No hay un factor único que explique la profundidad de la crisis por la que atraviesan los medios de información en España. Tiene que ver con la crisis económica general, con la globalización, con la revolución tecnológica, con una nefasta gestión y hasta con la burbuja inmobiliaria, pero también con la debilidad de la propia democracia. Buena parte de la ciudadanía se ha alejado de estructuras políticas tradicionales porque ha percibido que actuaban como marionetas manejadas por poderes económicos y financieros. Y se ha distanciado también de la mayoría de los medios porque ha percibido que estos eran la herramienta utilizada por esos mismos poderes para divulgar e imponer su discurso y sus intereses. Está en crisis un modelo de negocio de la información; hay apuestas sobre la fecha de defunción de la prensa de papel. Pero no debe estar en crisis un periodismo honesto y comprometido. Muy al contrario, resulta más necesario que nunca, siempre que sea capaz de ganarse la credibilidad perdida y de responder a su función democrática.
Abundan las referencias al efecto más directo y dramático de esa crisis, el cierre de cabeceras y la expulsión al paro de más de 10.000 periodistas en los últimos años. Un desastre semejante (incluso mayor en proporción) al de otros sectores productivos. Suele aludirse a esa pérdida en términos de pluralidad, aunque se obvia la desproporción ideológica que ha caracterizado desde siempre el paisaje mediático en este país. La realidad sociológica española nunca ha estado reflejada proporcionalmente en los medios informativos, mayoritariamente en manos de empresas, familias o sectores vinculados a la derecha y a los poderes financieros e inmobiliarios.
Con el estallido de la crisis y los efectos de la globalización tecnológica y financiera, muchos de los grandes medios incurrieron primero en un enorme endeudamiento y después han caído directamente en manos de sus acreedores, de modo que la línea editorial de muchas cabeceras ya no responde siquiera a determinados principios ideológicos sino directamente a intereses espúreos. A menudo es imposible distinguir los hechos de las opiniones, y resulta fácil sospechar del editorial de un diario que promociona los fondos privados de pensiones cuando sus accionistas principales son entidades financieras que apuestan por esos fondos como una de sus principales líneas de negocio.
El hecho de que siempre haya habido más canales de información en manos conservadoras no atenúa la certeza de que está en riesgo, aún más si cabe, el derecho a la información de los ciudadanos. Las presiones del poder financiero, la intermediación de sus marionetas políticas y la desorientación de los medios tradicionales frente a la revolución digital forman un cóctel explosivo cuya víctima principal es la libertad de información, uno de los elementos básicos de la calidad democrática, un derecho de los ciudadanos, no un privilegio de los periodistas.
Las redes sociales y las nuevas plataformas digitales transforman sensiblemente el mapa de la influencia informativa. Hoy es mucho más difícil para cualquier poder ocultar una información, por férreo que sea su control de los grandes medios. Pero sería ingenuo menospreciar la sofisticada telaraña que componen las grandes compañías de Internet. También pueden ser utilizadas esas redes para contaminar cualquier discurso o para difuminar a base de ruido cualquier información trascendente. La saturación es desinformación. Sigue siendo necesario el periodismo, y ahora es factible el nacimiento de nuevos medios independientes, que en el nuevo mundo digital no exigen enormes inversiones económicas sino, sobre todo, compromiso.
Si hay un paralelismo entre el periodismo y la política en los motivos de su descrédito, también lo hay en las posibilidades de su recuperación. El valor democrático del periodismo radica en la honestidad, en la transparencia, en el cumplimiento de un pacto con los lectores para ejercer su función de filtro, de contraste, de valoración, de jerarquía, de contrapoder. Y eso sólo es posible desde una independencia radical en la que sólo se responda a los intereses de los propios lectores, que además participen en el contenido y hasta en la propiedad de los medios.
Uno de los errores de las grandes cabeceras fue considerar Internet como un enemigo. Las nuevas voces periodísticas que ahora surgen tienen la oportunidad de aprovechar las posibilidades que ofrecen las herramientas digitales para profundizar y para ganar en calidad de los contenidos, pero sobre todo para abrirse a la transparencia, para dar cauce a la participación ciudadana, a la crítica permanente.
El periodismo, como la política, necesita de enormes dosis de humildad después de una época en la que ha sobrado mucha prepotencia, demasiada imposición de sermones desde púlpitos sufragados además por quienes controlaban los contenidos.
Las democracias más sólidas, con menores niveles de corrupción, son las que disponen de una mayor libertad de prensa, sea cual sea su vehículo o plataforma. Papel, audiovisual o digital. Cuantas más voces puedan desnudar al poder, más cuidado pondrá éste en cumplir las reglas o más dificultades encontrará para saltárselas.
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Comparten el periodismo y la política otro adversario ganado a pulso: la pura banalidad. El entretenimiento insustancial pero muy rentable para una industria cortoplacista, que consigue beneficios fáciles sin grandes inversiones, sólo a base de excitar los ánimos de los espectadores fagocitando los sucesos más llamativos y haciéndolos confundir con las cuestiones de fondo.
Cualquier intento político y cívico de romper el monopolio del discurso neoliberal y de fortalecer alternativas progresistas frente a los poderes financieros exige reivindicar la necesidad de un periodismo honesto e independiente, comprometido con su función democrática, sin la comodidad de la equidistancia, sin otra prioridad que el interés de los ciudadanos y la búsqueda de la verdad.
Rosa María Artal, Carlos Enrique Bayo, Rosa María Calaf, Pilar del Río, Jesús Maraña, Ignacio Ramonet, Juan José Téllez son integrantes de Convocatoria Cívica.Convocatoria Cívica.
No hay un factor único que explique la profundidad de la crisis por la que atraviesan los medios de información en España. Tiene que ver con la crisis económica general, con la globalización, con la revolución tecnológica, con una nefasta gestión y hasta con la burbuja inmobiliaria, pero también con la debilidad de la propia democracia. Buena parte de la ciudadanía se ha alejado de estructuras políticas tradicionales porque ha percibido que actuaban como marionetas manejadas por poderes económicos y financieros. Y se ha distanciado también de la mayoría de los medios porque ha percibido que estos eran la herramienta utilizada por esos mismos poderes para divulgar e imponer su discurso y sus intereses. Está en crisis un modelo de negocio de la información; hay apuestas sobre la fecha de defunción de la prensa de papel. Pero no debe estar en crisis un periodismo honesto y comprometido. Muy al contrario, resulta más necesario que nunca, siempre que sea capaz de ganarse la credibilidad perdida y de responder a su función democrática.