Que todos los españoles sean iguales y mi familia distinta

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A vueltas –algunas de campana– con la financiación singular de Cataluña, vuelve a arder en los titulares el asunto al rojo vivo de la igualdad entre las y los españoles. El debate es lógico y que unas comunidades se vigilen a otras se entiende sin demasiado esfuerzo, porque sin los mismos derechos y oportunidades para todo el mundo, no hay democracia que valga. Así que es muy razonable que al acuerdo que, sin duda, ha permitido el pacto de Gobierno entre el PSOE y ERC, se le llame "concierto", porque aquí se trata de que todo suene y nada desafine. Eso sí, la música de violín del president Salvador Illa se va a tener que hacer oír con tanto bombo y trompetas del apocalipsis en la orquesta.

El mundo no se acaba en Barcelona, sin embargo, y tal vez se podría y debería hablar de más cosas cuando se toca este tema decisivo. ¿Se puede hablar de igualdad, por ejemplo, mientras se privatizan servicios básicos y con ello se debilitan la sanidad o la educación públicas? ¿Y cuando se gastan millones salidos de los impuestos en favorecer a los propios y perjudicar a los ajenos? ¿Y cuando se toman decisiones fiscales que benefician a los que más tienen y ponen el peso de la recaudación sobre las espaldas de los menos afortunados? ¿O cuando, directamente, se reparte la tarta entre la familia y los amigos, dejando al resto a dos velas?

Como la política de aquí y de ahora es un cuarto tenis, que se juega no sobre hierba, tierra batida o pista sintética, sino en el fango, la pelota viene y va embarrada de un lado a otro de la red, mientras a los rivales se les escucha soltar con el aire esforzado de cada raquetazo un tú más, tú más, tú mas… Y claro, si a lo que se juega es a buscarle o inventarle delitos a la familia, el adversario devuelve el golpe, levanta alfombras o revisa hemerotecas; y por eso, de Begoña Gómez pasamos estos días a la hermana y el primo de Núñez Feijóo, igual que antes nos entretuvimos con el padre, la madre, el hermano o el novio de Díaz Ayuso.

Las noticias, capitaneadas en esta ocasión por las informaciones sucesivas del diario Público, dicen que, desde que el actual líder del PP se hizo con el poder en Galicia, sus ejecutivos regionales y los de sus sucesores han adjudicado más de cincuenta y cuatro millones a Eulen, la firma que dirige allí su hermana, Micaela Núñez Feijóo. Eso es más del doble de lo que se otorgó en esa autonomía a las otras dos empresas líderes de su ramo, el del sector de la seguridad en España. El actual mandatario de la Xunta, Alfonso Rueda, le ha dado en dos años más de diecisiete millones trescientos mil euros. Aún le queda mucho para empatar al propio Núñez Feijóo, que le concedió treinta y siete. Es irónico que las adjudicaciones más cuantiosas las firme el Consorcio Galego de Servizos de Igualdade e Bienestar. Ahí la tienen otra vez, la palabra igualdad. Es llamativo, por llamarlo de alguna manera, que cuando ese consorcio fue creado en el año 2005 por el entonces Gobierno bipartito de PSOE y BNG, el mismo Alberto Núñez Feijóo que viste y calza –salvo que tenga un gemelo que se hace pasar por él en determinadas comparecencias– lo calificase de "chiringuito" y prometiera desmontarlo. Donde dije digo, digo dinero.

La música de violín del president Salvador Illa se va a tener que hacer oír con tanto bombo y trompetas del apocalipsis en la orquesta

También leemos en la prensa que otra compañía coruñesa, Universal Support, vinculada en esta ocasión, sorpresa, sorpresa, al cuñado de quien ya se imaginan, ese eterno candidato a presidente de la derecha a quien a de tanto esperar para llegar a La Moncloa se le va a terminar por poner cara de Carlos de Inglaterra, se hizo en abril de 2021 con un convenio con el Servizo Galego de Saúde por valor de algo más de cuatro millones cincuenta y ocho mil euros, a cambio de prestar servicios de información telefónica sobre la covid y, sorprendentemente, logrando ser elegida pese a haber presentado la oferta más cara de las que llegaron a la fase final del concurso. Después de eso, ya todo fue coser y cantar, porque la firma se llevó el gato al agua otras veinticinco veces con contratos con la Xunta y otros diecisiete mediante procedimientos de emergencia, es decir sin concurso público. Igual es todo limpio y no es ilegal, pero los apellidos son los que son.

Y si pasamos de Cataluña y Galicia a Madrid, ahí también cuecen habas, antes y ahora, lo primero desde los tiempos de Esperanza Aguirre, que montó otra mamandurria, como ella las llamaba, para la que trabajó Ayuso, Madrid Network, de dotación mixta pública y privada, y que ha dejado sin pagar treinta y dos millones al Gobierno de Madrid: lleva desde 2018 sin pagar las cuotas de devolución de los ochenta que le abonó la Comunidad de Madrid. Y como donde fueras, haz lo que vieras, de ahí a los negocios, préstamos y sospechas vinculadas a la madre, el padre, el hermano y el novio de la heredera Ayuso, hay una línea recta. La famosa Quirón, principal clienta del último de la fila en esa trama, o lo que sea, desde que el amor floreció en la pareja fue de recibir de la Comunidad de Madrid veinte millones a agenciarse cuatrocientos. Y luego dicen los malpensados que no existen las casualidades.

A vueltas –algunas de campana– con la financiación singular de Cataluña, vuelve a arder en los titulares el asunto al rojo vivo de la igualdad entre las y los españoles. El debate es lógico y que unas comunidades se vigilen a otras se entiende sin demasiado esfuerzo, porque sin los mismos derechos y oportunidades para todo el mundo, no hay democracia que valga. Así que es muy razonable que al acuerdo que, sin duda, ha permitido el pacto de Gobierno entre el PSOE y ERC, se le llame "concierto", porque aquí se trata de que todo suene y nada desafine. Eso sí, la música de violín del president Salvador Illa se va a tener que hacer oír con tanto bombo y trompetas del apocalipsis en la orquesta.

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