La economía se diferencia de la magia en una palabra: todo por aquí, nada por allá, dice el ilusionista, y el dinero desaparece. Es parecida a las ferias: cada uno las cuenta dependiendo de cómo les va en ellas, algo que es fácil de comprender; a los que están en la mitad del “todo”, les va de cine; a los que están en el lado del “nada”, les va mal. Lo raro es que los últimos se quejen menos que los primeros y sean quienes más tienen los que más se quejan. La entidad financiera Bankinter, por ejemplo, obtuvo unas ganancias de 845 millones de euros en 2023, un 51% más que en el ejercicio anterior. Y tras esa cifra, la mayor de su historia, no han dejado de hacer notar el impacto en sus cuentas del nuevo impuesto al sector financiero, que para el banco fue de 77 millones. O sea, y esto ya no lo dicen ellos, que esa tasa no ha llegado ni al 10% de sus ganancias, cuando en España pagamos de media un 39,5%. Será que al que vive en los pisos más altos le es más fácil poner el grito en el cielo que a los de la planta baja o no digamos ya los del sótano.
Cada día vemos cosas de ese tipo en las noticias, desde un presidente de la patronal que avisa del riesgo de subir el salario mínimo un 5% en 2024, hasta los 1.134 euros en 14 pagas, mientras él se lo sube un 9%, para cobrar 380.000; hasta una presidenta, la de la Comunidad de Madrid, que sermonea sobre la austeridad y la buena gestión mientras las listas de espera de la Sanidad pública crecen. Su gran apuesta, el hospital Zendal, es un desierto que costó 200 millones, y sus privatizaciones añaden más números a la cifra del derroche. El Tribunal Superior de Justicia acaba de obligarla a pagar otros 40 millones a la clínica Quirón. Ayuso no da explicaciones de esa lluvia de billetes que antes de caer en manos de los privilegiados se evaporan de las arcas públicas. Ella sólo habla de Sánchez, Cataluña y la ETA. O si le preguntan por el espionaje llevado a cabo por su partido, que usó a las fuerzas del orden para investigar extrajudicialmente a políticos independentistas y a otros adversarios políticos, responde que muy bien hecho, que un Estado tiene derecho a defenderse. Y si le preguntan por la brecha de género laboral, que es del 28% entre hombres y mujeres, dice que eso son paparruchas. Qué bien que existe la palabra “etcétera”, porque de lo contrario no acabaríamos nunca.
Ayuso sermonea sobre la austeridad y la buena gestión mientras las listas de espera de la Sanidad pública crecen. Su gran apuesta, el hospital Zendal, es un desierto que costó 200 millones, y sus privatizaciones añaden más números a la cifra del derroche
Su compañero de formación y alcalde de la capital es otro apóstol del ahorro, ya saben su lema: “seremos fascistas pero sabemos gobernar”, y su matraca con el exceso de ministerios que promueve La Moncloa, el Falcon y no sé qué más, cuando resulta que, según sus propias cuentas recién publicadas, su ejecutivo municipal es el más caro de la historia de la ciudad. Es el que más cargos de libre designación acumula; el que ha elevado el gasto 23,5 millones anuales y, si en campaña Almeida prometió reducir el gasto en 224.500 euros, la realidad es que lo ha aumentado en un millón cuatrocientos setenta y cuatro mil quinientos sesenta y tres. 1.474.563,42, bonita cifra.
A lo mejor lo hacen porque cuela, lo de no importarles un bledo que se note tanto, o quizás es que se sienten seguros y protegidos: ya habrá plumas que impedirán que se les vea el plumero, las de quienes los justifican hagan lo que hagan. Que si no, ya saben, España se rompe y tal y tal. Nunca había sido tan sencillo dar gato por liebre. Nunca había habido tantos comensales a los que, de hecho, parece gustarles más el gato. Incluso si es gato encerrado.
La economía se diferencia de la magia en una palabra: todo por aquí, nada por allá, dice el ilusionista, y el dinero desaparece. Es parecida a las ferias: cada uno las cuenta dependiendo de cómo les va en ellas, algo que es fácil de comprender; a los que están en la mitad del “todo”, les va de cine; a los que están en el lado del “nada”, les va mal. Lo raro es que los últimos se quejen menos que los primeros y sean quienes más tienen los que más se quejan. La entidad financiera Bankinter, por ejemplo, obtuvo unas ganancias de 845 millones de euros en 2023, un 51% más que en el ejercicio anterior. Y tras esa cifra, la mayor de su historia, no han dejado de hacer notar el impacto en sus cuentas del nuevo impuesto al sector financiero, que para el banco fue de 77 millones. O sea, y esto ya no lo dicen ellos, que esa tasa no ha llegado ni al 10% de sus ganancias, cuando en España pagamos de media un 39,5%. Será que al que vive en los pisos más altos le es más fácil poner el grito en el cielo que a los de la planta baja o no digamos ya los del sótano.