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Pablo Casado tiembla y dice que está bailando

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Ser reincidente es tropezar en la misma piedra que tiraste contra tu propio tejado.”

Un líder no tiene miedo; puede ser prudente, conservador, moderado, sobrio, flexible o incluso modesto, pero no puede ser inseguro, asustadizo, porque entonces quién va a creer en él, quién va a seguir a alguien que teme dar un tropiezo o que sus rivales lo hagan caer. Ser cauteloso está bien, pero hasta cierto punto y no en todas las circunstancias: nadie gana una carrera andándose con pies de plomo.

El jefe del Partido Popular, Pablo Casado, que además compite con una pierna atada a sus socios de la ultraderecha, aspira legítimamente, como todo candidato a La Moncloa, a presidir el Gobierno. Su idea, sin embargo, no es llegar primero a la meta por méritos propios, sino que le cedan el paso: quiere sentarse en los bancos azules del Congreso con un treinta por ciento de los votos y con el permiso de una mayoría a la que pueda convencer de que Pedro Sánchez es un veneno y el culpable de todos los males del país. Ese es su plan y para eso pide elecciones día y noche. No aprende de sus errores, quizá porque lo de estudiar no es lo suyo, más bien insiste en ellos, y su discurso cada vez tiene más goteras: ser reincidente es tropezar en la misma piedra que tiraste contra tu propio tejado.

Su problema es que no puede generar confianza porque no da la impresión de saber por dónde va, sólo lo que quiere a cualquier precio, y porque sus cambios de rumbo, sus salidas de tono, su programa invisible y su actividad desleal contra España cada vez que visita el extranjero, lo hacen sospechoso de estar dispuesto a lo que sea con tal de conseguir su objetivo. Para lograrlo, se ha aliado con Vox, está en su poder y desayuna cada mañana ruedas de molino, con lo cual gana tiempo en Madrid o Andalucía pero pierde credibilidad dentro y fuera, y de ahí le vienen los miedos de los que hablábamos, tanto a los propios como a los ajenos. Unos lo llaman derechita cobarde, otros se ríen de sus fracasos en las urnas y algunos le mueven la silla o, al menos, le hacen temblar cada vez que les acercan un micrófono, caso de Alberto Núñez Feijóo. Y él, en lugar de rodearse de un equipo sólido, centrado, que lo lleve a lo alto del puerto como los ciclistas gregarios a su jefe de filas, trata de apartar a cualquiera que le haga sombra de cara al futuro, por eso en estos instantes parece apostarlo todo a que Isabel Díaz Ayuso no se haga con el control del PP de Madrid y trata de meterle en la rueda al alcalde de Madrid, que lo mismo te baila un chotis que le quita unos versos a Miguel Hernández de un monumento, o le devuelve el nombre de una calle a un golpista como Millán Astray y se lo quita al barco Sinaia, que salvaba a los españoles que huían de Franco y de sus asesinos llevándolos al exilio, para dársela al crucero Baleares, que cañoneaba a los que intentaban escapar por Málaga. Un tío súper campechano, y eso.

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Esperanza Aguirre, que ya acusó en su momento a Casado de “querer darle una patada a Abascal pero en mi trasero” y que siempre aparece cuando hay problemas en su casa política, para ponerse a lavar la ropa sucia en la calle, lo acaba de llamar, a él y a sus asesores “chiquilicuatres”, es decir, según el diccionario de la RAE, “persona, frecuentemente joven, algo arrogante y de escasa formalidad o sensatez”. Por si había alguna duda con el vocablo, muy en la línea de sus mamandurrias y sus charcas de ranas, también les califica de “niñatos”. Todo ello en defensa de Isabel Díaz Ayuso, a quien apoya como presidenta de la formación en la Comunidad de Madrid, y a quien sugiere que Casado, celoso de su éxito y asustado por la posibilidad de que le acabe por quitar el puesto, le está poniendo la zancadilla, aunque ella lo llama “ponerle trabas internas”. La antigua lideresa asegura saber de buena fuente que “Almeida no se quiere presentar y son los de Génova quienes lo están empujando”.

Ayuso, que era la voz de su perro en las redes sociales, le devuelve las alabanzas y la señala una vez más como su referente, afirmando que aspira a revalidar “éxitos que todos recordamos, como los de la etapa de Esperanza Aguirre”. Habría que preguntarle qué opina de que muchos de esos triunfos se lograsen acudiendo dopada económicamente a los comicios, financiándose ilegalmente, comprando tránsfugas y voluntades, como han sancionado de forma reiterada los tribunales y descubierto las investigaciones periodísticas que destaparon una persistente trama de corrupción que se llama de diferentes maneras, Gürtel, Lezo, Púnica, etcétera, pero que siempre tiene una cosa en común: a ella y sus alrededores. Y no lo digo yo, sino que se lo dijo ayer el subjefe, Teodoro García Egea, a modo de respuesta: "Lo que destrozó al PP de Madrid fue la corrupción". Blanco y en botella, debe de ser leche. La ley, eso sí, no ha conseguido llegar hasta su despacho, se quedó siempre en los de sus vicepresidentes y otros altos cargos, que llegaron a la cárcel o se pusieron a cubierto bajo una lluvia de dinero negro. Aguirre sabe mejor que nadie que a otros despachos, aún más altos que el suyo, tampoco llegó el brazo de la ley. La función del PP es que no lo haga, y por eso tiene secuestrado el Consejo General del Poder Judicial y, según el consejero Enrique López en unas declaraciones recientes, a la mayoría de la magistratura, que según él, está de su parte, demostrando con esta bravuconada lo que le importan a él la separación de poderes en que se basa la democracia.

Ayuso se hará con las riendas del partido en Madrid y desde ahí calibrará las opciones que pueda tener de llegar a presidir el Consejo de Ministros. Casado, lo mismo que casi siempre, se ha vuelto a echar a temblar, aunque tratará de hacernos creer que baila. Al suelo, que vienen los nuestros, como decía Pío Cabanillas.  

Ser reincidente es tropezar en la misma piedra que tiraste contra tu propio tejado.”

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