títeres

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“Cuanto mayor es el poder, más silenciosamente actúa”, advertía el filósofo Byung-Chul Han en Psicopolítica, un denso y provocador librito traducido un año después de su imprescindible ensayo La sociedad de la transparencia. Denuncia Han las técnicas de dominación que utiliza el neoliberalismo para sustituir la “democracia de ciudadanos” por una “democracia de consumidores y espectadores”. La ‘psicopolítica’ neoliberal aprovecha al máximo las herramientas de la sociedad digital para “seducir en lugar de imponer”; para que la saturación de información permita esconder la verdad y para que el hecho de participar “libremente” en todo tipo de redes nos haga creer que tenemos el control sobre la actuación de los poderosos.

Uno rechaza racionalmente y por principio todas las teorías conspiratorias, lo cual no es incompatible con la convicción de que “el régimen neoliberal”, como Han lo denomina, no desperdicia una sola oportunidad de aprovechar al máximo las circunstancias para imponer su discurso y sus intereses políticos. Aquí, en España, hay que añadir además a esa ‘psicopolítica’ otros ingredientes más castizos y cavernícolas.

Lo han conseguido otra vez. Nos toman por títeres.

Lo que menos les importa es precisamente lo más grave: que dos personas hayan pasado cinco días con sus noches en la cárcel por una ficción.

Más miedo que risa

Celebran que una fiscal y un juez hayan decidido aplicar leyes antiterroristas por la función más o menos afortunada de unos guiñoles programada para niños cuando claramente está dirigida a adultos (y sí, alguien debería responder políticamente por ese error en el Ayuntamiento de Madrid). Cualquiera que lea los dos autos del juez Ismael Moreno sobre el caso puede percibir sus contradicciones, su debilidad argumental y el atropello cometido. Si ha habido o no prevaricación, deberá resolverlo la propia justicia, pero hacen falta unas gafas muy sectarias para encontrar en esos documentos la “intencionalidad” de enaltecer el terrorismo por parte de los titiriteros.

Les da igual que la libertad de expresión quede pisoteada como un guiñapo, con la inestimable colaboración de instituciones y personas, entre ellas no pocos medios y supuestos periodistas que sólo se indignan cuando la amenaza de censura (y prisión) les afecta personalmente. Como si ese derecho fundamental no fuera de todos los ciudadanos sino una exclusiva del gremio. Y que ni siquiera se han interesado por conocer (como es su/nuestra obligación) el argumento de la obra y lo que pintaba en ella la maldita pancarta del 'Gora Alka-ETA'. El desarrollo de este esperpento da precisamente la razón a los autores si lo que pretendían era denunciar la criminalización de la protesta.

Han conseguido de nuevo distraernos de asuntos muy graves y ocuparnos a estas alturas en discutir si la violada era la monja o la bruja (¡era un muñeco, coño!), soltando un estacazo soberbio a la memoria de García Lorca, de Benavente, de Valle... al arte y a la cultura, al fin y al cabo.

Lo tomamos a risa cuando debería darnos miedo. Porque una vez más siembran en la mentalidad colectiva un mensaje tan miserable como letal: todo lo que no es derecha es ETA o se le acerca. En el mejor de los casos, quien rechace el encarcelamiento de alguien por expresar pacíficamente sus ideas o por hacer sátira sobre el poder es un ingenuo manipulado por la extrema izquierda. La maldita pancarta, sacada de contexto, les viene "como agua de mayo", que diría ese ministro que asegura tener un ángel de la guarda llamado Marcelo

Lo que tapa el ruido

Mientras los telediarios (¡también de la televisión pública!) cubrían el asunto de los titiriteros como si se hubiera desmantelado la cúpula de Al Qaeda, discurrían asuntos muy graves que pasaban a un segundo plano y que merecían discusiones menos intensas y acaloradas:

En Palma se juzga el saqueo de dinero público cometido por el cuñado del rey. Un expresidente autonómico y también exministro confiesa que sí, que dio órdenes de contratar todo lo que quisiera Urdangarin porque "había que estar bien con la Casa real”. ¿Alguien imagina en el Reino Unido un juicio similar, con una hermana del rey sentada en el banquillo, y en la BBC discutiendo sobre si dos titiriteros merecen prisión sin fianza o si las marionetas son armas de destrucción masiva?

En Madrid, la familia Pujol desfila ante el juez y vuelve a tomar por imbéciles a los ciudadanos, sean más catalanes o más españoles, pretendiendo que todos creamos que una supuesta herencia de 800.000 pesetas puede convertirse en ocho millones de euros por arte de magia y acabar en Andorra por casualidad.

En Valencia sigue escondida tras los visillos doña Rita Barberá mientras se multiplican los indicios que la señalan como responsable de una corrupción sistémica en el PP de Valencia o como una inútil total. O ambas cosas. Hace solo una semana, Rajoy proclamó aquello de que "esto se acabó; ya no pasaremos por ninguna". Y lo que ha hecho es incluir a Barberá en la Diputación Permanente del Senado, lo que significa que, en caso de elecciones anticipadas, seguirá siendo aforada hasta la siguiente constitución de las Cortes. Lo dice así el reglamento, así se aplica y mienten aquellos dirigentes del PP que afirman que tendría el mismo aforamiento sin pertenecer a ese órgano, porque saben (o deberían saber) que no es cierto. 

El enorme ruido desatado con la criminalización de dos titiriteros no sólo ha difuminado el eco de algunos de los mayores escándalos políticos de los últimos tiempos sino que además la imprescindible reacción en defensa de la libertad de expresión puede dejar en penumbra otra batalla que se inició el martes ante un tribunal de Getafe, donde están siendo juzgados ocho sindicalistas para quienes se solicitan ocho años y tres meses de cárcel por haber participado en piquetes durante la jornada de huelga general de 2010. Organizaciones sindicales, políticas y sociales progresistas, dentro y fuera de España, han denunciado que lo que se está juzgando en Getafe es el derecho de huelga.

Nada menos. En una misma semana, la libertad de expresión y el derecho de huelga en el banquillo. Sobre ninguno de los dos asuntos se ha pronunciado (que sepamos) el presidente del Gobierno en funciones, quieto y a la espera de que fracase el intento de Sánchez para formar gobierno. Este mismo jueves por la tarde, al rato de entrar la Guardia Civil en la sede de Génova investigando la trama Púnica, Rajoy hablaba del mejor coche del año en la sede de ABCEl poder del silencio o del disimulo. Cuando algunos insisten en calificar de inane a Mariano Rajoy, uno recuerda lo que el malévolo Santiago Carrillo decía de Juan Carlos I: “Hay que ser muy listo para hacerse el tonto durante veinte años”.

“Cuanto mayor es el poder, más silenciosamente actúa”, advertía el filósofo Byung-Chul Han en Psicopolítica, un denso y provocador librito traducido un año después de su imprescindible ensayo La sociedad de la transparencia. Denuncia Han las técnicas de dominación que utiliza el neoliberalismo para sustituir la “democracia de ciudadanos” por una “democracia de consumidores y espectadores”. La ‘psicopolítica’ neoliberal aprovecha al máximo las herramientas de la sociedad digital para “seducir en lugar de imponer”; para que la saturación de información permita esconder la verdad y para que el hecho de participar “libremente” en todo tipo de redes nos haga creer que tenemos el control sobre la actuación de los poderosos.

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