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El Gobierno responderá a la maniobra de Feijóo y Weber contra Ribera "con datos" y "sin caer en el barro"

Sin perdón... y sin cachondeo

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Del mismo modo que el guionista Rafael Azcona solía decir que “lo único que no se puede tolerar en esta vida es ser pesado”, habría que decirle a Jordi Pujol (y también a unas cuantas personalidades más) que lo único que ya resulta inadmisible es que nos tomen por gilipollas, en el estricto sentido que la Real Academia define: tontos, lelos.

Jordi Pujol, el hombre que gobernó los destinos de Cataluña durante 23 años y que condicionó decisivamente los del Estado español como bisagra con PSOE y PP, ha decidido hacer un penúltimo sacrificio, no en interés de Cataluña ni de España, sino en beneficio propio y de su familia. El expresidente de la Generalitat (y presidente de honor de Convergéncia Democrática de Catalunya hasta la mañana de este martes) ha hecho pública una carta que contiene más mentiras que un bolero, y en la que (como mal cristiano) pretende despachar un latrocinio con una milonga entreverada de llamamientos al “perdón” y compromisos de “expiación”.

Desvela el ya menos honorable Pujol que en septiembre de 1980 heredó de su padre “un dinero ubicado en el extranjero –diferente del comprendido en su testamento–”. No cuantifica el monto de la pasta, ni su origen exacto, ni la identidad de “una persona de máxima confianza” del padre y del hijo (y del espíritu santo) que supuestamente se encargó de la gestión de la fortuna y de su “regularización”. En el colmo del cinismo, añade Pujol: “Lamentablemente no se encontró nunca el momento adecuado para regularizar esta herencia...”. Hasta estos “últimos días” (justo los días en que el diario El Mundo desvelaba movimientos millonarios de la esposa y varios hijos de Pujol en distintas cuentas bancarias andorranas).

No "tocaba" regularizar

Así que el nada honorable Pujol pretende convencernos de que ¡en 34 años! no ha encontrado “el momento” de informar a la Hacienda pública de que él y su familia tienen un pastizal en Andorra sobre el que no han pagado los impuestos correspondientes. El expresidente de la Generalitat, acostumbrado a decidir cada día lo que “toca o no toca” hablar o responder; que siempre halló el momento oportuno para derrochar discursos cargados de moralina sobre la honorabilidad de la política, las corrupciones ajenas, la responsabilidad institucional y hasta los diez mandamientos... no encontró un minuto en tres décadas para declarar a Hacienda lo que le correspondía.

El señor Pujol no se cansa de mentir. Como bien ha explicado el jurista Joan Queralt (y seguro que Pujol lo sabe perfectamente) ninguna herencia percibida hace más de treinta años puede ser ahora “regularizada”, porque la deuda fiscal prescribe a los cinco años, y a los cuatro desde 1998. Así que habrá que deducir que lo que la familia Pujol está “regularizando” son presuntos rendimientos de esa herencia, quizás los de los últimos cuatro años, aunque la carta “expiatoria” del nada Honorable no concreta cuánto, ni cuándo ni cómo ni de dónde sale el dinero a regularizar, salvo esa lacrimógena alusión a una herencia paterna “ajena al testamento”. Y también se olvida de mencionar que el Gobierno introdujo la obligación de declarar los bienes en el extranjero antes del 30 de abril de 2013, y que a las cantidades descubiertas o declaradas fuera de plazo se les impondría una fuerte multa.

El nada Honorable Pujol, que consiguió irse de rositas en los años setenta del fraude multimillonario de Banca Catalana, pretende ahora reducir a un asunto testamentario (en el que más pronto que tarde aparecerá un “muerto” que gestionó de mala manera sus intereses), lo que hasta un alumno de Secundaria o de la antigua EGB distingue como un latrocinio en toda regla. Han circulado cifras de varias decenas de millones de euros a nombre de hijos de Pujol, y fuentes bien informadas hablan de hasta 600 millones de euros en el extranjero.

El verdadero 'antisistema'

A estas alturas importan poco las intenciones de Pujol y de su carta expiatoria, ya sea la de minimizar los pagos pendientes o la de atraer para sí las responsabilidades legales de sus hijos o esposa. Lo exigible a las autoridades judiciales y fiscales correspondientes es una investigación transparente y completa, hasta sus últimas consecuencias. Tenemos derecho a saber a cuánto ascendió la herencia que Pujol escondió al fisco y a cuánto ascienden las cuentas de su familia en el extranjero, sobre todo para averiguar el origen exacto de todo ese dinero, y cuánto proviene de las arcas públicas, es decir, de nuestros bolsillos.

Todos y cada uno de los Pujol, el padre, el hijo y el espíritu santo, deben responder de sus actos, porque lo más antisistema que uno puede imaginar es una actuación como la que ha protagonizado uno de los sacralizados mimbres del sistema político de la transición. Mientras el ministro Montoro continúa con sus cruzadas para hacer la vida imposible a cualquier artista que se haya mostrado crítico o sarcástico con sus gracietas, corremos el riesgo serio de que se instale entre las élites la costumbre de solicitar un genérico “perdón”, pagar una casi simbólica “propina” a las arcas públicas y continuar disfrutando de cuentas en paraísos fiscales como si el resto de la ciudadanía fuera perfectamente gilipollas.

P.D.: Hablando de cuentas en paraísos fiscales, seguimos a la espera de conocer cuándo, cómo y cuánto dinero regularizó el exrey Juan Carlos de la fortuna que heredó de su padre en una cuenta suiza.

Del mismo modo que el guionista Rafael Azcona solía decir que “lo único que no se puede tolerar en esta vida es ser pesado”, habría que decirle a Jordi Pujol (y también a unas cuantas personalidades más) que lo único que ya resulta inadmisible es que nos tomen por gilipollas, en el estricto sentido que la Real Academia define: tontos, lelos.

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