“No digas que te han robado lo que te dejaste quitar, porque te estarás llamando a ti mismo ladrón”.
Hoy es 1 de mayo, un buen día para manifestarse pero también para pensar, hacer balance y contar las bajas, más aún en los tiempos que corren, esta convulsa y desdichada época en la que las máscaras han caído y los atracadores de guante blanco y dinero negro cometen sus delitos a cara descubierta, quizá porque no se puede barrer bajo la alfombra a la vez que se ponen las cartas sobre la mesa, ni hay ya discurso capaz de ocultar lo que ha sucedido: que los derechos de los trabajadores han dado un paso de astronauta, pero hacia atrás, pequeño para el Ibex 35 o el FMI, pero enorme para el resto de la humanidad. El neoliberalismo nos pidió que lanzáramos una moneda al aire cada uno de nosotros, y en todas salió cruz. Hemos perdido los mismos y han ganado los de siempre.
Caer te enseña a moverte a ras de suelo y a distinguir entre los que te ponen la zancadilla y los que te ayudan a levantarte, de manera que, en el mejor de los casos, hasta puede resultar educativo. Ahora, por ejemplo, tal vez habremos aprendido que la prosperidad es adormecedora y el individualismo era una forma de quedarse solos. Permitimos que envenenaran conceptos y palabras nobles, que los volviesen ridículos, que nos los hicieran ver como síntomas de debilidad y los cambiasen por otros que nos llevaran de la solidaridad al egoísmo, de la utopía al pragmatismo, de la lucha a la rendición. No han roto el cerco, les hemos cedido el paso y nos han dejado atrás.
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El resultado es que lo intolerable se ha vuelto el pan nuestro de cada día, que se acepta la injusticia con resignación. La brecha salarial es cada vez mayor en España, la gente normal no llega a fin de mes o lo hace contra viento y marea a la vez que los mandamases cobran sueldos astronómicos, muchas veces más en un sólo día de lo que sus empleados reciben en un año. A menudo, eso ocurre además en compañías de suministros básicos, de primera necesidad, que fueron privatizados para lo que lo son siempre: convertir las necesidades en lujos. Que el presidente de Iberdrola gane cuarenta y cinco mil euros al día, lo resume todo. Que muchos antiguos cargos políticos vayan al cesar en sus cargos a los consejos de administración de las firmas energéticas que dominan en un monopolio bajo cuerda nuestro país, completa este relato en el que, al final, siempre gana el lobo.
No hay que extenderse mucho más, al fin y al cabo hoy es un día de fiesta. Pero sí conviene utilizarlo para recordar que la única forma de detener a los pocos que se lo llevan todo es siendo muchos y, además, siéndolo a la vez. Porque aquí hubo quien en la Transición nos llamó “costaleros de la democracia” —el mismo que se jactaba de haberle “pasado el cepillo” al Estatut de Cataluña, por cierto, y quién sabe si ahí empezó todo— y eso no nos dimos cuenta de que justificaba ponerlos a él y los suyos en un pedestal y sacarlos en procesión. Algunos de ellos, siguen en el altar, o eso creen.
¿Y si volviéramos a decir utopía, solidaridad o conciencia de clase y volviera a sonarnos bien? Igual el paseo militar volvía a convertirse en una carrera. Igual no quedábamos siempre los últimos.
“No digas que te han robado lo que te dejaste quitar, porque te estarás llamando a ti mismo ladrón”.