Siempre hay algo de exagerado o excesivo en el calificativo “nuevo” cuando se refiere al pensamiento o a la política. Sabemos ya que la historia tiende a repetirse y que la proclamada novedad suele servir más para ocultar inercias y repeticiones conocidas del pasado que para describir el presente. Creo, sin embargo, que hay algo de cierto -¡o puede haberlo!- en la expresión “nueva política”. Algo que la distingue de las distintas ideologías, filosofías y prácticas que hemos conocido hasta la fecha. ¿Qué? Un rechazo al permanente sacrificio del presente y la loa de la espera que nos exigían y exigen esas “viejas” políticas. Ese sacrifico que se traduce en un divorcio traumático entre el futuro imaginado o prometido (la espera como esperanza) y un presente de sacrificios, desigualdades y dolores: el futuro traerá el bienestar, la igualdad y la prosperidad, pero mientras ese futuro no llega, toca aceptar un presente insoportable.
Poco importa que se trate de la promesa liberal de un crecimiento y un progreso permanente (que obliga para su cumplimiento a no exigir sus frutos en el ahora, claro), o de la muy socialdemócrata premisa de la igualdad de oportunidades (que nunca se convertía en una igualdad de resultados). Tampoco se libraron las izquierdas más militantes o las filosofías de los partidos comunistas, que prometían un futuro otro (de igualdad y fraternidad plenas), que no solo era la inversión ideal del presente (lo completamente distinto), sino que estaba del todo ausente en las prácticas que regían a esos partidos (al parecer había que esperar a la revolución para que la democracia real, la igualdad entre hombres y mujeres, la fraternidad y la libertada fueran prácticas y realidades cotidianas).
Creo que si algo supuso el 15M fue, por encima de muchas otras consideraciones, el rechazo a seguir esperando un futuro que nunca empezaba. El rechazo, también, a decir una cosa pero hacer y ser otra. El 15M tuvo mucho que ver con construir, en contra, una identidad y unas prácticas basadas en el hacer: soy lo que hago, no lo que digo.
Y creo que en la consulta que tiene lugar estos días, y en la próxima asamblea ciudadana de Podemos, nos jugamos precisamente eso: construir un partido tal y como imaginamos que tiene que ser el país. Y esto no solo porque nos debemos aún a ese 15M sin el que no existiríamos, sino porque es la única forma de hacer creíble en el presente lo que prometemos para el futuro. Ser ya la imagen real y cierta de lo que viene. Sin esta anticipación nunca seremos vistos como un gobierno real y tangible, y quedaremos atrapados en la promesa de lo que nunca será.
Construir un partido -y un movimiento- que se parezca lo más posible a la España que queremos, ese es el desafío. Ser prólogo y ejemplo de las instituciones y la cultura política que queremos, hacer real la igualdad entre hombres y mujeres que proclamamos, articular el modelo territorial y la apuesta plurinacional que imaginamos, aplicar la ley electoral que necesitamos para democratizar las instituciones, asegurar una verdadera división de poderes que despolitice la justicia y desjusticialice la política…
Porque no, no solo nos jugamos decidir entre todos las líneas políticas fundamentales: ¿hay que cambiar de rumbo o recuperamos y afianzamos el que nos definió al menos desde las elecciones europeas? ¿Qué trabajo institucional y qué valor tiene? ¿Qué construcción de movimiento popular (y qué es eso) necesitamos? ¿Qué implica un partido que apela a la transversalidad u otro que hace hincapié en la identidad que otorga la lucha social? ¿Qué lecturas de lo que sucedió en el 20D y el 26J tenemos y, por tanto, qué errores cometimos o qué desafíos tenemos de aquí a las próximas elecciones generales? Esto, sin ser poca cosa, no es solo lo que nos jugamos en estas votaciones.
Nos jugamos también y sobre todo la construcción de un partido que, como decía, sea una imagen anticipada de lo que queremos para el país:
Si queremos un cambio en la ley electoral, tenemos que aplicarlo primero en nuestro sistema de votaciones. La proporcionalidad (sin correcciones o sin sistemas mayoritarios camuflados, es decir, sin atajos ni recortes, y aquí no puedo no señalar la propuesta que abandera Iñigo Errejón como la más avanzada y acertada) tiene que ser el anticipo de la nueva ley electoral. Un partido complejo solo obtiene unidad respetando, reconociendo y representando a una base social y militante plural y compleja. Tan plural y compleja como la sociedad española que aspiramos a gobernar.
Si hemos proclamado una y mil veces una verdadera división de poderes en el Estado, empecemos por Podemos: de la misma forma que hemos exigido despolitizar la justicia y el Tribunal Constitucional, no podemos no tener una comisión de garantías (nuestro sistema judicial) verdaderamente independiente.
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Hemos defendido siempre la igualdad real y no meramente formal entre hombres y mujeres. Y eso pasa por garantizar la proporcionalidad en todos los órganos de podemos, también en la dirección; así como la feminización de toda la organización para un cambio de cultura política: el patriarcado no es cosa solo de números, que sin duda, también de formas de hacer, de decir y de decidir.
Desde el principio Podemos apostó por la plurinacionalidad como reconocimiento no solo de las identidades nacionales de este país, sino como forma de resolver la sempiterna crisis del modelo territorial salido de la Constitución y el régimen del 78. Por eso no sería coherente construir un partido centralizado como el actual, ni que reproduzca sin más el estado de las autonomías: el peso de los distintos territorios en la toma de decisiones (sobre línea política, sobre los recursos de la organización) tiene que quedar garantizado en la estructura organizativa.
Hay, creo, un deseo mayoritario en la sociedad española por otro país, por otra democracia, otras instituciones y otro modelo económico, político y social. Pero también creo que ese deseo mayoritario no se ha traducido aún en confianza hacia el único agente que, hoy por hoy, puede construirlo. Por eso estoy convencido de que, para dar ese paso decisivo que nos falta, el de convertir el deseo de cambio en una certeza, debemos empezar la construcción del nuevo país por nosotros mismos, por la organización y el futuro de Podemos. Y creo que eso que nos falta, lo asegura la propuesta Recuperar la ilusión, que firmo junto a Iñigo Errejón, Clara Serra, Pablo Bustinduy, Tania Sánchez y otras y otros compañeros fundamentales. ____________Jorge Lago es director del Instituto 25 de Mayo y miembro del CCE de Podemos
Siempre hay algo de exagerado o excesivo en el calificativo “nuevo” cuando se refiere al pensamiento o a la política. Sabemos ya que la historia tiende a repetirse y que la proclamada novedad suele servir más para ocultar inercias y repeticiones conocidas del pasado que para describir el presente. Creo, sin embargo, que hay algo de cierto -¡o puede haberlo!- en la expresión “nueva política”. Algo que la distingue de las distintas ideologías, filosofías y prácticas que hemos conocido hasta la fecha. ¿Qué? Un rechazo al permanente sacrificio del presente y la loa de la espera que nos exigían y exigen esas “viejas” políticas. Ese sacrifico que se traduce en un divorcio traumático entre el futuro imaginado o prometido (la espera como esperanza) y un presente de sacrificios, desigualdades y dolores: el futuro traerá el bienestar, la igualdad y la prosperidad, pero mientras ese futuro no llega, toca aceptar un presente insoportable.