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“Gritarse es la manera más ruidosa de no escuchar”.
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En España no existe la pena de muerte, pero sí el robo y los ladrones, y por eso estamos todos condenados a la silla hidroeléctrica: ante la pasividad de los gobernantes y la complicidad de los correveidiles a los que todo el mundo ve, oye y conoce, los primeros porque saben que les van a dar una copia de la llave de la puerta giratoria y otros porque pueden ladrar pero no pueden morder la mano que les da de comer, aunque lo que les echen sean las migas. Mientras tanto, el precio de la luz sube y sube, alcanza cifras desorbitadas, bate sus propios récords un día sí y otro también —este lunes, sin ir más lejos, fue un 195% mayor que en la misma fecha de 2020— y, en resumen, las compañías que se reparten el pastel han convertido un bien de primera necesidad en un lujo y, por extensión, en una fórmula que sirve para saltarse la propia democracia, cuyo primer mandamiento es la igualdad de todas y todos los ciudadanos, algo que difícilmente es posible cuando muchas personas se las ven y se las desean para pagar su recibo energético a fin de mes, a algunas, de hecho, les cortan el suministro, y unas cuantas, los miembros de los consejos de administración de esas empresas, cobran cerca de cincuenta mil euros diarios y se reparten millones en beneficios. Sus propagandistas sostienen que eso no tiene nada que ver y hacen sus matemáticas, que, en sus manos, no son una ciencia exacta sino infectada: si pagamos más, argumentan, es porque consumimos más y a los oligopolios les cuesta más trabajo producir la energía. El argumento podría haber sido el mismo con las mascarillas contra la pandemia: como hay que fabricar más, tenemos que encarecerlas. Por pura lógica, fue al revés, se redujo su coste para que fueran accesibles; pero en la avaricia no existe la lógica y aquí cuando hay una ola de calor o de frío los poderes en la sombra aprovechan para subir sus tarifas a las nubes. El famoso mercado libre y sus horarios punta, valle y llano no eran más que otro capítulo del timo a gran escala que sufrimos.
Los números de eso que algunas y algunos niegan que tenga relación con los precios de la luz son los que, según los datos oficiales de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, explican que en sus últimas cuentas de resultados Iberdrola se embolsó 3.610 millones de euros y Endesa, por ejemplo, 1.390. Los directivos de esas firmas, más los de la tercera en discordia, Naturgy, se repartieron en conjunto, el año pasado, al tiempo que tantas y tantos se las veían y deseaban para pagar su electricidad, más de 32 millones; sólo el consejo de administración de Iberdrola se llevó 19,8, y sólo su presidente, 12,2. ¿De verdad eso es irrelevante? Es fácil de entender que no, cuando sabemos que la subida de la luz ha llevado la inflación, en este mes de agosto, hasta el 3,3%, su máximo en una década. Unos se cubren de oro y otros les pagamos el baño. Y otros montan jarana para que los árboles no dejen ver el bosque: gritarse es la manera más ruidosa de no escuchar.
Porque, al final, esto es siempre una cuestión de intereses particulares que son lo contrario del interés general, y debajo de todos estos asuntos está la palabra dinero, y a unos milímetros de ella, la palabra corrupcióndinerocorrupción. El Partido Popular, que en este asunto clama contra la tarifa eléctrica por la mañana y por la tarde se opone a la bajada del IVA de la luz, es capaz de eso y hasta de culpar al actual Gobierno de la contaminación del Mar Menor, cuando manda en Murcia desde hace más de tres décadas y derogó al llegar al poder la ley de 1987 del ejecutivo socialista que establecía una protección medioambiental del lugar. ¿Por qué? Tal vez porque una compañía como Fertiberia pertenece al empresario Villar Mir, imputado en casos como los de los papeles de Bárcenas —"tranquilo, Luis"—, Púnica o Lezo, y de ella salió una ministra de M. Rajoy, García Tejerina, que durante su mandato se opuso en Europa a que se le pusieran límites a la utilización del cadmio, un producto altamente tóxico que se usaba de manera temeraria en la región. ¿Sumamos dos y dos o lo dejamos, no vaya a ser que el resultado sea cuatro? Y con el asunto hidroeléctrico, lo mismo. Y así todo.
“Gritarse es la manera más ruidosa de no escuchar”.
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